Devaluar o no devaluar, el dilema de Cristina

No me refiero a las mini-devaluaciones que viene admitiendo el Gobierno desde hace tres años ni a la gran devaluación espontanea que ha venido sufriendo el Peso en el mercado paralelo del Dólar, totalmente independiente de la voluntad del Gobierno. Sino a un  salto devaluatorio del Peso en el mercado oficial del Dólar que el Gobierno controla desde que restringió severamente la venta de dólares para ahorro y transferencias financieras al exterior, incluidas pagos por regalías, repatriación de capitales y remisión de dividendos.

Las sugerencias de los economistas Kirchneristas y no Kirchneristas que se sienten cómodos con la actual organización del mercado cambiario, van desde un salto devaluatorio que ubique al precio del dólar en 6.50 para algunos, a 7.50 para otros y al nivel en el que está el dólar en el mercado paralelo para los más comprometidos con la teoría del dólar real alto.

En este post voy a explicar porque Cristina no presta atención a estas sugerencias y, en uno próximo, voy a explicar de qué forma resolvería este dilema un  nuevo Gobierno que quiera velar por el futuro del país.

Cristina no presta atención a estas sugerencias porque teme que un salto devaluatorio termine provocando un “Rodrigazo”. ¿Se equivoca? No, porque un gobierno que ha dejado absolutamente de lado a la política monetaria como herramienta inflacionaria y quiere evitar a toda costa un enfriamiento adicional del nivel de actividad económica, no puede evitar que un salto devaluatorio termine provocando una explosión inflacionaria. Sólo acompañando a alguna de estas dos decisiones con una fuerte política monetaria anti-inflacionaria podría llegar a evitar este resultado. Pero ello significaría permitir que en el sistema bancario las tasas a pagar por los depósitos sean positivas en términos reales, es decir se ubiquen por arriba de la inflación esperada y del ritmo devaluatorio. Algo que el gobierno ha jurado no permitir jamás.

Estoy seguro que, además, cualquiera sea el nivel que vaya alcanzando el precio del dólar en el mercado oficial, la brecha con el precio en el mercado paralelo, lejos de achicarse, se agrandaría. Lo hemos visto en Venezuela en todos los casos en que ese país aplicó un salto devaluatorio y lo hemos visto muchas veces  también en nuestro país cuando teníamos dos mercados cambiarios. Esto ocurre porque existiendo restricciones para operar en el mercado oficial y una política monetaria pasiva, la devaluación en el mercado oficial confirma y multiplica las expectativas devaluatorias que ya se habían manifestado en el mercado paralelo.

La existencia de inflación reprimida y fuerte déficit fiscal vinculado a la necesidad de financiar los servicios públicos con tarifas congeladas y de cubrir el déficit energético, acentúa el riesgo de espiralización de la inflación, porque el Gobierno no podría dejar de acompañar la devaluación con un tarifazo de al menos la misma magnitud. De no hacerlo, el déficit por subsidios se multiplicaría y con ella la emisión monetaria. Es impensable que, ante semejante devaluación y tarifazo, los sindicatos no soliciten aumentos de los salarios nominales en la misma proporción. Esto es, ni más ni menos, la descripción del Rodrigazo.

Muchos argumentan que la posibilidad del Gobierno de postergar la devaluación tiene como límite la disponibilidad de reservas y que no podrá mantener las políticas actuales si las reservas se reducen a un umbral peligroso. Es cierto, pero ese límite puede ser alejado en el tiempo. El gobierno podrá apelar a suspender el pago de servicios de la deuda externa, usando como excusa lo que va a resolver la Cámara de apelaciones de Nueva York y, en caso extremo, a expropiar (sin pago inmediato del precio, como ya lo hizo con YPF) a las empresas mineras que ya están en la etapa de generar fuertes flujos de fondos positivos en moneda extranjera porque han terminado la etapa de la inversión. La izquierda, aunque hoy se dice anti-Kirchnerista, apoyaría y daría argumentos a esta decisión. La gente sensata denunciaría que se trata de una estrategia chavista que nos aísla aún más del mundo, pero no creo que estas críticas logren frenar a Cristina.

