¿Que piensa el Argentino que trabaja para ganarse el pan de cada dia?

A fines del año pasado llegué a Buenos Aires luego de cuatro meses de ausencia, justo una semana antes de que se cumpliera el décimo aniversario de los trágicos eventos del 19 y 20 de Diciembre de 2001. Venía con una cierta carga de angustia, no muy diferente a la que me había azotado en los últimos meses de aquella crisis, cuando yo era el Ministro de Economía.

Esa angustia no era el resultado de las opiniones y comentarios que en las tres semanas siguientes a mi regreso reflejaría la prensa argentina con motivo del décimo aniversario de aquella tragedia , sino de las vivencias que personalmente había vuelto a experimentar con motivo de  un viaje a España  y dos visitas a Grecia que había hecho en los intersticios que me dejaron el dictado de clases semanales en la Universidad de Yale. El seminario que dicté en el Master en Relaciones Internacionales de esa Universidad fue precisamente sobre «la dimensión internacional de las crisis financieras».

Tanto en las clases,  a los alumnos de Yale, como  en España y Grecia, a los funcionarios y personas preocupadas por los acontecimientos en los tres países, les tuve que hablar muchas horas sobre la experiencia de Argentina durante la crisis del 2001. Las preguntas eran siempre las mismas: “¿Cómo se compara lo que está pasando en Europa con lo que ocurrió en su País durante el año 2001?”; “¿Es cierto, como dicen algunos economistas norteamericanos y acentúan Cristina Kirchner y quienes acompañaron a Duhalde en su Gobierno, que la solución de Europa es el default, la pesificación y la devaluación que se decretó en 2002?”

Las invitaciones para visitar estos países surgieron como consecuencia del artículo que en mayo de 2010 escribimos con Joaquín Cottani y que los lectores de este blog ya conocen: «Haciendo que la consolidación fiscal funcione en España, Irlanda, Grecia y Portugal: lecciones de la experiencia Argentina«. Con motivo de estas visitas escribí varios artículos más específicos, tales como «¿Cuán costoso es para España estar en el Euro?» y  «Mirando a Grecia en el espejo de la Argentina«.

Por supuesto mis respuestas fueron contundentes: “lo que está pasando en Europa es muy similar a lo que pasó en Argentina en 2000 y 2001. Pero de ninguna manera la solución para el problema de los países en crisis es el default desordenado, el remplazo del Euro por monedas nacionales y la devaluación monetaria. La supuesta «solución» a la Argentina no es otra cosa que la destrucción del orden institucional que les permitió a los países Europeos gozar de un rápido crecimiento, modernizar su infraestructura y sus bases productivas y gozar de estabilidad por más de una década. Y si no lo creen, miren lo que ocurrió en Argentina: a diez años de aquella supuesta “solución” el país  expulsa en lugar de atraer capitales para la inversión y la inflación supera el 20 % anual.”

Sigo argumentando: “la devaluación sólo sirvió para crear empleos sobre la base de una reducción muy grande de los salarios reales, mucho mayor que la que en estos momentos está provocando huelgas y reclamos en los países europeos. Con una reducción de salarios nominales mucho más acotada, los países Europeos pueden superar la crisis de empleo. E incluso la reducción de los costos laborales, si se logra con instrumentos fiscales, no necesita significar grandes  reducciones en los salarios de bolsillo de los trabajadores.”

Enseguida aparece otra pregunta: “El PBI de Argentina creció a tasas «chinas» desde 2003 en adelante… ¿No es eso muestra suficiente de que el cambio de régimen era necesario?».

Mi respuesta fue y sigue siendo la misma: “el crecimiento de Argentina fue resultado no de la devaluación del Peso sino de la devaluación del Dólar, el mejoramiento inédito de los términos de intercambio gracias al crecimiento de China, la apreciación del Real y, sobre todo, de la formidable capacidad instalada, especialmente en materia energética, de transportes y de comunicaciones que dejaron las inversiones de la década del 90 y que permitieron que haya habido abastecimiento a pesar de la falta de nuevas inversiones a partir de la devaluación. De todo eso, lo único que Europa puede conseguir es que el Euro se deprecie, cosa que depende de la política monetaria del Banco Central Europeo y no de la recreación de monedas nacionales.”

Quizás por la contundencia y pasión con que yo acompañé mis argumentaciones o, más probablemente, porque los razonamientos eran correctos, tuve la sensación de que todos mis interlocutores europeos se convencieron de mis afirmaciones, aunque debo reconocer que en la mayoría de los casos ellos ya habían llegado a la misma conclusión.

