El Precio del Dólar, la competitividad externa y el crecimiento económico.

Yair Mundlak y yo fuimos los primeros que probamos empíricamente una relación entre el tipo de cambio, la competitividad externa y el crecimiento a largo plazo en la economía Argentina. Yair Mundlak, Profesor emérito de las Universidades  de Chicago y Hebrea de Jerusale, discipulo dilecto de Theodoro Schultz -el ganador del Premio Nobel de economía por sus estudios sobre la modernización de la agricultura y el desarrollo económico- había elaborado una teoría sobre la relación entre las políticas sectoriales que afectan a la agricultura con el crecimiento a largo plazo de la economía. Cuando fui su alumno, siendo él profesor visitante en la Universidad de Harvard, decidimos tratar de contrastar su teoría con la experiencia histórica de la Argentina.

En la Fundación Mediterránea llevamos a cabo una minuciosa tarea de recolección de datos históricos para el período 1913-1984 con la colaboración de Rafael Conejero y Roberto Domenech, por entonces ayudantes de investigación de aquella institución. Estas series estadísticas fueron publicadas en la revista «Estudios» de la Fundación Mediterránea.

Con la teoría desarrollada por Yair Mundlak y con estas series estadísticas, estimamos un modelo econométrico que trata de explicar el crecimiento y las fluctuaciones de la economía argentina en el período 1913-1984 y luego lo utilizamos para simular cuál habría sido el desempeño de nuestra economía si se hubieran mantenido las reglas de una economía abierta, integrada al mundo y si las políticas monetarias y fiscales hubieran estado enderezadas a preservar la estabilidad macroeconómica, como lo hicieron Canadá y Australia, dos países que hacia 1913 no diferían mucho del nuestro. Es decir, hicimos un ejercicio de lo que se denomina «historia contra-fáctica»

Los resultados fueron primero publicados por el IFPRI ( International Food Policy Research Institute) y por la Fundación Mediterránea, como documentos de trabajo. En 1983 nos dieron, por una versión preliminar de esa investigación, que abarcaba hasta 1982, a Yair Mundlak y a mí el Premio a la Calidad de la Investigación Científica que otorga anualmente la Asociación Americana de Economistas Agrícolas. Eso nos animó a seguir trabajando sobre esa investigación, lo que permitió que finalmente la publicáramos cubriendo el período 1913-1984.

Una versión de divulgación de los resultados de esa investigación, preparada por Roberto Domenech, fue publicada en 1988 como un pequeño libro titulado::  «La Argentina que pudo ser» en el que figuramos como autores Yair Mundlak, Roberto Domenech y yo. Los lectores de este blog pueden encontrar la versión digitalizada en la página «libros» de este sitio.

Entre las conclusiones de ese trabajo aparece una clara relación entre el tipo de cambio real, la competitividad externa y el crecimiento económico de la economía Argentina. Cuando el tipo de cambio real (definido como el cociente entre un índice de precios internos de los bienes comercializables internacionalmente y un índice de precios domésticos) es deprimido a) a través de políticas comerciales que restringen las importaciones y desalientan a las exportaciones (como los aranceles y las restricciones cuantitativas a las importaciones y las retenciones y trabas cuantitativas a las exportaciones) o, b) por una alta proporción de gasto público que genera déficit fiscal a financiarse con emisión monetaria, se produce pérdida de competitividad externa de la economía, se induce una asignación sub-óptima de recursos de capital y de la mano de obra, se restringe la incorporación de tecnologías avanzadas y, como resultado, se reduce la tasa de crecimiento económico.

Los lectores superficiales de esta investigación comenzaron a sostener que la clave para el crecimiento económico es el mantenimiento de un Peso subvaluado, es decir un precio alto para el Dólar, como si el tipo de cambio real fuera el resultado, no de sus determinantes reales arriba mencionado, sino de las manipulaciones que pudiera hacer el gobierno con el tipo de cambio nominal. Este peligroso error de interpretación fue advertido por nosotros cuando colaboramos en la preparación del Informe sobre el Desarrollo Económico Mundial del Banco Mundial del año 1987, porque tuvimos que revisar todo lo que se había escrito hasta ese momento sobre la relación entre el tipo de cambio real y el crecimiento de las economías, no sólo en Argentina sino en el Mundo.

