Los precios del Dólar y del promedio de los bienes convergieron, pero…

Antes de comenzar a escribir este artículo, hice un cuidadoso examen de los datos sobre el Indice de Precios al Consumidor (IPC) y del índice de los Precios al Productor (IPP) que publica el INDEC. Mi impresión es que el IPP está bien medido, pero es evidente que el IPC ha comenzado a ser distorsionado desde enero de 2007. Por eso me valí de la información aportada por el sitio www.inflaciónVerdadera.com para corregir la componente  «Alimentos y Bebidas» del IPC.

En el cuadro siguiente presento las dos series básicas en las que basaré los comentarios que siguen:

Diciembre del año IPC AyB, corregido IPP INDEC
2001 100 100
2002 158 225
2003 166 229
2004 177 273
2005 203 295
2006 224 295
2007 262 347
2008 334 367
2009 382 404

LLama la atención la coincidencia entre el aumento del precio del dólar, que pasó de 1 Peso en Diciembre de 2001 a 3,82 pesos en estos días, y  el Indice de Precios al Consumidor (medido por su componente «Alimentos y Bebidas»)  que pasó  desde 100 a 382 en el mismo período.

De paso, vale la pena destacar que  este índice es al que más le prestan atención las amas de casa, más allá de las mentiras del INDEC, porque lo pueden medir a través  el costo de lo que compran habitualmente en el supermercado. Es por esta razón que mucha gente encuentra que los precios en dólares son tan altos como en la época de la convertibilidad, siendo que los salarios de los trabajadores no protegidos por sindicatos poderosos, medidos en dólares, siguen estando bastante más abajo que en aquella época.

El Indice de Precios al Productor aumentó un poco más, pasando de 100 a 404. Esto no debe sorprender porque, durante estos años,  aumentaron en el mundo los precios en dólares de los bienes comercializables y, a pesar de que el gobierno prácticamente expropió ese aumento a los productores primarios, algo del mismo llegó a los productores industriales.

Este traslado de  la devaluación a los precios, que los «devalúo-maníacos» de 2001-2002 siempre negaron que fuera a ocurrir, fue incluso más acentuado que lo que predije en varias oportunidades en posts de este sitio. En particular el de octubre de 2002 titulado: «Con el dólar a casi 4 pesos la inflación latente es del 100 %«.

Poco meses después sugerí como evitar esa inflación. Lo pueden comprobar releyendo el post titulado «Es positivo que el Peso y el Real se fortalezcan«. Lamentablemente el Peso se fortaleció mucho menos que el Real. Por eso la inflación, si bien fue atenuada por algo de apreciación de nuestra moneda, entre 2003 y 2006, finalmente afloró en la misma proporción que la devaluación inicial. El precio del Dólar es hoy tan alto como lo era en octubre de 2002.

Volví a repetir la predicción en otro artículo de 2005 titulado «La culpa es de la devaluación«, aunque , como en el anterior, resulté ser demasiado optimista. En las dos oportunidades en las que hablé de la traslación a los precios de la devaluación, subestimé la magnitud del efecto porque no tuve en cuenta que la devaluación del Dólar frente al resto de las monedas y la consecuente inflación externa eliminarían todo vestigio del atraso cambiario que usaban como argumento  en 2001 quienes demandaban una devaluación del Peso. De haber existido atraso cambiario, la traslación debería haberse limitado al porcentaje de devaluación por arriba de ese atraso. pero finalmente el traslado resultó ser del 100 % de la devaluación.

Pues bien, ahora que, en promedio, los precios de los bienes ya han aumentado en la misma proporción que el Dólar, podría pensarse que no hay razón para que la inflación continúe por mucho tiempo. Sobre todo, si el gobierno tiene capacidad de mantener estable el precio del Dólar, tal como lo ha anunciado el Ministro Boudou. Lamentablemente no es así.