La apuesta del Gobierno va a ser que la explosión se produzca cuando el gobierno ya esté en otras manos. Si se trata del cambio de Gobierno que seguramente sobrevendrá después de las elecciones presidenciales de 2015, el discurso oficial será que la explosión fue el resultado de que la gente no haya votado por la continuidad de Cristina. Si la explosión se anticipara, cuando el Gobierno la advierta inminente, organizará un auto golpe y acusará a la oposición, a los mercados y a la «sinarquía»  internacional de haberla sacado del Poder. Los Kirchneristas argumentarán que la explosión fue la consecuencia de ese golpe y comenzarán a trabajar para volver al poder luego del fracaso del Gobierno que soportó la explosión. Si se saldrán con la suya, no lo sé; pero que lo intentarán, no me cabe la menor duda.

De la Sota y De Narvaez deben buscar una foto inaugural distinta

Una cosa hubiera sido conseguir que personas como Moyano y Lavagna apoyaran su alianza política, como consiguieron que lo hagan Schiaretti, Rucci,  Pepe Scioli, Jorge Yoma, Barrionuevo, Piumetto y Benegas y otra cosa muy distinta es que los presenten como fundadores e inspiradores de la Alianza. Sugerir que lo que ofrecen a la gente es una estrategia como la que apoyaron tan enfáticamente Moyano y Lavagna durante el Gobierno de Duhalde y el primer Gobierno de Kirchner, es prometer el mismo rumbo, con más errores. Si en lugar de hacer lo que hizo Cristina desde 2007 ella hubiera seguido satisfaciendo las pretensiones de Moyano y siguiendo las sugerencias de Lavagna, hoy estaríamos peor de lo que estamos.

Ningún gobierno que sugiera que va a acentuar los errores del Kirchnerismo tiene posibilidades de ser una alternativa superadora. Por eso me parece prudente que Massa y Scioli se preserven para definir su propuesta un poco más adelante y busquen utilizar una fotografía con personajes más despegados de los desaciertos kirchneristas. Distinto sería ver una foto en la que estuvieran en primera plana De la Sota, De Narvaez, Daniel Scioli, Macri, Massa, los hermanos Rodriguez Saa, Reuteman, Solá, Schiaretti, Peralta, Beliz y Puerta y las figuras de Moyano y Lavagna aparecieran en un grupo en el que además de los que estuvieron en un segundo plano en la reunión de Córdoba, aparecieran también Santiago Montoya, Melconián, Sturzenegger, Laspina, Magariños, Pinedo, Rodriguez Larreta, Lousteau, Redrado y tantos otros economistas y políticos que tienen menor olor a populismo kirchnerista que Moyano y Lavagna.

La explicación Lavagnista de la inflación

Si uno escucha la explicación que dan muchos de los que ahora quieren distanciarse del Gobierno, el problema inflacionario habría comenzado con la salida de Lavagna del Ministerio de Economía. Algunos incluso sostienen que el problema fue no haber seguido una política cambiaria como la que se pregonaba cuando decían que la clave de la nueva estrategia de crecimiento era el «tipo de cambio real alto». Como si haber devaluado a un ritmo mayor en el mercado oficial, hubiera ayudado a reducir la tasa de inflación.

Esta explicación es absurda. En realidad el origen de la inflación que hoy azota a la economía Argentina está, precisamente, en la pesificación acompañada de fuerte devaluación de 2002 y en la política monetaria que se siguió desde que se quiso mantener el «tipo de cambio real alto». La supuesta estabilización de 2003 y 2004 tuvo su origen en el congelamiento de tarifas públicas a los niveles de 2001,  a la imposición de retenciones a las exportaciones agropecuarias, algunos controles de precios sobre los alimentos básicos y en la apreciación del Peso que se produjo  durante 2003 en forma más o menos espontánea, aún a contramano de la política cambiaria que el Gobierno se había propuesto implementar (el precio del dólar bajó de casi 4 pesos a fines de 2001 a  alrededor de 3 a fines de 2003).

Pero ¿porqué la inflación comenzó a aumentar  nuevamente a partir de 2004? Por no haberse seguido la misma política de Lula en Brasil, como yo lo había propuesto en el post titulado «Duhalde, Carrió y Kirchner deberían imitar a Lula, no sólo admirarlo» de febrero de 2003 y, con más detalle, en el post «Es positivo que el Peso y el Real se fortalezcan» de marzo de 2003.