Por esa razón con Joaquín Cottani y Shabaz Khan, ambos funcionarios por entonces del Banco Mundial, escribimos el trabajo que fue publicado en 1990 por el Journal of Economic Development and Cultural Change que acabo de subir a este sitio. En este trabajo, que compara la experiencia de economías emergentes con diferente ritmo de crecimiento económico, demuestra que no es el tipo de cambio denominado de paridad del poder adquisitivo (PPP, Purchasing Power Parity, según sus siglas en inglés) el que influye sobre el crecimiento económico sino: a) el grado de variabilidad de este tipo de cambio y b) el desvío de este tipo de cambio del que resultaría sin políticas de encerramiento de la economía y con disciplina fiscal), desvío que en inglés se denomina «misaligment». En ese trabajo demostramos que: a) la tasa de inversión de la economía es afectada por la variabilidad del tipo de cambio (a mayor variabilidad mayor incertidumbre sobre los precios relativos y menor inversión) y, b) la productividad de la economía (medida por el cociente entre el incremento en el Producto y el incremento en el Capital) es influída negativamente por el desvío del tipo de cambio real en relación al nivel que tendría con políticas de apertura comercial y disciplina fiscal.

A pesar de que toda esta experiencia y esta literatura está disponible desde mediado de los 80s, en nuestro País, para darle respaldo intelectual al cambio de reglas de juego de la economía y de las políticas económicas que el nuevo gobierno decidió alrededor del Año Nuevo de 2002, se recurrió a la vieja y errónea interpretación de que para conseguir competitividad y un rápido crecimiento sostenido de la economía se necesitaba devaluar el Peso abandonando la regla monetaria de la convertibilidad. Esta fue la recomendación de los profesores del Plan Fénix, lo que ha venido a popularizarse como la estrategia de crecimiento basado en el «Dólar Alto» y, más pretenciosamente, los dirigentes políticos y empresariales que la implementaron, denominan el «Modelo Productivo»

A ocho años de la implementación de este supuesto nuevo paradigma económico, estamos en condiciones de verificar empíricamente la falsedad de la teoría con que se pretendió  respaldarla. Para hacerlo he hecho recolectar los datos, bastante elementales por cierto, que aparecen en la planilla excel que acabo de subir a este blog.

En el artículo que he preparado para la edición del próximo domingo del suplemento Economía y Negocios de la Nación,  argumento que estos datos demuestran que el período de la convetibilidad: 1991-2001, el desempeño exportador de Argentina superó ampliamente al de Brasil y Chile. Por el contrario, contradiciendo en forma elocuente la teoría de que se necesita una moneda subvaluada para ganar competitividad, los datos muestran que entre 2002 y 2009 las exportaciones de Brasil y de Chile crecieron mucho más que las de Argentina. Buen ejercicio práctico para que los profesores del Plan Fénix pidan explicaciones a sus alumnos de economía sobre las razones de esta aparente paradoja. He escrito esta columna para que quienes quieran verificar el argumento del artículo que podrán leer el próximo domingo, dispongan fácilmente de los datos estadísticos para hacerlo.

Hay riesgo de inflación en la economía global?

En setiembre de este año cuando participé en la conferencia «Global Economic Symposium» organizado por el Kiel Istitute for World Economics en Plöen Castle, Alemania, tuve que exponer mi pensamiento en una mesa redonda en la que se habló de las estrategias de salida de la crisis global. Al periodista Romesh Vaitilingam le interesó mi contestación a la pregunta: hay riesgo de inflación en la economía global?. Me hizo un reportaje radial que ahora ha subido a voxeu.eu, un sitio que se especializa en divulgar trabajos de investigación sobre problemas de políticas públicas. Quienes estén interesados en oir mis argumentos y dispuestos a sufrir con mi inglés, pueden encontrar el audio en: http://www.voxeu.eu/index.php?q=node/4202