Hay dos fuentes muy importantes de presiones inflacionarias que difícilmente la política monetaria (sea instrumentada a través del precio del Dólar o de la oferta monetaria) pueda neutralizar. Una, la fuerte dispersión de precios relativos originada en las intervenciones distorsivas del Estado en la economía. Esta dispersión se observa no sólo en relación a los precios de los bienes y servicios (por ejemplo la fuerte distancia entre el precio de los servicios públicos y el de los insumos industriales provistos por el sector privado), sino también entre los salarios de los los trabajadores que,  dependiendo de la fuerza del respectivo sindicato, han conseguido retribuciones muy diferentes entre sí.

Otra fuente de presiones inflacionarias es la delicada situación fiscal. No se trata de un problema derivado de la recesión global que ha afectado a los ingresos tributarios, sino del extraordinario aumento del Gasto Público que torna imposible su financiamiento con impuestos que no desalienten la inversión y la producción de los sectores más eficientes de la economía. Esta es una especie de trampa mortal, que difícilmente pueda desarmarse sin uno o varios golpes inflacionarios.  Los riesgos que describí en mi libro «Estanflación», publicado hace ya más de un año, siguen plenamente vigentes.

Mi procesamiento en la causa de los sobresueldos.

No voy a aburrir a los visitantes de este blog con los detalles jurídicos del procesamiento que acaba de confirmar la Cámara Federal y que me llevará a ser juzgado por un tribunal oral por el supuesto delito de peculado. Estoy seguro que voy a ser sobreseído porque la acusación es absurda y porque mi experiencia me dice que la politización de la Justicia Argentina está circunscripta a la etapa de instrucción y no llega a la de los tribunales orales ni a la Cámara de Casación Penal.

Con respecto al supuesto delito que se me imputa, quiero remitir a los visitantes de este blog a la información precisa que aporté en 2005, cuando la utilización mediática de este tema alcanzó su máxima expresión. Pueden leer mi post titulado: «Siembran confusión para cosechar impunidad» del 25 de agosto de 2005. Para más información, pueden también leer el reportaje que me hizo La Nación y que fuera publicado el 15 de Marzo de 2005 en dos artículos separados. El Primero lleva el título: «Cavallo: No se investiga la verdadera corrupción» y el segundo:’«A mi me han demonizado los medios de comunicación» . Finalmente, en el post del mismo 15 de mayo titulado «La corrupción que no se investiga», transcribo una parte del reportaje de La Nación que nunca fue publicado.

Aprovecho este mensaje para desear muy Feliz Navidad y un Próspero 2010 a todos los visitantes de este blog. Lamento haber tenido que remitirlos a todos estos temas del pasado, pero hoy he recibido varios mensajes pidiéndome que me refiera a este tema.

Consenso para el progreso

Por Domingo Cavallo, publicado en La Nación el viernes 4 de diciembe de 2009.

La experiencia del último cuarto de siglo me ha convencido que el principal problema de la Argentina del Bicentenario es la falta de Progreso. Una Nación no progresa si las crisis inevitables que siguen a los períodos de crecimiento conducen a formas retrógradas de organización política, económica y social.

En la década del 90 crecimos a buen ritmo durante un período de ocho años, con una sola interrupción corta en el año de la crisis mejicana. Luego vivimos una larga crisis propia que duró cuatro años. Desde 2003 en adelante, de acuerdo a las estadísticas oficiales, el PBI creció a tasas chinas por un período mas largo que en cualquier otro momento de nuestra historia. Sin embargo hoy, cuando la crisis global nos ha afectado mucho menos que a otras naciones, entre la mayoría de los argentinos reina la desazón y la desesperanza, mientras que en aquellas otras naciones hay entusiasmo y optimismo. La diferencia está, precisamente, en que en aquellas hay Progreso mientras que en nuestra Nación hay regresión institucional y desconcierto.

Hacia 1910, cuando conmemoró el Centenario, Argentina integraba junto con los Estados Unidos, Canadá y Australia  el conjunto de las naciones que mejor habían aprovechado las oportunidades de Progreso que aparecieron durante el proceso de globalización económica  liderado, en esa época, por Gran Bretaña.