A pesar de mi éxito persuasivo, revivir en nuevos escenarios de crisis los acontecimientos de 2001, salí de cada una de esas reuniones y conferencias con la misma angustia y ansiedad con la que salía de las discusiones en Argentina en aquellos agitados meses de 10 años atrás.

No es para menos, porque yo también recordé que hasta noviembre de 2001, en mi País la gente también defendía la convertibilidad y no quería saber nada con las propuestas de devaluación. Y, sin embargo, cuando la falta de apoyo del FMI nos obligó a restringir el retiro de dinero en efectivo, aunque el dinero bancario podía seguir siendo utilizado para todo tipo de pagos, la gente de clase media de Buenos Aires reaccionó de una manera auto-destructiva al manifestarse en contra del Gobierno y abrir las puertas del poder a quienes habían estado agazapados, esperando el momento oportuno para pegarle al bolsillo de los Argentinos el verdadero mazazo: el que vendría con la pesificación y la devaluación. En lugar de 13 % de reducción en los salarios nominales  y jubilaciones superiores a 500 dólares mensuales, ellos iban a decretar un 40 % de reducción de todos los salarios reales y las jubilaciones, claro que a través del engaño inflacionario. «Total, la gente sufre de «ilusión monetaria» y los políticos con «habilidad», tienen que aprovecharla.»

Con esta carga de angustia, tuve que soportar los programas de televisión y los artículos de prensa, que describían los acontecimientos de aquellos fatídicos 19 y 20 de diciembre y sus causas con el mismo sesgo interpretativo que los publicitarios de Duhalde y de los endeudados en dólares que se beneficiaban con la pesificación, inventaron a partir de enero de 2002: “ que el ajuste fiscal discutido y aprobado por el Congreso Nacional era injusto y acentuaba la recesión;que la convertibilidad era la causa del problema; que la actitud del FMI era criticable, no porque nos hubiera retaceado el apoyo cuando mas la necesitábamos, sino porque no le habían quitado antes el apoyo a la convertibilidad; que la solución del problema de Argentina vendría de un precio permanentemente alto del Dólar (por supuesto, nunca decían que eso significaba salarios permanentemente bajos); etc. etc…”

Había sido invitado a participar en varios programas de televisión y a escribir en varios medios, pero viendo que la línea editorial de todos ellos, no sólo de los controlados por el Gobierno, sino también de los que están sufriendo el ataque sistemático y arbitrario del Poder, pensé que la mejor estrategia de mi parte era no prestarme a reditar una discusión inconducente en un momento en que todo el poder mediático sigue comprometido en transformarme en el chivo expiatorio de los desmanejos de una dirigencia política argentina que, en lugar de buscar la verdad,  se dedica a inventar relatos que esconden su ineficiencia y su corrupción.

Pero esto no significa que haya decidido abandonar mi propio compromiso con la verdad. Muy por el contrario, aproveche la paz y la tranquilidad que me brindó el haberme sustraído a la demanda mediática para conversar, tanto en Buenos Aires como en Córdoba, con mucha gente común,  que trabaja para ganarse el pan de cada día.

Fui encontrando a la gente de manera casual, a lo largo de caminatas que emprendí con amigos y familiares. Mi primera sorpresa agradable es que no recibí ninguna muestra de rencor sino todo lo contrario. Me sorprendió, porque habiendo visto los programas de televisión, escuchado programas de radio y leído los diarios en esos días, esperaba recibir insultos y agresiones como las que había tenido que soportar en enero y febrero de 2002.