Progreso y Crisis

«El progreso económico y social de la humanidad es una consecuencia de la innovación tecnológica. El lenguaje oral, el cultivo de la tierra, la domesticación de los animales, la rueda,  los acueductos, la navegación y la escritura, hace más de dos mil años: la brújula, la imprenta, las escuelas, las universidades, la moneda, la contabilidad por partida doble y el reloj, en la época del medioevo; el motor a vapor, la destilación del petróleo, el motor a combustión, los trenes, la electricidad, el telégrafo, el automóvil, la aviación, las máquinas herramientas y el teléfono, en el siglo 19 y principios del siglo 20; los antibióticos, las vacunas, la energía nuclear, las computadoras, el internet, en los últimos decenios… y millones de otros descubrimientos más específicos, permitieron que a lo largo de los siglos aumentara de manera sostenida la productividad del trabajo humano e impulsara el incremento, por habitante, de la cantidad y calidad de los bienes y servicios disponibles para satisfacer las necesidades humanas».

«La innovación tecnológica se hace posible por la inversión en capital humano, es decir a través de la educación y la investigación y requiere de inversión en capital físico para permitir su implementación en todos los procesos productivos a los que puede llegar a beneficiar. Tanto la generación de la innovación tecnológica como la inversión en capital físico y humano para su implementación en los procesos productivos requieren de un mínimo de organización social, que, a lo largo de la historia, ha adoptado formas diversas».

«En los últimos doscientos años se han ido consolidando dos clases de instituciones claves para el buen funcionamiento de  la economía: los mercados y los estados. El rol económico de los mercados y de los estados es el de contribuir a que exista suficiente coordinación entre las decisiones económicas individuales y se minimicen los desajustes entre ofertas y demandas de bienes y servicios, así como que los mismos se distribuyan entre las familias conforme a algún patrón aceptable de equidad».

«Las crisis económicas se producen cuando por fallas de los mercados o de los estados, o por eventos naturales imprevistos, se acumulan muchos desajustes entre ofertas y demandas, o la distribución de los bienes se aleja de los patrones de equidad aceptables para la sociedad, de tal forma que los integrantes de la sociedad dejan de actuar de manera cooperativa y conducente al progreso y se embarcan en actitudes defensivas o agresivas  que provocan regresión y disociación. Muchas veces, las crisis económicas son precedidas por crisis financieras. Las crisis financieras son siempre fruto del exceso de optimismo que reina en períodos de progreso económico y abundante liquidez.»

Lo que acaban de leer es la introducción conceptual a la conferencia que dicté en la Universidad » El Señor de Sipán» , Ciclayo, Perú, el 27 de junio de 2009. Quienes estén interesados en su lectura completa pueden encontrarla bajo el título «América Latina frente a la Crisis Global«, en la página «artículos en español» de este sitio. Estoy preparando una conferencia sobre el mismo tema para dictar en la Universidad EAFIT de Medellín, Colombia, el 23 de noviembre. Se agradecen sugerencias y comentarios.

La importancia de interpretar bien las lecciones de la historia

Hoy estuve pensando sobre el tema del post que quería escribir luego de haber leído en La Nación lo que Paul Krugman dijo en Buenos Aires  durante su última visita: «Estuve a favor de abandonar la convertibilidad y de la dura negociación de la deuda, pero no de la intervención en la microeconomía. Los controles de precios nunca fueron una cosa buena; hay que ser cuidadosos porque la historia de la intervención en la exportación no es buena.»

El mensaje que me envió Fernando Díaz como comentario a mi artículo «Esperan que El Niño nos rescate: peligrosa ilusión» me ayudó a encontrar la puerta de entrada al tema abordado por Krugman.  Dice Fernando: «la raíz de todos los males es la mala interpretación que se hizo en Argentina de la crisis 2001/2002 y de las consecuencias económicas de los 90’s.»  Fernando se refiere a los «males» de la situación económica y social actual. Estoy convencido que tiene razón. Lamentablemente, la mala interpretación de la crisis 2001/2002 y de las consecuencias económicas de los 90’s, existe no sólo en Argentina, sino también en influyentes medios y personajes del exterior.

