En un régimen de tipos de cambios flotantes, la independencia de las políticas monetarias nacionales es una ilusión.

Quienes favorecen un sistema monetario internacional basado en la existencia de monedas nacionales y bancos centrales independientes en lugar de un sistema con moneda global o de tipos de cambios fijos o semifijos ( como el que existió en la época del Patrón Oro,  o el sistema creado en Bretton Woods en 1944, o el que actualmente tienen los países europeos que están en la zona del Euro) argumentan que en un sistema de cambios flotantes cada país puede elegir su meta de inflación y manejar su política monetaria con independencia a la de los demás países, en particular, con independencia de la política monetaria decidida por la FED de los EEUU de América.

Lo que está ocurriendo actualmente en el mundo demuestra que esta supuesta independencia no existe. La FED ha decidido implementar una política monetaria muy laxa, apropiada seguramente para evitar la depresión económica en su economía, pero que amenaza con generar inflación a escala global, algo que ya se insinúa en el comportamiento de los precios del oro y de las commodities.

Los países que tienen tipos de cambios flotantes y procuran mantener la inflación dentro de sus metas pre-establecidas ven apreciar fuertemente sus monedas nacionales, a punto tal que están preocupados por el efecto deflacionario y recesivo que esta apreciación amenaza provoca, por el lado del comercio exterior, y las burbujas especulativas que pueden desatar por el exceso de liquidez en dólares de sus respectivas economías nacionales.

El problema puede llegar a ser particularmente grave en Europa, porque las economías en las que existen riesgos de crisis financiera, Grecia, Irlanda, Portugal, España y, hasta eventualmente, Italia sufren mucho la apreciación exagerada del Euro dado que hace más difícil afrontar sus deudas en esa moneda y desalienta sus exportaciones, sobre todo, al turismo externo.

Por esta razón, casi todas las economías emergentes están haciendo lo que China viene haciendo de larga data: tratan de administrar la flotación cambiaria con fuertes intervenciones de sus bancos centrales comprando dólares y tratando de esterilizar sus efectos monetarios con emisión de deuda interna o aumento de los encajes bancarios. También se ha comenzado a echar mano a controles directos a la entrada de capitales de corto plazo, algo que sólo pueden hacer los países que están dispuestos a limitar la convertibilidad de sus monedas. Perú, por ejemplo, que tiene un sistema bi-monetario  (y, por ende, de completa convertibilidad) no puede imponer restricciones a la entrada de capitales de corto plazo. Tampoco lo pueden hacer Europa y Japón, cuyas monedas son completamente convertibles y sirven como monedas de reservas.

Pero todas estas intervenciones de los bancos centrales y los gobiernos para prevenir la apreciación extrema de sus monedas, no son otra cosa que ir moviéndose hacia un sistema de tipos de cambios fijos o semifijos, opuesto al de la libre flotación generalizada. Por eso al sistema que emergió ad-hoc de la decisión de China de no dejar apreciar su moneda ha sido denominado “Bretton Woods II”.

Los países con regímenes de tipo de cambio realmente flotantes, es decir aquellos con monedas plenamente convertibles y que no pueden imponer restricciones a la entrada de capitales, si quieren evitar la apreciación exagerada de sus monedas no tendrán otra alternativa que relajar sus políticas monetarias, acompañando a la política de la FED. Por supuesto esto significará abandonar o modificar sus metas de inflación y soportar la inflación que resulte como efecto de la política monetaria de la única moneda que aún sigue jugando el rol de una moneda global: el Dólar de los EEUU.

A pesar de que los predicadores de la total flexibilidad cambiaria no lo reconocen, la crisis financiera global  han creado las condiciones para que la reformulación del Sistema Monetario Internacional pase a ser nuevamente un tema en la orden del día. Ojalá sea reconocido por los líderes reunidos en el G-20 en Seul  y entonces, el año 2011 sea para el Sistema Monetario Internacional lo que fue el año 1944, en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. Si eso llegara a ocurrir, es posible pensar que el actual clima de expansión de la economía global, motorizado sólo por las economías emergentes, pase consolidarse como un clima verdaderamente global y los países maduros salgan de la trampa deflacionaria en la que han caído, sin poner en peligro la estabilidad de precios a escala global.