Pruebas al canto. Observemos el comportamiento del tipo de cambio nominal del Real y del Peso, desde junio de 1994 hasta la actualidad:

Se puede ver claramente que luego de las fuertes devaluaciones que comenzaron en febrero de 1999 en Brasil y en Enero de 2002 en Argentina, el Dólar llegó a cotizarse hasta 4 Reales en Brasil y 4 pesos en Argentina. Es decir el Real y el Peso valían apenas 25 centavos de Dólar, a pesar de que hacia 1996 ambos habían estado en paridad con el Dólar.

Desde que asumió Lula en Brasil y durante el año de la campaña electoral en Argentina, tanto el Peso como el Real comenzaron a apreciarse y hacia fines del 2003 el precio del Dólar había bajado a 3 pesos  y 3 reales respectivamente. Brasil no siguió la teoría del «tipo de cambio real alto» sino que se propuso alcanzar metas de inflación decrecientes.  En Argentina, Lavagna y muchos otros economistas convencieron a Kirchner de las bondades de no dejar que el Peso se siguiera apreciando y Kirchner dio la orden al Banco Central de no dejarlo bajar de 3 pesos.

Tanto Cardozo como Lula habían recibido de sus respectivos ministros consejos diferentes. Las dos preguntas que el periodista de Perfil le hizo a Lavagna en un reportaje de 2007, son muy elocuentes:

«-Periodista: ¿Usted dice que Brasil, hasta antes de Fernando Enrique Cardoso, tuvo un modelo más parecido al de los tigres asiáticos, y por lo tanto al suyo?»

«-Lavagna: Sin duda.»

«-Periodista: ¿Y que Cardoso y Lula se hicieron”cavallistas?»

«-Lavagna: Si, y así les va a ir.»

En el gráfico que sigue se pueden ver las consecuencias de que Kirchner se haya «Lavagnizado» y Lula se haya «Cavallizado», en los términos del periodista de Perfil y del mismo Lavagna.

Mientras en Brasil la tasa de inflación comenzó a bajar, en Argentina comenzó a subir. Así llegamos a que hoy Brasil tiene una inflación del 6 % anual y Argentina del 25 % anual. Expliqué esta divergencia en innumerables artículos, entre los cuales vale la pena leer el titulado «Inflación y tipo de cambio: cómo se relacionan con la sensación de prosperidad brasileña y la desesperanza argentina» publicado en enero de 2010.

A esta altura, algunos lectores pensarán que es mejor que en Argentina el dólar oficial esté a 5.20 pesos y no a 2 reales por dólar como está en Brasil. Están equivocados por una razón muy sencilla, a 2 reales por dólar hoy hay total libertad cambiaria en Brasil y una fuerte entrada de dólares, con tasas de interés externas del 4 % anual, mientras que a 5.20 pesos por dólares en el mercado oficial de Argentina, nadie puede comprar dólares (estos valen 9.40 pesos por dólar en el mercado paralelo), la tasa de interés externa para Argentina no baja del 12% y los capitales se fugan del País.

¿Cómo se explican resultados tan disimiles? Muy sencillo. Si en 2004 Argentina hubiera seguido una política monetaria de metas de inflación, como lo hizo Brasil, el Peso se hubiera apreciado. Las bajas de precios asociadas a esa apreciación hubieran permitido la actualización de los precios de la energía y otras tarifas  de los servicios públicos, lo mismo que la de los salarios que habían quedado rezagados. El efecto neto hubiera sido una inflación baja, como en Brasil y hubieran desaparecido los desequilibrios en precios relativos que hoy obligan al pago de enormes subsidios. Además, a lo largo de todo el período esos desequilibrios desalentaron la inversión en sectores claves de la economía. La economía hubiera crecido quizás con un poco menos de consumo pero con más inversión productiva. El crecimiento hubiera sido más sostenible y hoy no existirían los cuellos de botella que han sumido al país en estanflación. Tampoco existirían restricciones cambiarias y los capitales, en lugar de fugarse, estarían entrando y financiando inversiones productivas.