En triste contraste, en vísperas del Bicentenario, Argentina figura entre las naciones que peor han aprovechado las oportunidades de progreso emergentes del proceso de globalización liderado por los Estados Unidos desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Europa Occidental, Japón, Canadá y Australia desde los 50s;  Corea, Taiwán, Singapur y Hong Kong, desde los 60s; China y Chile desde fines de los 70s; India, el resto de los países asiáticos, los países de Europa Central y Oriental, Brasil, México, Colombia y Perú desde los 90s, tuvieron, por lejos, un desempeño muy superior al de nuestro país.

Si queremos que el tercer siglo de nuestra vida como Nación nos vuelva a ubicar entre aquellas capaces de aprovechar con éxito las oportunidades de Progreso que ofrecerá la evolución  futura del mundo, es muy importante descubrir cuales fueron las razones del éxito en el primer siglo y del fracaso en el segundo.

Hasta hace doscientos años las condiciones de vida de la población mundial habían cambiado muy lentamente. El progreso económico y social mucho más rápido que se observó durante los dos últimos siglos  tuvo como motor la innovación tecnológica que comenzó con la denominada revolución industrial en Gran Bretaña y se aceleró con el desarrollo científico y tecnológico que lideraron las universidades y centros de investigación científica en interacción con las empresas pioneras, creadas por inventores geniales o que invirtieron tempranamente en investigación y desarrollo. Pero la mayor velocidad con que se difundieron estas innovaciones se debió al fenómeno de la globalización.

Los procesos de globalización, caracterizados por fluidos movimientos de información, personas y capitales permitieron que la innovación tecnológica cruzara las fronteras y se implementara no sólo en las economías que las originaban sino en todas aquellas en las que se crearon condiciones favorables para la inversión en capital físico y humano, ingredientes indispensables para hacer posible la adopción de las tecnologías más avanzadas en todos los órdenes de la vida económica y social. Las guerras y las crisis económicas y financieras significaron pausas y retrocesos, pero la humanidad siguió progresando tan pronto se reestableció la paz y se superaron los crisis.

Durante la segunda mitad de nuestro primer siglo de vida, la organización nacional,  inspirada por Alberdi e implementada por Urquiza, Mitre, Sarmiento, Avellaneda, Roca  y los estadistas que los sucedieron, abrió nuestra joven nación a las personas y capitales que buscaban nuevos espacios económicos y sociales para afincarse y desarrollarse. Con ellos llegaron las tecnologías que se sumaron a las creadas en nuestras incipientes universidades, escuelas técnicas y establecimientos agropecuarios e industriales. El énfasis puesto en la educación popular y el clima de libertad y de respeto a la ley que se fue acentuando con el paso de las décadas, permitió un ritmo de progreso que hacia nuestro centenario provocaba la admiración del Mundo.

En claro contraste con esta experiencia exitosa,  cuando comenzaron a prevalecer ideas aislacionistas y antiliberales contrarias al espíritu de la Constitución Nacional, desde la década del 30, la sociedad argentina comenzó a quedar rezagada con respecto a las de muchas otras naciones que modernizaron a ritmo rápido sus estructuras productivas y perfeccionaron sus instituciones sociales. En otros términos, nuestras mentes y nuestras fronteras se cerraron al influjo de las corrientes de pensamiento e innovaciones tecnológicas que hicieron progresar al Mundo. Al mismo tiempo, la falta de competencia y estímulos, fue adormeciendo el espíritu creador y emprendedor de nuestros jóvenes.

Las dos últimas décadas volvieron a repetir  casi como un espejo embrujado este repliegue de la historia de los dos primeros siglos de nuestra vida como Nación. Durante la década del 90 comenzamos a revertir nuestro aislamiento internacional y creamos condiciones para que la inversión interna y externa permitiera un rápido proceso de modernización  de nuestras estructuras productivas. La buena relación de Argentina con el Mundo y el respeto de las normas internacionales, rindió sus frutos no sólo en términos de crecimiento económico y erradicación de la inflación sino también en términos políticos. Argentina ingresó al Grupo de los 20, un ámbito de coordinación entre los gobiernos de las naciones para asegurar que la globalización permita acentuar el Progreso y supere las crisis inevitables.