Pero lo más alentador fueron las muchas opiniones espontaneas que recogí: porteros de edificios que recordaron con nostalgia la estabilidad de los 90’s y la mejor relación entre ingresos laborales y costo de la vida de aquella época; jóvenes recién casados que me comentaron que estaban pagando un alto alquiler y que, a diferencia de lo que ocurría en los 90s, según habían escuchado de amigos mayores, ahora era imposible pensar en comprarse un departamento por la falta de crédito hipotecario y porque la relación entre los sueldos y los precios de los departamentos era mucho más desfavorable que en aquella época; jubilados que hasta el año 2001 habían cobrado una jubilación superior a 1000 dólares y que durante 6 años no habían tenido aumento alguno, a pesar de al fuerte inflación desde 2002 al 2007; exportadores industriales a los que la AFIP les descuenta 5 % de retenciones (que no existían en la década del 90) pero luego le demoran varios meses para pagarles los reintegros, además de dificultarles el abastecimiento de insumos con demoras burocráticas en el proceso de importación; gente de campo a los que les obligan a vender sus productos con grandes descuentos, no sólo por las retenciones sino también por prohibiciones  y limitaciones a la exportación, trabas y gravámenes que no existían en la época de la convertibilidad; pequeños comerciantes a los que la inflación les devora el capital de trabajo y los impuestos y cargas sociales se les tornan impagables; industriales y comerciantes a los que agobian con controles de precios y a los que obligan a sobrecargar los precios de los productos no controlados para compensar las pérdidas que les originan los controles de Moreno; familias a las que golpean los tarifazos ya anunciados y asustan los tarifazos que están por venir; pasajeros de los trenes suburbanos y de los subterráneos que tienen que viajar hacinados y con grandes riesgos de seguridad, algo que no recuerdan que existiera en la década del 90; trabajadores que consideran que es una burla pretender limitar los aumentos salariales a partir de los dibujos del INDEC sobre la inflación; profesionales liberales que tienen que aplicarles aumentos de honorarios por la prestación de servicios a sus clientes para compensar la inflación, pero que no consiguen que los clientes se los paguen; inmigrantes de países vecinos que antes podían enviar algunos dólares a sus familiares en el exterior y que ahora tienen grandes dificultades para hacerlo, amén de que es muy poco lo que pueden ahorrar dada la desproporción entre los ingresos que obtienen y el alto costo de la vida: y así sucesivamente, una lista interminable de problemas creados por la inflación y por la intervención arbitraria y distorsiva del Estado en los mercados.

Ante mi pregunta sobre porqué cree que el Gobierno sacó tantos votos en las últimas elecciones, la respuesta fue siempre la misma: la gente de trabajo sostiene que a los candidatos del Gobierno los vota mucha gente que vive sin trabajar pero que goza de subsidios, empleados públicos que han sido designados sin que tengan algo útil que hacer en el Estado y jubilados  de clase media que nunca habían aportado pero a los que se les dio una jubilación a costa de no cumplir con los jubilados que aportaron toda su vida. Además me explicaron que algunos de ellos, aun sufriendo todos los contratiempos que me narraban, no encontraron candidatos en la oposición que interpretaran sus quejas y necesidades: todos parecían empeñados en criticar a la década de los 90s y sugerir que si llegaran al gobierno harían lo mismo que los Kirchner.

Hoy estoy escribiendo esta nota desde el avión que me lleva nuevamente a los Estados Unidos porque mañana tengo que dar mi primera clase del segundo semestre en la Universidad de Yale. Y habiendo hecho un balance de los casi 30 días que pasé entre Buenos Aires y Córdoba, 10 de los cuales fueron en compañía de todos nuestros hijos y nietos que vinieron a visitarnos para Navidad y Ano Nuevo, llegué a la conclusión que no me equivoqué cuando en lugar de gastar mis energías en discusiones en los medios con personajes a los que les pagan para mentir, valió la pena caminar por las calles de Buenos Aires y de Córdoba, hablar con la gente común, que no se apega a prejuicios ideológicos ni lealtades partidistas, pero que vive y sufre los problemas de todos los días.

Tengo la sensación de que no pasará mucho tiempo hasta que quienes quieran captar el voto de la gente deban reconocer que los sufrimientos que están provocando las políticas de los últimos 10 años son mucho más gravosos que los que el poder mediático  le sigue atribuyendo a la década del 90. No creo que el viento de cola siga permitiendo al Gobierno tapar los estragos que provocarán las cenizas del volcán que ha comenzado a entrar  en erupción. Y se trata de un volcán en la que la presión no podrá atribuirse a la naturaleza por más esfuerzos que hagan los escribas a sueldo de 6, 7 y 8.

Sincerar precios para reestablecer una buena organización económica.

Todo proceso de sinceramiento de precios que habían sido artificialmente congelados o controlados para reprimir la inflación es siempre peligroso e impopular. Peligroso porque puede desatar una espiralización de la inflación. Para atenuar este peligro es necesario que la política monetaria sea restrictiva. Y para que el aumento de tasas de interés que resulta de la restricción monetaria no sea excesivamente recesivo, es necesario que el sinceramiento de los precios sea acompañados por otras medidas y, sobre todo, por un discurso coherente que ayuden a disminuir las expectativas de inflación.