La transformación de Panamá en un centro mundial de servicios.

Segunda nota

Primero fueron un grupo de estudiantes los que en 1964 intentaron hacer flamear la bandera panameña en la Zona del Canal, para ser severamente reprimidos .Y, poco después, fue todo el pueblo panameño el que se propuso recuperar la plena soberanía sobre la Zona del Canal.

Omar Torrijos se transformó en el abanderado de esa demanda y logró abrir una negociación con un presidente norteamericano empeñado en asegurar la paz, comenzando por la paz en su propio continente: James Carter. Nicolás Ardito Barletta, que negoció todos los aspectos económicos del tratado y luego se encargó de entrevistar a decenas de senadores norteamericanos para asegurar su ratificación en el Congreso de los Estados Unidos, me explicó, con lujo de detalles, las claves del éxito de esa negociación. Panamá se avino a un proceso gradual, que tomó más de dos décadas, convencido de que los EEUU no resignaría su control del canal a menos que se le dieran seguridades de que seguiría funcionando eficientemente como un vehículo para la expansión del comercio mundial y estaría protegido de posibles ataques externos o terroristas que pusieran en peligro su operación. Esto requería dar seguridades también de que la evolución política-institucional de Panamá marcharía hacia una democracia adulta y estable, libre de la garras  del narcotráfico.

Nicolás Ardito Barletta hizo una importante contribución a garantizar el cumplimiento de estos compromisos cuando se presentó a elecciones libres, apoyado por el Partido de Torrijos, quien había muerto en un accidente de aviación. Su empeño en asegurar la erradicación de la corrupción y de los crímenes políticos, lo enfrentaron a Noriega, que desde su posición como jefe de inteligencia de Torrijos, había conseguido transformarse en el líder de la Guardia Nacional. La presidencia de Nicolás Ardito Barletta fue de sólo un año y medio. Pero, afortunadamente para Panamá y a pesar de los sobresaltos y penurias que significaron los 10 años de Noriega – durante los cuales Panamá puso en riesgo la recuperación plena de su soberanía al continuar los crímenes políticos e involucrarse con el narcotráfico- el legado de Torrijos  y la visión estratégica  aportada por Barletta recuperaron su valor y han orientado a los distintos gobiernos que se sucedieron desde 1990 en adelante.

Mientras recorríamos la vieja Zona del Canal, Nicolás Ardito Barletta me mostró el resultado de los emprendimientos turísticos y logísticos que se llevaron a cabo en base a una planificación que lo tuvo nuevamente como responsable durante el Gobierno del Presidente Pérez Balladares.  Mientras recorríamos el viejo canal, esa maravillosa obra de ingeniería y veíamos como se cerraban y abrían las exclusas para dar lugar al paso de los enormes barcos Panamax, llevando hasta 3.500 contenedores, Nicolás Ardito Barletta me explicó los detalles del nuevo canal en construcción, en el que se van a invertir más de 5 mil millones de dólares y que permitirá, a partir del año 2014, abrir paso a la navegación de los  Post-Panamax, barcos gigantescos que podrán transportar hasta 7000 contenedores.

Cuando salimos de la zona del Canal y visitamos el casco viejo de la Ciudad de Panamá, no la que fue destruida por el incendió del pirata Morgan, cuyas ruinas se pueden ver cerca del aeropuerto, sino la que surgió del traslado a un emplazamiento más defendible, quedé admirado con la calidad de la restauración que se está llevando a cabo y que, nuevamente como iniciativa de quien en ese momento me estaba guiando en la recorrida, comenzó durante la gestión del Presidente Pérez Balladares. Se trata de un emprendimiento de gran valor histórico y turístico, otra de las importantes actividades de servicios que Panamá viene desarrollando con energía. Me resultó muy sugestivo visitar el edificio plenamente restaurado del lugar donde, a iniciativa de Bolívar, se llevó a cabo, en 1826, la primera reunión de representantes de todas las naciones  de América.