Estoy seguro que quienes creen que la devaluación de 2002 fue el origen de la recuperación del campo, pensarán que con un dólar a 2 pesos hoy el sector agropecuario estaría mucho peor de lo que está. Craso error y, si no lo creen, lean el reciente  artículo de Juan Manuel Garzón de Fundación Mediterránea titulado «Se aleja la producción de granos de Brasil». ¿Porqué en Brasil con un Dólar a 2 reales la producción granaria aumenta mucho más que en Argentina? Porque allá no aplican retenciones, los costos de los insumos también se compran a un dólar que cuesta 2 reales y el campo tiene más rentabilidad que en Argentina. Lo mismo pasa con la industria manufacturera de exportación o de sustitución de importaciones.

En fin, se podría escribir mucho más sobre este tema, pero con lo dicho es suficiente. ¿Creen los lectores que la explicación que dan Lavagna y muchos economistas devenidos anti-kirchneristas en los últimos años es la correcta? Me consta que la inteligente periodista Griega no se dejó convencer por las explicaciones de Lavagna… Por supuesto, mucho menos por las de Lorenzino.

Desendeudamiento que destruyó el crédito: lo que Lavagna escondió a la periodista griega

La segunda documental de la periodista griega Eleni Varvitsiotis aporta otras evidencias que ayudan a entender por qué Argentina ha perdido totalmente el crédito interno y externo, a pesar de haber seguido una política de des-endeudamiento y haber gozado de los términos del intercambio más favorable de su historia.

Surge de las expresiones de Lavagna. Él comienza destacando que logró sacar al país de una crisis que había sumido en la pobreza a más del 50 % de la población y mantenía desocupados al 25 % en abril de 2002, cuando él asumió como Ministro. Atribuyó esta crisis a las políticas recomendadas por el FMI durante los 90’s: el ajuste por el lado del gasto público y la utilización de fondos del FMI para sostener las políticas de estabilidad monetaria. No mencionó para nada que la crisis a fines de 2001 se debió precisamente a que el FMI dejó de hacer los desembolsos a que se había comprometido y no apoyó la re-estructuración ordenada de la deuda. Por el contrario, lejos de reclamar que el FMI desembolsara los fondos que había comprometido en agosto de 2001, precisamente para apoyar la re-estructuración ordenada de la deuda, explicó que él debió  reiterar muchas veces  que Argentina no solicitaría nunca más financiamiento al FMI. Por entonces yo pregonaba precisamente lo opuesto. Lo pueden ver en los posts titulados “El Fondo Monetario le debe dinero a la Argentina” y «¿Es la Argentina un caso típico del fracaso de las recomendaciones del FMI?»

Esta descripción de sus políticas es enteramente consistente con los elogios que, junto precisamente a las autoridades del FMI, prodigó a fines de 2005 a la decisión de Néstor Kirchner de devolver por adelantado los pr’estamos que aquella entidad había desembolsado en 2000 y 2001. Recuerdo que yo también hice conocer por entonces mi total desacuerdo a través del post «¿Sabrá Kirchner que mientras le paga al FMI se endeuda con los jubilados?»

Con gesto de gran satisfacción, Lavagna le explicó a la periodista Griega que él no negoció con los acreedores, sino que les impuso una quita de capital del 75 % que terminaron aceptando el 76 % de los bonistas. En sus términos: «no podía negociar cuando existían 152 bonos defaulteados en más de 20 jurisdicciones distintas». Por supuesto, sus afirmaciones distan mucho de ser verdad. En realidad, la quita que consiguió, cuando se computan los «GDP warrants» con que trató de edulcorar la oferta, no fue superior al 50 % del capital adeudado. Y además, la verdadera participación de los tenedores de bonos que no se habían presentado previamente a transformarlos en préstamos garantizados, fue de apenas el 50%. Esto último no es muy conocido, por lo que paso a explicarlo.