Impopular porque significa disminuir el poder adquisitivo de quienes consumen los bienes y servicios cuyos precios estaban artificialmente comprimidos. Para compensar este efecto negativo es oportuno dejar que al mismo tiempo se ajusten los ingresos que han venido siendo arbitrariamente deprimidos. El mejor ejemplo de este tipo de ingresos es el de los jubilados que en diciembre de 2001 tenían un haber superior a 1000 pesos. A esos jubilados les corresponde un ajuste del 88 % sobre sus jubilaciones actuales según lo ha determinado la justicia en respuesta al reclamo por la injusta falta de movilidad entre 2002 y 2007.

Los peligros y la impopularidad del sinceramiento no debe llevar a que se lo siga postergando o que se lo intente hacer en forma gradual y arbitraria. Si se lo sigue porstergando el peligro y la impopularidad  inevitable sólo tenderán a aumentar exponencialmente. Si se lo intenta hacer de manera gradual y arbitraria, no resultarán claras las futuras reglas de juego para el manejo de esos precios ni surgirán los incentivos adecuados para que renazcan la inversión y el aumento de la productividad en los sectores afectados.

En Octubre de 2010 sostuve que ese era un buen momento para sincerar la economía, y di algunos consejos sobre como hacerlo que tienen plena vigencia.

Algo similar ocurre con la determinación del Gobierno de comenzar a resolver el costoso problema que significa la desorganización y el desmanejo de Aerolíneas Argentinas. Como lo vengo advirtiendo desde la reestatización de esa empresa, cuando escribí sobre lo que nadie se anima a decir sobre Aerolíneas Argentinas, mientras el objetivo de la empresa sea mantener prebendas a sus sindicatos en lugar de prestar un buen servicio a los usuarios, la aerolínea de bandera, lejos de servir al progreso del País, se constituirá en una carga cada vez más pesada y difícil de sobrellevar.

Brasileños y Chinos: preocupados pero sin dudas sobre el rumbo económico

Acabo de estar tres días en Brasil y una semana en China participando en sendas conferencias sobre la marcha de la economía mundial y su impacto sobre las economías nacionales. Tanto en Brasil como en China encontré preocupación por la crisis Europea y por la lentitud de la recuperación económica en Estados Unidos y en Japón, pero en ninguno de los dos países la gente y sus dirigentes tienen dudas sobre el rumbo de sus respectivas economías.Y, por supuesto, en ninguno de los dos paíse se percibe fuga de capitales. Todo lo contrario, siguen preocupados por los influjos que pueden provocar burbujas especulativas en sus mercados de activos.

Muy diferente es la situación en Argentina. La fuga de capitales pone de manifiesto que más y más gente descree del rumbo económico impuesto por el Gobierno. Las diferencias son claras: mientras en Brasil y en China perseveran e la dirección de remover distorsiones y darle un espacio cada vez más amplio a la economía de mercado, en nuestro país se acentúan los controles y se desalienta la inversión eficiente.

La situación en Europa es delicada, pero la dirigencia política está demostrando que quiere evitar saltos al vacío.  Los nuevos Gobiernos de Grecia y de Italia, si bien no tienen asegurado su éxito, son un buen intento por encontrar soluciones en un clima de unidad y responsabilidad. La próxima semana estaré en Grecia y a mi regreso les trasmitiré mis impresiones.

Perdonen la escasa frecuencia de mis posts, pero desde agosto tengo una agenda muy apretada y me ha resultado difícil encontrar tiempo suficiente para escribir mensajes más elaborados. Espero revertir esta tendencia.

El Mercado Negro de las monedas extranjeras

Quienes tienen menos de cuarenta años de edad quizá no lo recuerden, pero el precio del dólar en el mercado paralelo era una información que aparecía muy frecuentemente en la tapa de los diarios y se encontraba destacada entre las series estadísticas que actualizaban diariamente las publicaciones especializados en economía y finanzas.

También era común ver  a compradores de dólares arrimarse a cualquier turista  que llegaba al aeropuerto y ofrecerles un precio superior al que mostraban las pantallas de las casas de cambio y de los bancos. En los centros financieros de las grandes ciudades había muchos “arbolitos”, gente que compraba y vendía dólares al paso de los transeúntes. Y existían numerosos intermediarios financieros informales que arreglaban grandes transferencias hacia y desde Argentina de dólares sin que quedaran registradas en cuentas administradas por entidades financieras autorizadas y mucho menos que quedaran registradas en el Banco Central o en la AFIP. Esto ocurría no sólo en nuestro país sino en todos los países socialistas y en muchas economías emergentes que tenían estrictos controles de cambio.