Durante todo el año 2002, cuando debí sufrir injustas persecuciones políticas y ataques no sólo personales sino también a mi familia, mi mayor sufrimiento no surgía de esos ataques ni de la prisión con la que quisieron «condenar» mi supuesta paternidad de la crisis,  sino de la deformación de la realidad que emergía de la propaganda gubernamental que se transformó en una formidable maquinaria para el engaño.  Este blog registra todos los esfuerzos comunicacionales  en los que me embarqué, lamentablemente en extrema soledad, para tratar de advertir sobre el engaño y sus consecuencias. A los visitantes interesados en recordar esos esfuerzos, los invito a releer mis artículos del año 2002, que aparecen en la página «artículos en español» de este sitio y los posts que subí en aquel año.

Había dos engranajes fundamentales en esa maquinaria para el engaño: 1) la identificación de la convertibilidad con una política de ajustes permanentes para provocar una redistribución regresiva del ingreso e incrementar la pobreza, sintetizada en el eslogan «tuvieron que bajar los salarios y la jubilaciones en un 13 % y provocaron un gran aumento de la desocupación», y 2) la presentación de la pesificación y la devaluación como consecuencias inevitables de la corrida de depósitos que obligó a imponer en diciembre de 2001 el «corralito» como bancarización obligatoria de los pagos. Para confundir, denominaron «corralón» al alevoso robo a los depositantes y tenedores de activos financieros llevado a cabo para financiar una injusta y , probablemente corrupta, licuación de pasivos de grandes deudores.

Estas dos mentiras deberían haber hecho advertir a muchos la falta de escrúpulos y la perversidad de quienes se habían hecho del poder a través de un golpe institucional: mientras condenaban a la convertibilidad con el argumento de que para sostenerse había requerido una rebaja de salarios y jubilaciones,  la combinación de pesificación con devaluación provocaba, a través de la inflación, una caída de más del 30 % de las remuneraciones de todos los trabajadores y las jubilaciones en términos de poder adquisitivo, no sólo de las de los empleados públicos y jubilados que cobraban más de 500 dólares mensuales; mientras atribuían a la convertibilidad el aumento del desempleo y la pobreza, provocaban más desempleo y más pobreza, tal como lo registran las estadísticas de 2002 en comparación con las de 2001; mientras argumentaban que la pesificación y la devaluación eran consecuencia inevitable del corralito y ayudarían a resolver la crisis fiananciera, disponían el congelamiento de los depósitos a plazo fijo (cosa que el corralito no había hecho) y provocaban el default de toda la deuda interna, aún cuando ésta había sido reestructurada y su costo drásticamente reducido a través del denominado préstamo garantizado.

Me cansé de repetir y explicar, en cuanto medio y foro pude hacer oir mi voz, que la pesificación y la devaluación no tuvieron ni el objetivo de mejorar la situación social  ni de revertir el clima de crisis financiera, tampoco el pregonado objetivo de transformar a las exportaciones en motor del crecimiento económico y mucho menos el de alentar la inversión productiva. Todo lo contrario,  la pesificación y la devaluación tuvieron dos objetivos bien definidos: 1) producir una transferencia de riqueza de ahorristas argentinos y extranjeros, especialmente los depositantes y tenedores de bonos, a deudores, especialmente a los grandes deudores que habían obtenido su financiamiento bajo ley argentina y pudieron imponer una quita alevosa a sus acreedores sin someterse a ningún tipo de negociación ni acuerdo de acreedores y 2) apropiarse, sin compensación alguna, de todo el capital que habían invertido las empresas  que  habían adquirido los activos o habían obtenido concesiones para la prestación de servicios públicos. Esta apropiación perseguía re-estatizar algunos servicios y, en la mayoría de los casos, pasar la propiedad de las empresas a amigos del poder de turno.