El rezago de las reformas sociales y políticas que hubieran sido necesarias para encontrar soluciones superadoras a la crisis económica que se inició en 1999, cuando nuestro país tuvo que soportar condiciones externas muy desfavorables y comenzaron a sentirse los efectos de la insuficiente disciplina fiscal y el excesivo endeudamiento, determinó que la salida de la crisis se lograra, en 2003, con una reversión del proceso de apertura hacia el Mundo y el abandono de las reglas que habían favorecido a la inversión modernizadora de la economía en la década anterior.

Esta regresión no se dio en otros países. Sin ir mas lejos, Brasil, México, Colombia, Perú y Uruguay, que por la misma época habían comenzado a abrir sus economías y a introducir reformas económicas y sociales en la misma dirección, sufrieron crisis no muy diferentes a la nuestra, pero mantuvieron su compromiso con las normas que regulan las relaciones entre naciones y, lejos de revertir, perfeccionaron el clima favorable a la inversión modernizadora.

Esta diferente reacción frente a las dificultades que casi siempre enfrentan los procesos nacionales de apertura y modernización, explica la gran diferencia que existe hoy en el estado de ánimo de los ciudadanos de estos dos grupos de naciones.  Mientras en Brasil, México, Colombia, Perú y Uruguay reina el optimismo y la esperanza de un futuro mejor, en Argentina cunde el pesimismo y la desesperanza.

Resulta paradójico que en casi todos aquellos países el efecto negativo de la crisis global iniciada en los Estados Unidos en 2008 fue mucho más fuerte que en Argentina y, sin embargo, ahora que ha comenzado la recuperación de la economía global, los países que se mantuvieron abiertos y con reglas amistosas hacia la inversión, avizoran nuevamente un futuro de progreso, mientras que en nuestro caso ocurre lo contrario. Se manifiesta un angustiante estado de desorganización económica y social, al que se suma el evidente desafecto y desinterés de naciones y organizaciones que antes nos buscaban como socios o aliados y ahora, cuanto menos, nos ignoran. Hasta se han escuchado opiniones que objetan nuestra silla en el Grupo de los 20.

Doscientos años de historia, rica en contrastes y experiencias de todo tipo y susceptible de ser comparada con la de muchas naciones que enfrentaron desafíos semejantes, deberían ser suficientes para ayudarnos a identificar el camino que puede devolver progreso para nuestro pueblo y el respeto y la amistad del resto del mundo.

El daño que nos ha causado el abandono de los principios de nuestra Constitución Nacional, que significó pasar de ser una sociedad abierta y libre a otra encerrada y  atemorizada por la arbitrariedad, la falta de transparencia y la inseguridad física y jurídica, es inconmensurable, pero no es irreversible. Así como en el primer siglo de nuestra vida, la Organización Nacional puesta en marcha en 1853 fue capaz de revertir décadas de anarquía y luchas fraticidas, es posible que el Bicentenario cierre esta etapa regresiva y marque el inicio de un nuevo largo período en el que volvamos a ser una sociedad bien organizada, participante respetado de la comunidad de naciones que bregan por la  Paz y por el Progreso. Para lograrlo, necesitamos entender las lecciones de nuestra historia y reconstruir un Consenso para el Progreso.

La Prueba histórica de un fraude intelectual

Por Domingo Cavallo, para La Nación

En la versión online de Nación no aparecen los cuadros, que espero que estén en la versión impresa. Por esa razón reproduzco el artículo con los cuadros en este sitio en lugar de poner un link con La Nación online. Además, me acaban de avisar que en los cuadros de la edición impresa hay un error numérico que provoca confusión. En el cuadro que reporta el porcentaje de crecimiento de las exportaciones argentinas entre 1991 y 2001 dice 12 cuando debería decir 121. Afortunadamente en el texto aparece el número correcto: 121.

Los ideólogos del Plan Fénix impulsaron el abandono de la convertibilidad y promovieron la pesificación de los depósitos y contratos en dólares con fuerte devaluación del Peso, con el argumento de que el “atraso cambiario” de los 90s había deprimido las exportaciones y,  por consiguiente, era responsable de la recesión y del desempleo.