Al momento de la declaración del default, a fines de diciembre de 2001, la deuda pública total, incluida la de las provincias, con acreedores distintos a los organismos financieros internacionales (FMI, BID, Banco MundiaL, Club de París) ascendía a 105 mil millones de dólares por capital. De esos 105 mil millones, 55 mil millones se habían presentado para ser transformados en el Préstamo Garantizado, operación que había quedado concluida el 15 de diciembre de 2001 y que significaba reducir la factura anual de intereses en 4 mil millones. Además de prorrogar todos los vencimientos de capital por 3 años para despejar de amortizaciones hasta el año 2005.  Esta primera etapa de la re-estructuración ordenada de la deuda le daba al Estado el poder de votos (dado que ahora el Estado pasaba a ser el titular de esos bonos) para imponer las «cláusulas de salida consentida», aquellas que permiten modificar las condiciones no monetarias de los bonos que no se presentaran al canje. Para tomar sólo un ejemplo,  de los bonos con tasas de interés más alta, los que habían surgido del Megacanje cerrado en junio de 2001, se habían presentado a la transformación del Préstamo Garantizado el 82 % del capital, 24 mil millones sobre un total de 29 mil millones).

Se podría haber aprovechado esta ventaja y hacer una oferta de nuevo canje a los restantes acreedores por 50 mil millones de dólares con «clausulas de salida consentida» y conseguir de esa forma una participación del 100%, obteniendo una quita de intereses (y probablemente también de capital) equivalente en valor presente neto a la que se consiguió en 2005. Pero la estrategia que eligió Lavagna fue desarmar el Préstamo Garantizado, haciendo que los fondos de pensiones y otros tenedores institucionales de bonos recuperaran la titularidad de los mismos como bonos defaulteados, llevando el total del capital a reestructurar de 50 a 90 mil millones para poder decir que la participación en el canje sería alta. Se descontaba que quienes se habían presentado a la transformación de sus bonos en Préstamo Garantizado,  aceptarían la nueva oferta. De esa forma, pudo argumentar que «sólo» bonos por 22 mil millones de capital quedaron afuera del canje de 2005. Pero estos 22 mil millones no eran el 24% sino el 44% del stock de bonos que estaban realmente pendientes de re-estructuración. En otros términos 40 de los 90 mil millones ya habían aceptado una fuerte quita de intereses al presentarse al canje del año anterior por el Préstamo Garantizado.

En síntesis, Lavagna y Kirchner presentaron como un éxito una re-estructuración de deuda que iba a obligar a un proceso de des-endeudamiento forzoso por la simple razón de que con la espada de Damocles de los reclamos judiciales de los «hold outs», Argentina ya no accedería más al crédito internacional. Esta realidad perdura hasta ahora y se pone de manifiesto en forma dramática en las decisiones pendientes de la Cámara de Apelaciones de Nueva York, las sentencias incumplidas del CIADI y la aún no renegociada deuda con el Club de París.

Si hubiera dicho la verdad, la periodista griega hubiera de inmediato destacado que Grecia obtuvo una quita de capital del 52 %  y una reducción escalonada de intereses que ubican a la tasa entre el 2 y el 4 % contra el 8 % anual de los nuevos bonos argentinos. Y lo hizo negociando con los acreedores, con apoyo del FMI y de Europa, sin que quedaran fuera del canje ningún bono pre-existente. Ellos no necesitaron utilizar «clausulas de salida consentida» porque pudieron reemplazarlas por una ley del Parlamento Griego que dispuso que los bonos emitidos bajo jurisdicción local (que eran la mayoría) vieran modificadas sus clausulas de emisión.

Afortunadamente los griegos sabían desde junio de 2002 que era muy importante negociar con los acreedores con apoyo del FMI y de Europa para conseguir quitas iguales o aún mayores a las que había conseguido Argentina. Se lo habíamos trasmitido un grupo de economistas con experiencia, entre ellos yo mismo. Yo precisamente les expliqué que había sido un gran error de Argentina, a partir del default desordenado de fines del 2001, haber omitido negociar con los acreedores que no se habían presentado al canje por el Préstamo Garantizado haciéndoles ver que Argentina podía imponer las «clausulas de salida consentida». De haberlo hecho con el apoyo del FMI, que fue absurdo no exigir cuando había sido comprometido en Agosto de 2001, podrían haberse logrado quitas equivalentes o incluso mayores sin que quedara ningún bono afuera del canje. Por supuesto, de haber seguido ese procedimiento, Argentina hoy tendría acceso al crédito externo como lo tienen todos nuestros vecinos.