El argumento de que el abandono de la convertibilidad y la implementación de la pesificación y la devaluación perseguía  producir alivio a la situación social y solucionar la crisis financiera era para consumo interno, dado que la gente estaba agobiada por la desocupación, la pobreza y la pérdida de sus ahorros. Era una burda mentira, pero con habilidad política y un gran despliegue propagandistico, lograron convencer a la mayoría de la gente a punto tal de que que hoy es lugar común escuchar que la convertibilidad y el corralito fueron los responsables de la extrema pobreza, el record de desocupación y la confiscación de ahorros que se produjo durante el año 2002.

El argumento de que la pesificación y la devaluación iban a permitir recuperar el crecimiento a traves del impulso exportador era el que más convencía a quienes nos observaban del exterior. Recuerdo muy bien que en varias oportunidades durante el año 2002 tuve que discutir con Krugman. Yo le decía que la mejor demostración de que la devaluación no se había hecho para promover las exportaciones y la inversión, era la utilización de intervenciones microeconómicas del Estado en forma de violación de contratos que inexorablemente llevarían a destruir los incentivos a la inversión, impuestos distorsivos y restricciones cuantitativas con claro sesgo anti-exportador, que frenarían, en lugar de estimular, a las exportaciones y controles de precios (entre los cuales, el más alevoso de todos era el congelamiento de las tarifas de servicios públicos al nivel que habían tenido antes de la devaluación) que, simple y llanamente, llevarían a una desaparición de la inversión en servicios públicos. Krugman, en aquel entonces, no me creía. O, quizás, pensaba que yo exageraba.

Desde mediados de 2002 y, sobre todo, desde 2003 hasta 2008, Argentina fue bendecida por la devaluación del Dólar frente a casi todas las demás monedas y por el inédito aumento de los precios de los principales productos de exportación. Fueron estos acontecimientos externos, sumados a las fuertes inversiones de los años 90s, los que permitieron a nuestra economía aumentar su producción y disminuir la desocupación y la pobreza, pero lo hicieron en forma precaria y no sostenible, porque la pesificación y todas las demás intervenciones microeonómicas del Estado en la economía actuaron como freno tanto de las exportaciones como de la inversión productiva. La mejor demostración de que el aumento de las exportaciones y de la recuperación económica fue la bonanza internacional y no las políticas económicas puestas en marcha en 2002, surge de comparar la evolución de las exportaciones argentinas con las de Chile y Brasil en dos períodos relevantes: la década de los 90s y lo que va de esta primera década del siglo XXI: mientras entre 1990 y2000 las exportaciones Argentinas crecieron al mismo ritmo de las de Chile y superaron ampliamente al ritmo de crecimiento de las de Brasil, en los 9 años transcurridos desde 2000 las exportaciones argentinas quedaron muy rezagadas, tanto en comparación con las de Chile como en comparación a las de Brasil. Y la misma conclusión se extrae cuando se comparan las inversiones de los tres países en las dos décadas.

Me imagino que Paul Krugman ha estado observando estas comparaciones y, quiero también creer, que debe haber recordado mis prevenciones a su optimismo sobre el efecto promotor de las exportaciones y de la inversión que él le atribuía en 2002 al abandono de la convertibilidad. Por eso ha venido a advertir que él «no apoyó las intervenciones microeconómicas. Los controles de precios nunca fueron una cosa buena; hay que ser cuidadosos porque la historia de la intervención en la exportación no es buena». Lástima que recién lo advierte nueve años después, cuando la introducción del virus se produjo, precisamente, a través del abandono de la convertibilidad y mediante el peor de los agentes transmisores de la enfermedad: la destrucción de la base contractual de la economía que resultó del denominado proceso de «pesificación».

Para quienes los argumentos de este artículo no resulten suficientemente convincentes, invito a releer el post que subí a este sitio el 30 de junio de 2007 titulado: «Con Convertibilidad hoy estaríamos mucho mejor».

Esperan que El Niño nos rescate: peligrosa ilusión.