Las transacciones en el mercado paralelo de cambios estaban fuertemente penadas, pero era tanta la ganancia que hacían los operadores y  sus clientes que todos ellos se arriesgaban y rara vez eran descubiertos y, mucho menos, sancionados. En los últimos años de la década del 80, el mercado negro se legalizó y apareció formalmente un mercado libre de divisas, separado del mercado oficial en el que participaban obligatoriamente los exportadores y al que podían recurrir importadores y otros demandantes de dólares autorizados para operar.

La brecha entre el mercado paralelo (negro al principio, libre después) y el mercado oficial variaba mucho, dependiendo de la política monetaria del Banco Central y de las expectativas de inflación y devaluación.

Cuando la brecha era grande se desalentaba el turismo al exterior y quienes traían mercadería de contrabando pagaban un precio mayor por el dólar que los importadores con acceso al mercado oficial de cambios.  Esto era visto como un beneficio para la economía nacional porque se alentaba el turismo interno y se desalentaba el contrabando. Yo incluso escribí, por aquella época, que en la medida que la brecha no fuera superior al arancel promedio de importación, en cierta medida el precio del dólar en el mercado paralelo  se equiparaba al precio del dólar de importación (siempre superior al oficial en el monto del arancel). Por eso yo siempre criticaba las políticas monetarias que en aras de cerrar completamente la brecha subían desproporcionadamente las tasas de interés.

Pero a pesar de estos beneficios, la existencia de dos mercados para el dólar, como organización permanente del mercado cambiario, trajo enormes inconvenientes y contribuyó a la desorganización completa de la economía que terminó en la hiperinflación de 1988 a 1990.

La existencia de una brecha entre el dólar paralelo y el dólar oficial llevó a la creciente subfacturación de exportaciones y  a la sobrefacturación de importaciones. A través del primer mecanismo, los exportadores se hacían de dólares en el exterior que luego procuraban ingresar a través del mercado paralelo. A través de la sobrefacturación los importadores conseguían dólares baratos en el mercado oficial que utilizaban para hacer una diferencia vendiéndolos en el mercado paralelo. Como es de esperar, semejante ganancia ilegal alienta la corrupción de los funcionarios aduaneros y de los demás organismos de control.

Los controles de cambio desalientan la inversión extranjera directa por dos razones: una porque el gobierno obliga a los inversores a vender sus divisas a un precio del dólar que ellos perciben como artificialmente bajo y otra, porque el inversor comienza a tener incertidumbre sobre la posibilidad de repatriar dividendos. El desaliento es mayor mientras más grande sea la brecha entre el mercado paralelo y el mercado oficial.

Como el único instrumento que el gobierno tiene para mantener a niveles razonables la brecha entre el mercado paralelo de cambios y el mercado oficial es la política monetaria (en la medida que el gobierno no quiere dejar que el mercado oficial flote libremente, sin restricciones a operar en él) comienza a establecerse una carrera entre las tasas de interés y el precio del dólar en el mercado paralelo. Las tasas de interés ya no están atadas a la evolución del precio del dólar en el mercado oficial, sino a la expectativa de devaluación en el mercado paralelo. Y como la volatilidad de este último es mucho mayor, la política monetaria necesita ser mucho más agresiva que si tratara de influir sobre la cotización de la moneda en un mercado único, mucho más estable por su propia naturaleza.

La existencia de un mercado paralelo con una fuerte brecha en relación al mercado oficial promueve la aceleración inflacionaria, porque muchos precios comienzan a ser fijados según la evolución del mercado paralelo y no en base al precio pagado por los importadores en el mercado oficial. La política monetaria, si pretende enderezarse a una determinada meta de inflación, se torna más restrictiva, porque para alcanzar esa meta de inflación tienen que lograr primero controlar la brecha en el mercado paralelo del dólar.

Traigo a colación todas estas referencias del pasado, porque el Gobierno se encamina claramente en la dirección equivocada si es que quiere sentar las bases para un programa exitoso de estabilización que minimice los costos recesivos. Para quienes quieran conocer cuál es el camino alternativo, recomiendo releer mi libro “Estanflación” que  a pesar de haber sido escrito en 2008, tiene todavía plena vigencia.