Han pasado ya ocho años de este cambio de paradigma y disponemos de datos estadísticos para examinar la validez empírica de esta teoría. Es importante que los estudiosos de la economía contrasten todas las teorías con la realidad, pero particularmente la del dólar alto como clave de la competitividad, porque es la responsable intelectual de la traumática discontinuidad en las reglas de juego de la economía que se produjo alrededor del Año Nuevo de 2002.

A modo de desafío intelectual, pido a los ideólogos del Plan Fénix que expliquen, a partir de su teoría, la realidad que describen las cifras de los dos cuadros siguientes (quienes se interesen por los datos anuales en los que se basan estos cuadros y sus fuentes, pueden recurrir a mi blog: www.cavallo.com.ar):

Porcentaje de crecimiento de la exportaciones en el período:

País                              Argentina                 Brasil                Chile

1980/1991                            49                     56                      73

1991/2001                           121                     84                     89

2001/2009                           99                    166                   123

Tipo de cambio real promedio del período:

País:                                Argentina               Brasil              Chile

1980/1991                               114                 103                   93

1991/2001                                 64                   89                   98

2001/2009                              121                  113                 111

En el período 1980/2009 las exportaciones de Chile y de Brasil crecieron más que las de Argentina. Esto no  necesita una teoría especial para ser explicado. Es sabido que en los últimos 29 años, Chile es el país que mejor manejó su economía y Brasil, tradicionalmente, tuvo más agresividad exportadora que Argentina.

La comparación interesante surge al dividir estos 29 años en tres períodos bien definidos: el de los 80s, el de la Convertibilidad y el de la vigencia intencional de la política de tipo de cambio alto en nuestro país. En el cuadro donde se presentan los promedios de los respectivos índices del tipo de cambio real, surgen, casi como si se tratara de un experimento preparado para testear la teoría del tipo de cambio alto, claras diferencias en la trayectoria de Argentina, en comparación tanto con Brasil como con Chile. Nuestro país pasó de un tipo de cambio real alto (113) entre 1980-1990 a otro que fue apenas superior a la mitad del anterior (64) para volverlo a subir a casi el doble desde que entró en vigencia la política de tipo de cambio alto (121). En los otros dos países se produjeron variaciones en la misma dirección, determinadas principalmente por los vaivenes del dólar en el mundo, pero mucho menos acentuadas que las variaciones en Argentina.

Miremos ahora el comportamiento de las exportaciones: en los dos períodos de tipo de cambio alto, las exportaciones de Chile y de Brasil crecieron mucho más rápido que las de Argentina. Por el contrario en el tan denostado período de la convertibilidad, o del “atraso cambiario” como lo llaman los teóricos del tipo de cambio alto, las exportaciones de Argentina crecieron al 121 % contra un crecimiento sólo el 89 % de las chilenas y el 84 % las de Brasil.

Sería bueno que los profesores del Plan Fénix pidan a sus estudiantes, como ejercicio práctico, encontrar explicaciones para esta aparente paradoja. Los estudiantes que razonen sin las anteojeras ideológicas de sus profesores van a descubrir que los dos determinantes principales de la competitividad exportadora de un país son: a) la política comercial externa, medida por la brecha entre el tipo de cambio efectivo de las exportaciones  (reducido por las retenciones y las trabas cuantitativas a las exportaciones) y el tipo de cambio efectivo de las importaciones (aumentado por los aranceles y las restricciones cuantitativas a las importaciones) y, b) los incentivos a la inversión modernizadora de la economía, que no es otra que la inversión eficiente. A mayor sesgo anti-exportador de la política comercial externa y a menor aliento a la inversión eficiente, menor crecimiento de las exportaciones.

Cuando se trata de compensar con una moneda extremadamente devaluada un sesgo anti-exportador deliberadamente introducido en la economía y se desalienta la inversión modernizadora, lo único que se logra es que  la inflación deteriore el salario real y desmejore la distribución del ingreso. Eso es exactamente lo que han conseguido al promover el abandono de la convertibilidad.