Por Domingo Cavallo para Perfil, publicado en ese medio el domingo 18 de Octubre de 2009

La endeblez de  nuestra economía se manifiesta en la opinión de los economistas que se muestran optimistas sobre las perspectivas de crecimiento e inflación  durante el próximo año, basadas en el pronóstico de que habrá una cosecha record de soja gracias a la humedad que traerá consigo la corriente de El Niño.

Quienes razonan así, no sólo pueden llegar a equivocarse por sobrestimar la recaudación capaz de generar la exportación de soja, si no que se equivocan de partida por subestimar la gravedad de la situación fiscal por la que atraviesan los municipios, las provincias y la Nación.

Quienes esperan una fuerte recaudación por la exportación de soja el próximo año parten del supuesto de que habrá una gran producción por aumento del área sembrada gracias a las buenas condiciones climáticas que se esperan, y a la circunstancia de que los agricultores tienen disponibles para sembrar soja de primera, muchas hectáreas en las que este año no se sembró trigo. También sostienen que se sembrará muy poco maíz y otras oleaginosas. Estos supuestos son realistas, pero de la misma forma que sirven para predecir aumento en la producción y exportación de soja, también deberían servir para advertir que este año  y el próximo habrá una gran caída en la producción y exportación de trigo, de maíz y de girasol.

Además, que aumente el área sembrada con soja no significa necesariamente que vaya a aumentar mucho la producción porque habrá que ver que pasa con los rendimientos. Estos dependen no sólo de las condiciones climáticas sino también de la intensidad de uso de insumos. El desaliento que existe en las áreas rurales y la falta de capital de trabajo puede inducir a cultivar con una mínima aplicación de insumos. Si ello ocurre, los rendimientos pueden resultar inferiores a los observados en años anteriores en los que el buen clima se combinó con fuerte entusiasmo inversor de los productores.

Con todo, el mayor error no se origina en esta posible sobrestimación de los ingresos por exportación de soja, sino en la subestimación de la crisis fiscal de este año y de la que se vislumbra para el año próximo.

El presupuesto nacional que se está aprobando en el Congreso no contempla por el lado de los gastos los aumentos salariales que el gobierno deberá otorgar, so pena de enfrentar infinitos conflictos laborales. Tampoco contempla suficiente previsión de transferencias de recursos a las provincias para que estas puedan pagar sus sueldos y no deban recurrir a la emisión de cuasi-monedas. Por otro lado sobrestima la recaudación por IVA y por ganancias, impuestos que serán severamente afectados por el clima recesivo que se está viviendo y que es aventurado predecir que va a ser revertido siendo que no se vislumbran intenciones de inversión en ningún sector de la economía.

Los esfuerzos que está haciendo el Ministro de Economía para tratar de normalizar la relación financiera con el exterior permitirán cierta recuperación del crédito público, pero ello, en el mejor de los casos, apenas alcanzará para atender los vencimientos de capital e intereses de la deuda pública nacional y provincial. El déficit fiscal que inexorablemente aumentará en lo que resta de este año y durante el año próximo, va a obligar al Banco Central a aumentar el ritmo de emisión monetaria con el consiguiente efecto inflacionario. Si para evitar la emisión monetaria se recurre al aumento de las tarifas públicas, lo que ayudaría a disminuir el déficit fiscal, igualmente habrá un efecto inflacionario, que no por transitorio y acotado dejará de ser percibido por la población como un golpe a su bolsillo e impulsará las mismas demandas salariales que la inflación originada en la emisión monetaria. Frente a un panorama semejante, el Banco Central se verá obligado a convalidar con emisión la inflación originada en los aumentos de tarifas.

La crisis fiscal en la que ya está inmersa nuestra economía y sus consecuencias estanflacionarias son de imposible reversión en los dos últimos años del gobierno de Cristina Kirchner. Pensar que el Niño va a rescatar a nuestra economía y va a permitir que Nestor Kirchner aspire a ser elegido nuevamente Presidente de la Nación en 2011, es una ilusión extremadamente riesgosa para la salud no sólo de nuestra economía sino también de nuestra democracia.