Sobre la Crisis en Europa

En el último mes, además de cumplir con mis obligaciones docentes en la Universidad de Yale y de dictar conferencias en República Dominicana, Colombia y los Estados Unidos, estuve escribiendo sobre la Crisis en Europa. No subí antes mis artículos porque los escribí en Inglés y no tuve tiempo de traducirlos. Hoy decidí de todas maneras hacerlo, porque estoy seguro que alguno de los colaboradores habituales del blog me ayudará con la traducción. Voy a tratar de trasmitirles en forma breve el contenido de esos artículos.

Cuando estuve en Grecia, los últimos días de Agosto, acentué mi convicción sobre el desastre que sería para ese país, para Europa y para el Mundo que Grecia defaulteara su deuda y «dragmizara» su economía. Sería cometer el mismo error que cometió nuestro país cuando defaulteó su deuda, pesificó su economía y produjo la terrible devaluación de 2002. Las consecuencias para Grecia serían tan malas como lo fueron para Argentina, pero las consecuencias para Europa y para el Mundo serían mucho peores que los efectos que tuvo sobre nuestros vecinos el mal paso argentino.

Lamentablemente no sólo nuestra Presidente y algunos economistas locales le recomiendan a Grecia que nos imite. También lo hace Nouril Roubini, el prestigioso profesor de New York University que predijo la crisis de las hipotcas en Estados Unidos. Hace pocas semanas publicó en su blog y en el Financial Times un artículo que se titula «Grecia debería defaultear su deuda y salirse del Euro». Yo, que había estado una semana antes en Grecia advirtiéndoles sobre las consecuencias que tendría para esa Nación seguir los mismos pasos que Argentina en 2002, me sentí en la obligación de escribir un artículo respondiendo a la propuesta de Roubini. Este artículo se titula «Grecia debe reestructurar su deuda pero permanecer en el Euro».

Mi argumento es que abandonar el Euro significaría para Grecia reemplazar las reformas que necesita hacer para recuperar de manera sostenida su competitividad por una devaluación que destruiría el ahorro de las clases medias de Grecia y que reintroduciría la inflación en su economía.

En ese artículo sostengo que el crecimiento de Argentina posterior al 2002 se explica por la capacidad productiva disponible gracias a las reformas económicas de los 90’s y al mejoramiento de los términos del intercambio externo que no se debieron a la devaluación del Peso sino a la depreciación del Dólar y al crecimiento de China, fenómenos que no tienen porqué repetirse en relación a Grecia. Y si se repitieran, harían igualmente innecesario que Grecia se retirara del Euro.

Roubini en su descripción de la recuperación Argentina despues de 2002 se olvida de que en ese año las exportaciones fueron inferiores a las del 2001 y la recuperación desde 2003 en adelante, en volúmen físico, sólo reprodujo el ritmo de crecimiento de las exportaciones durante los 90’s. El mayor crecimiento del valor de las exportaciones en dólares fue puro efecto precio.

Además, como Grecia aún tiene  que introducir todas las reformas que en Argentina, durante los 90’s, produjeron un fuerte aumento de la productividad, es mucho mejor que aproveche la crisis para llevar a cabo esas reformas y no que esconda toda su ineficiencia bajo la alfombra de la inflación.

Los únicos beneficiarios de una salida de Grecia del Euro serían los griegos muy ricos, que ya sacaron de Grecia sus capitales y aún tienen fuertemente endeudadas a sus empresas. Ellos se beneficiarían de una «dragmización» porque además de licuar sus deudas podrían luego utilizar los Euros que tienen en el exterior para comprar los activos devaluados de Grecia. Esto daría lugar a una fuerte redistribución regresiva de la riqueza, porque la fuente de financiamiento de este beneficio para los ya poderosos no sería otra que la caída generalizada de los ingresos del pueblo griego y de la evaporación de los ahorros de quienes aún los mantienen en Grecia.

Hice esta misma argumentación en una conferencia que pronuncié en la Universidad de Yale sobre «La crisis en Europa: lecciones de la experiencia de América Latina» y en una mesa redonda en la que participé en la Universidad de Kiel, en Alemania.

Me siento en la obligación de bregar porque desde el exterior no le hagan a Grecia lo que le hicieron algunos economistas académicos y las autoridades del FMI a la Argentina en Noviembre y Diciembre de 2001:  brindaron apoyo intelectual y material a los golpistas y devalúo-maníacos que querían licuar sus deudas y revalorizar los dólares que habían sacado al exterior para consolidar su poderío mientras el pueblo se hundía en un pozo de angustia y de pobreza. Ojalá Grecia logre evitar tan triste destino.