Ya de regreso hacia el hotel en el que me hospedé, pude ver desde la bahía el perfil de una ciudad moderna, de imponentes edificios, que se ha desarrolló hacia el oeste del  casco viejo , alrededor del centro bancario que creció también a partir de los años de Barletta como Ministro de Torrijos. Los servicios bancarios son otra de las áreas que Panamá decidió emprender con éxito. La dolarización de su economía, que se mantienen desde el nacimiento de Panamá cono nación independiente, facilitó el desarrollo del centro bancario al asegurar la estabilidad monetaria, pero éste no hubiera sido posible si a su vez no se hubieran desarrollado las condiciones de seguridad jurídica, baja imposición, seriedad profesional y eficiente supervisión gubernamental. Son estas propiedades las que permitieron a los bancos panameños, una vez superada la crisis política de los 80s, aventar cualquier riesgo de crisis financiera, a pesar de no contar su economía con un Banco Central que actúe como prestamista de última instancia. Hoy Panamá goza del denominado “grado de inversión” que le permite operar con tasas de interés muy cercanas a las de los EEUU.

Al final de nuestra charla, intercambiamos ideas sobre lo que deberá hacer Panamá hacia el futuro para asegurar que este impresionante progreso material sea acompañado por la erradicación de la pobreza, de manera de asegurar que los beneficios del progreso lleguen a todo el pueblo. Coincidimos en que en la mayoría de nuestros países, los grandes déficits continúan siendo la baja calidad de la educación y la corrupción enquistada en nuestras sociedades que alimentan  injusticias e ineficiencias y cuyas consecuencias sienten los sectores más desprotegidos de la sociedad. Sin lugar a dudas, éstas son las asignaturas pendientes que marcan la única diferencia que aún subsiste entre Panamá y Singapur.

Cuando me despedí de Nicolás Ardito Barletta, le dije que además de haber vivido una excepcional experiencia personal, me iba de Panamá con la convicción de que  nuestros países necesitan  hombres de estado como él, que aportan y bregan por una visión estratégica y que consiguen que esa visión alimente el imaginario popular y movilice a su pueblo en una gran tarea de construcción colectiva. Esta es la  conclusión a la que llegué luego de la jornada tan especial que acabo de vivir en la Ciudad de Panamá.

Panamá, símbolo latinoamericano de lo que puede una visión estratégica.

Primera nota.

Cuando uno visita Panamá comienza pensando que su riqueza es obra pura de la geografía, porque se trata de un país en el que Vazco Núñez de Balboa, en 1513, descubrió que marchando hacia el sur, desde las costas Caribeñas, a pocos kilómetros, había otro gran mar, al que él llamó “Mar de Sur”. Era, nada más y nada menos, el Océano Pacífico,  la gran vía que separa, pero a la vez permite conectar navegando, a toda  América con el Lejano Oriente. Pero la geografía no basta para explicar lo que es hoy Panamá         .

Los españoles,  hasta 1730, aprovecharon este excepcional accidente geográfico para embarcar desde Portobello, sobre las costas del Caribe, la mayor parte del oro y la plata que extraían de sus colonias americanas hasta que el acoso de los piratas los llevó a reemplazar a Portobello por Cartagena de Indias, en la costa caribeña de la actual Colombia, con mejores condiciones geográficos para la defensa frente a los ataques desde el mar.

Ya en el siglo XIX, cuando Panamá era todavía parte de la Colombia independiente, los panameños decidieron  poner  nuevamente en valor esta extraordinaria cercanía entre los dos océanos, construyendo el primer ferrocarril interoceánico, de 112 km de largo, que aún hoy conecta el Puerto de Colón sobre el Caribe, con Ciudad de Panamá, sobre el Pacífico. Ese ferrocarril, que se anticipó en varias décadas a los que construyeran los Estados Unidos para conectar su este desarrollado con su lejano oeste, jugó un rol importante para el transporte de bienes y personas entre ambas costas del norte americano.