La década de los 90s, por más mentiras que se repitan sobre ella, va a quedar registrada en la historia económica de Argentina  no sólo como la década en la que erradicamos la inflación, sino también como la década del mejor desempeño exportador.

Y la teoría del tipo de cambio alto, como estrategia de crecimiento, va a ir al tacho de la basura en el que terminan las elucubraciones de economistas que en lugar de trabajar por el bien común ponen su  intelecto al servicio de intereses de empresarios cortesanos o se afanan, dejando de lado la objetividad científica, por revivir sus viejas teorías, desmentidas por la historia no sólo de Argentina sino de toda la humanidad.

El Precio del Dólar, la competitividad externa y el crecimiento económico.

Yair Mundlak y yo fuimos los primeros que probamos empíricamente una relación entre el tipo de cambio, la competitividad externa y el crecimiento a largo plazo en la economía Argentina. Yair Mundlak, Profesor emérito de las Universidades  de Chicago y Hebrea de Jerusale, discipulo dilecto de Theodoro Schultz -el ganador del Premio Nobel de economía por sus estudios sobre la modernización de la agricultura y el desarrollo económico- había elaborado una teoría sobre la relación entre las políticas sectoriales que afectan a la agricultura con el crecimiento a largo plazo de la economía. Cuando fui su alumno, siendo él profesor visitante en la Universidad de Harvard, decidimos tratar de contrastar su teoría con la experiencia histórica de la Argentina.

En la Fundación Mediterránea llevamos a cabo una minuciosa tarea de recolección de datos históricos para el período 1913-1984 con la colaboración de Rafael Conejero y Roberto Domenech, por entonces ayudantes de investigación de aquella institución. Estas series estadísticas fueron publicadas en la revista «Estudios» de la Fundación Mediterránea.

Con la teoría desarrollada por Yair Mundlak y con estas series estadísticas, estimamos un modelo econométrico que trata de explicar el crecimiento y las fluctuaciones de la economía argentina en el período 1913-1984 y luego lo utilizamos para simular cuál habría sido el desempeño de nuestra economía si se hubieran mantenido las reglas de una economía abierta, integrada al mundo y si las políticas monetarias y fiscales hubieran estado enderezadas a preservar la estabilidad macroeconómica, como lo hicieron Canadá y Australia, dos países que hacia 1913 no diferían mucho del nuestro. Es decir, hicimos un ejercicio de lo que se denomina «historia contra-fáctica»

Los resultados fueron primero publicados por el IFPRI ( International Food Policy Research Institute) y por la Fundación Mediterránea, como documentos de trabajo. En 1983 nos dieron, por una versión preliminar de esa investigación, que abarcaba hasta 1982, a Yair Mundlak y a mí el Premio a la Calidad de la Investigación Científica que otorga anualmente la Asociación Americana de Economistas Agrícolas. Eso nos animó a seguir trabajando sobre esa investigación, lo que permitió que finalmente la publicáramos cubriendo el período 1913-1984.

Una versión de divulgación de los resultados de esa investigación, preparada por Roberto Domenech, fue publicada en 1988 como un pequeño libro titulado::  «La Argentina que pudo ser» en el que figuramos como autores Yair Mundlak, Roberto Domenech y yo. Los lectores de este blog pueden encontrar la versión digitalizada en la página «libros» de este sitio.

Entre las conclusiones de ese trabajo aparece una clara relación entre el tipo de cambio real, la competitividad externa y el crecimiento económico de la economía Argentina. Cuando el tipo de cambio real (definido como el cociente entre un índice de precios internos de los bienes comercializables internacionalmente y un índice de precios domésticos) es deprimido a) a través de políticas comerciales que restringen las importaciones y desalientan a las exportaciones (como los aranceles y las restricciones cuantitativas a las importaciones y las retenciones y trabas cuantitativas a las exportaciones) o, b) por una alta proporción de gasto público que genera déficit fiscal a financiarse con emisión monetaria, se produce pérdida de competitividad externa de la economía, se induce una asignación sub-óptima de recursos de capital y de la mano de obra, se restringe la incorporación de tecnologías avanzadas y, como resultado, se reduce la tasa de crecimiento económico.