Volver a escuchar la versión de Lavagna en el documental de la televisión griega me hizo advertir que él, y por supuesto, los kirchneristas que lo respaldaban en aquel entonces y que siguen en el Gobierno ahora, aún no se han dado cuenta que lo que ellos llaman «proceso de des-endeudamiento» no fue otra cosa que una torpe forma de perder por mucho tiempo el crédito público y privado de la Argentina. Las enormes tasas de interés a que se descuentan los bonos argentinos a casi 12 años del default debería ser suficiente para convencer incluso a los más desprevenidos que la re-estructuración de la deuda que se hizo en 2005 resultó ser un remedio peor que la enfermedad. Afortunadamente los Griegos eligieron otro camino.

Para no alargar más este post, dejo para el próximo el análisis de la explicación que Lavagna dio sobre la tasa de inflación de los últimos 7 años.


Las declaraciones del ex funcionario del FMI a la periodista griega

Para poner en contexto mi análisis de las declaraciones de Tomas Raijman, el ex funcionario del FMI entrevistado por la periodista griega, quiero recordar mi interpretación de lo que perseguía el FMI en el segundo semestre de 2001. Lo he explicado en los posts titulados “Es muy peligroso que el FMI se siga equivocando” y “El rol del FMI en la crisis Argentina”.

Para decirlo en pocas palabras, sostengo que a partir de setiembre de 2001, el Director Gerente del FMI, Helmut Kholer, decidió que Argentina debía declarar el default de su deuda y abandonar la convertibilidad. Es decir, se propuso lograr las decisiones que tomaron los gobiernos que sucedieron a De La Rúa. Eran decisiones que coincidían con el interés de las grandes corporaciones argentinas que estaban endeudadas en dólares. Por supuesto, ni el señor Kholer ni los funcionarios del FMI eran conscientes de las consecuencias que ello traería para Argentina, pero habían decidido que nuestro país fuera el “conejito de indias” de un enfoque completamente diferente al que había prevalecido durante el período en el que Michel Camdessus y Stanley Fisher dirigieron al FMI durante la Presidencia de Bill Clinton en los Estados Unidos.

En otras palabras, el Presidente Eduardo Duhalde implementó decisiones desastrosas que habían sido subrepticiamente dictadas por el FMI y el Presidente Nestor Kirchner, con su retórica anti-FMI acompañada del pago anticipado de lo que se le debía, logró que la responsabilidad de la institución financiera internacional se diluyera y Argentina terminara de destruir su crédito interno y su crédito externo al consolidar de manera irreversible la defraudación a sus ahorristas  y a quienes habían confiado e invertido en el País.

En su respuesta a la periodista griega, Tomás Raijman sostiene que el financiamiento de 8 mil millones de dólares que el FMI comprometió en Agosto de 2001 fue una forma de desearnos suerte con un programa que ellos creían imposible de implementar. Se refiere al déficit cero.

Raijman no menciona que los ocho mil millones llevaban como condición, no sólo el cumplimiento de metas fiscales primarias sino la instrumentación de una re-estructuración ordenada de la deuda. De hecho y desde el punto de vista cuantitativo, la re-estructuración ordenada de la deuda era mucho más importante que la reducción del déficit primario. Se había programado una reducción de 3 mil millones de dólares año para el déficit antes de intereses y 7 mil millones de dólares año de reducción de los intereses de la deuda. Con estos dos componentes, el déficit que había rondado alrededor de 10 mil millones de dólares debía desaparecer y Argentina no estaría solicitando financiamiento en los mercados durante al menos 3 años.

Cuando explica el llamado de Kholer para que regresara inmediatamente a Washington, el mismo lunes en el que comenzaba a funcionar el «corralito», dice que ellos se habían enterado de nuestra decisión por los diarios. No dice que yo se la había explicado antes de anunciarla públicamente y le había demostrado que en realidad era consecuencia del pronunciamiento público que tres días antes había hecho Ann Krueger en Washington al sostener que cuando un país iniciaba un proceso de re-estructuración de deuda, debía imponer controles de cambio para evitar la fuga de capitales. Esa declaración, que tuvo el efecto de agravar la retirada de depósitos en dólares del sistema bancario argentino, no podía ser interpretada de otra forma que la de restringir el retiro de dólares billetes de los bancos, en una economía donde el 90% de los depósitos estaban constituidos en dólares. En síntesis, el «corralito» no era otra cosa que el control de cambios que había mencionado Krueger en su conferencia. Además iba a ser levantado en 90 días, plazo durante el cual se había planeado completar la segunda etapa de la re-estructuración de la deuda.