Pero la geografía, si bien tenía sus aspectos positivos, también aportaba sus inconvenientes: las montañas y las enfermedades tropicales. Esto fue costosamente descubierto por los franceses que, con el conde Ferdinand de Lesseps a la cabeza,  envalentonado  por el éxito que había significado la apertura del Canal de Suez unos años antes,  intentaron la construcción de un canal, a nivel del mar, para conectar  el Mar Caribe con el Océano Pacífico. Este emprendimiento era fruto de una concesión que había otorgado el Gobierno de Colombia a la empresa francesa que estaba dispuesta a llevar a cabo la titánica obra. Las enormes excavaciones que demandaba abrir el paso  del canal a través de montañas, en contraste con la planicie desértica que fue necesario remover en Suez y las enfermedades infecciosas que trasmitían los mosquitos tropicales, hicieron que este intento terminara en un estrepitoso fracaso.

Pero los panameños no se dieron por vencidos. Cuando tomaron conocimiento de que la tecnología desarrollada por los ingenieros norteamericanos y los capitales de esa nación permitirían construir un canal bastante por arriba del nivel del mar, con un sistema de exclusas para elevar y luego hacer descender a las embarcaciones, decidieron otorgar una nueva concesión,  esta vez a los EE UU, en condiciones que el Gobierno de Colombia no quería aceptar. Los panameños, empeñados en que la obra se ejecutara, decidieron independizarse de Colombia y firmaron el contrato con Estados Unidos, en términos suficientemente imprecisos que llevaron a los norteamericanos a pensar que habían conseguido soberanía sobre lo que luego pasó a llamarse “la Zona del Canal”, mientras los panameños siguieron sosteniendo que la soberanía era de ellos.

Escribo este artículo en el avión que me lleva a Los Ángeles, camino de Beijing, luego de haber pasado 24 horas inolvidables en Ciudad de Panamá. Había estado varias veces en el pasado, pero en esta oportunidad tuve la fortuna de poder compartir varias horas con un amigo excepcional: Nicolás Ardito Barletta, ex Ministro,  ex Presidente y , actualmente, el más prestigioso estadista vivo de Panamá. Los lugares que recorrimos  juntos y  las explicaciones que él me fue brindando en el transcurso de esas visitas, inspiraron el título de esta nota: quedé convencido que Panamá es el símbolo latinoamericano de lo que puede una visión estratégica.

Al principio de nuestra conversación, Nicolás Ardito Barletta me resumió la idea con la que él comenzó su gestión pública, allá por los años del legendario Presidente Omar Torrijos: convertir a Panamá en la Singapur de América. Después de esta visita, quedé convencido que si en los próximos años Panamá acompaña  sus logros del pasado con un gran énfasis en mejorar la calidad de la educación de sus niños y jóvenes, como lo viene haciendo perseverantemente Singapur, en las próximas décadas el nivel de vida de los panameños no tendrá nada que envidiarle al país asiático que dio forma a la visión estratégica de los dirigentes panameños.

Buen momento para sincerar la economía

En los últimos doce meses se ha vivido un clima de recuperación del nivel de actividad económica  tan fuerte como el de Brasil y Perú, incluso más alto que el de otras economías de la región como Chile y Colombia.  Sin embargo, mientras en todos estos países de nuestra región las expectativas son muy positivas  y la inflación prácticamente no existe, la economía argentina enfrenta un problema claro de aceleración inflacionaria y predominan pronósticos negativos por parte de quienes deberían estar planeando inversiones imprescindibles para sostener el crecimiento económico y la paz social.

Esta diferencia es fácil de explicar: mientras en aquellas economías no se observan fuertes distorsiones de precios relativos ni grandes desequilibrios fiscales en potencia, en Argentina la inflación creciente viene acompañada de claros rezagos en el nivel de muchas tarifas, precios y salarios de los trabajadores no sindicalizados y un ritmo de aumento del gasto público que muestra muchos vértices por los que puede acelerarse, pero prácticamente ninguno por el que pueda, eventualmente, frenar su expansión. Más grave aún, los rezagos de algunos precios, en particular las tarifas, van inexorablemente asociados a la expansión del gasto público por el mecanismo de los subsidios a las empresas prestadoras de los servicios públicos.