Los lectores superficiales de esta investigación comenzaron a sostener que la clave para el crecimiento económico es el mantenimiento de un Peso subvaluado, es decir un precio alto para el Dólar, como si el tipo de cambio real fuera el resultado, no de sus determinantes reales arriba mencionado, sino de las manipulaciones que pudiera hacer el gobierno con el tipo de cambio nominal. Este peligroso error de interpretación fue advertido por nosotros cuando colaboramos en la preparación del Informe sobre el Desarrollo Económico Mundial del Banco Mundial del año 1987, porque tuvimos que revisar todo lo que se había escrito hasta ese momento sobre la relación entre el tipo de cambio real y el crecimiento de las economías, no sólo en Argentina sino en el Mundo.

Por esa razón con Joaquín Cottani y Shabaz Khan, ambos funcionarios por entonces del Banco Mundial, escribimos el trabajo que fue publicado en 1990 por el Journal of Economic Development and Cultural Change que acabo de subir a este sitio. En este trabajo, que compara la experiencia de economías emergentes con diferente ritmo de crecimiento económico, demuestra que no es el tipo de cambio denominado de paridad del poder adquisitivo (PPP, Purchasing Power Parity, según sus siglas en inglés) el que influye sobre el crecimiento económico sino: a) el grado de variabilidad de este tipo de cambio y b) el desvío de este tipo de cambio del que resultaría sin políticas de encerramiento de la economía y con disciplina fiscal), desvío que en inglés se denomina «misaligment». En ese trabajo demostramos que: a) la tasa de inversión de la economía es afectada por la variabilidad del tipo de cambio (a mayor variabilidad mayor incertidumbre sobre los precios relativos y menor inversión) y, b) la productividad de la economía (medida por el cociente entre el incremento en el Producto y el incremento en el Capital) es influída negativamente por el desvío del tipo de cambio real en relación al nivel que tendría con políticas de apertura comercial y disciplina fiscal.

A pesar de que toda esta experiencia y esta literatura está disponible desde mediado de los 80s, en nuestro País, para darle respaldo intelectual al cambio de reglas de juego de la economía y de las políticas económicas que el nuevo gobierno decidió alrededor del Año Nuevo de 2002, se recurrió a la vieja y errónea interpretación de que para conseguir competitividad y un rápido crecimiento sostenido de la economía se necesitaba devaluar el Peso abandonando la regla monetaria de la convertibilidad. Esta fue la recomendación de los profesores del Plan Fénix, lo que ha venido a popularizarse como la estrategia de crecimiento basado en el «Dólar Alto» y, más pretenciosamente, los dirigentes políticos y empresariales que la implementaron, denominan el «Modelo Productivo»

A ocho años de la implementación de este supuesto nuevo paradigma económico, estamos en condiciones de verificar empíricamente la falsedad de la teoría con que se pretendió  respaldarla. Para hacerlo he hecho recolectar los datos, bastante elementales por cierto, que aparecen en la planilla excel que acabo de subir a este blog.

En el artículo que he preparado para la edición del próximo domingo del suplemento Economía y Negocios de la Nación,  argumento que estos datos demuestran que el período de la convetibilidad: 1991-2001, el desempeño exportador de Argentina superó ampliamente al de Brasil y Chile. Por el contrario, contradiciendo en forma elocuente la teoría de que se necesita una moneda subvaluada para ganar competitividad, los datos muestran que entre 2002 y 2009 las exportaciones de Brasil y de Chile crecieron mucho más que las de Argentina. Buen ejercicio práctico para que los profesores del Plan Fénix pidan explicaciones a sus alumnos de economía sobre las razones de esta aparente paradoja. He escrito esta columna para que quienes quieran verificar el argumento del artículo que podrán leer el próximo domingo, dispongan fácilmente de los datos estadísticos para hacerlo.