Tampoco dice que el día en el que nos comunicó la decisión de Kholer, nosotros ya habíamos logrado transformar en un Préstamo Garantizado nada menos que 55 mil millones de dólares de capital, con una economía de intereses de 4 mil millones de dólares año y que contábamos en nuestro poder con los votos suficientes para imponer las “cláusulas de salida consentida” en la segunda y última etapa de la re-estructuración de la deuda aún no convertida.

Finalmente afirma que cuando yo viajé a Washington a solicitar la continuación del programa y los desembolsos comprometidos, Ann Krueger me planteó que debíamos hacer de inmediato “lo que no habíamos logrado hacer en 6 años”. Eso es una burda mentira. Lo que Ann Krueger planteó es que demostráramos que el déficit iba a ser cero en 2002, que ello estuviera reflejado en la ley de presupuesto que debía aprobar el Congreso Nacional, que se presentara el proyecto de nueva Ley de Coparticipación Federal de Impuestos y que explicáramos cómo se iba a levantar el «corralito». Esas condiciones eran perfectamente cumplibles.

El proyecto de presupuesto estaba ya en el Congreso y contemplaba la reducción de 7 mil millones de dólares en la partida para el pago de intereses, además de las reducciones del gasto primario que ya se habían comenzado a implementar en agosto y con ello quedaba asegurado el déficit cero. Ya se había elaborado un proyecto de Nueva Ley de Coparticipación Federal de Impuestos al que habían dado su visto bueno la mayoría de las provincias y el levantamiento del “corralito” iba a producirse en 90 días, una vez que quedara completada la re-estructuración de la deuda, para cuya segunda etapa ya estaba trabajando un grupo asesor de banqueros integrado por Jacob Frenkel (Merryl Linch), Bill Rhodes (Citibank) y Joe Ackerman (Deutche Bank). Se iban a presentar los prospectos a las comisiones de valores de los países en los que se habían emitido los bonos como para lanzar la oferta de canje el 15 de enero de 2002. Por supuesto, para poder abrir el «corralito», terminada la re-estructuración de la deuda, eran indispensables los desembolsos pendientes del FMI (1.260 millones que no se habían desembolsado en Noviembre más 3 mil millones de dólares adicionales que se habían comprometido como apoyo a la re-estructuración de la deuda).

Lamentablemente el FMI se salió con la suya. Los ingenuos dirigentes peronistas y radicales de la Provincia de Buenos Aires, en el típico rol del idiota útil, terminaron implementando las decisiones que subrepticiamente estaba impulsado el FMI: el default, la pesificación y la devaluación y que, sin ninguna ingenuidad, estaban ansiosos por conseguir los grandes endeudados en dólares del País. Con la pesificación y la devaluación, lograrían echar sobre las espaldas de los trabajadores y de los ahorristas las deudas que eran su preocupación. Salvaje manera de resolver un problema de endeudamiento!

Afortunadamente para Grecia y para los países europeos en crisis, el FMI ha aprendido la lección y no parece seguir movido por los mismos objetivos. Desde el punto de vista del sistema monetario y de la magnitud de la deuda, la crisis de las naciones del sur de Europa son más graves que la de Argentina en el 2001, pero aun así, el FMI no está empujando a esos países al default desordenado de su deuda y mucho menos a que reemplacen en forma compulsiva al Euro por recreadas monedas nacionales. Por el contrario está apoyando reformas fiscales y estructurales que corrijan los desequilibrios, sin destruir la base contractual y cuidando de no transformar a la inflación en un problema adicional de esas castigadas economías. Lástima que este proceso de aprendizaje del FMI se hizo a costa de la tragedia que vivimos los Argentinos en 2001 y 2002, cuyas consecuencias de descrédito e inflación, 10 años después están aún al rojo vivo.