Cuando se dan una combinación de distorsiones de precios y desequilibrios fiscales como las que se observan en nuestro país, el riesgo de espiralización de la inflación es alto. La espiralización de la inflación se da cuando  los precios y salarios que han quedado rezagados intentan recuperarse  pero la política monetaria, no suficientemente restrictiva, permite que aumente el tipo de cambio como mecanismo de autodefensa de los ahorristas e inversores financieros y de resistencia sectorial a la recomposición de precios por parte de aquellos que habían logrado adelantarlos gracias a la subvaluación de la moneda local.

Si no existiera en el mundo la liquidez excedente que están provocando las políticas monetarias de los Estados Unidos y de otros países avanzados, enderezadas a evitar un fenómeno de deflación en sus respectivas economías, el peligro de espiralización de la inflación en la Argentina sería mucho mayor que el que existe hoy. La razón es sencilla: la abundancia de dólares financieros en el mundo actúa como freno a la fuga de capitales que en circunstancias externas más normales hoy estaría empujando el precio del dólar para arriba en  lugar de obligar al Banco Central a intervenir para evitar que su precio baje.

Por eso mismo, éste es un buen momento para que el Gobierno avance en el rebalanceo de los precios relativos y en el restablecimiento de los equilibrios fiscales indispensables para comenzar a reducir la tasa de inflación de manera sostenible en el tiempo. Difícilmente se den en los próximos años condiciones más favorables para minimizar el riesgo de espiralización de la inflación cuando se de la inevitable recomposición de precios relativos de la economía, por aumento de aquellos precios, salarios y tarifas que han quedado significativamente rezagados.

Si el Gobierno decidiera aprovechar este buen momento para comenzar a luchar contra la inflación, la percepción de la gente y, en especial la de los inversores, podría cambiar en la dirección hacia el optimismo de mediano y largo plazo, aún cuando se pondrían de manifiesto restricciones inmediatas al ritmo de crecimiento de la demanda que se ha observado a lo largo de los últimos doce meses. Podría haber incluso una sensación de estanflación en el corto plazo, pero esa sensación sería rápidamente neutralizada por la reversión de las expectativas inflacionarias que, de otra forma, se tornarían cada vez más atemorizantes para el futuro mediato.

A quienes desde adentro del Gobierno de Cristina Fernández quieren transformar a su reelección en el objetivo central de su gestión, esta sugerencia les va a parecer  a contramano de aquel objetivo. Pero no hay nada más peligroso para el futuro de su Gobierno y el bienestar de los argentinos que en aras se buscar la reelección, se mantenga a la economía en un callejón de cada vez más difícil salida y se desaprovechen las condiciones favorables que ofrece en este momento la economía mundial. No creo que la gente vaya a premiar con la reelección a un Gobierno que acentúa los desajustes y desequilibrios que asustan a los inversores y golpean con inflación el bolsillo de los más desprotegidos pero sí creo que la gente y, sobre todo, la Historia, juzgará mucho mejor su último año y medio de Gobierno si decidiera gobernar con realismo y desmontara el país de fantasía que han venido dibujando los discursos y las estadísticas oficiales.

A Kirchner lo angustiaba sentirse en un callejón sin salida.

Escribo esta nota mientras estoy volando de Washington a Madrid, vuelo que inicié apenas dos horas después de que recibí  la triste noticia del fallecimiento del ex Presidente, figura señera, si la hubo, de la última década en la Argentina. Si bien mis colaboradores en Buenos Aires hicieron llegar de inmediato una nota  de pésame sincero a su esposa y a su familia, siento en este momento la necesidad de trasmitir mis pensamientos sobre la mejor forma de ayudar a Cristina Fernández de Kirchner, no sólo a encontrar consuelo, sino, fundamentalmente, a poder desarrollar con eficacia las gran responsabilidad que  demanda su investidura como Presidente de todos los argentinos.

Yo conocí muy bien a Néstor Kirchner y me consta que era un hombre sumamente inteligente. Como Gobernador de Santa Cruz recibió todo mi apoyo, porque, a diferencia de la mayoría de los gobernadores, era fiscalmente prudente y gobernaba la provincia en línea con las reformas que estábamos llevando adelante a nivel nacional. Él también apoyó toda mi gestión como Ministro de Economía entre 1991 y 1996 y me siguió apoyando en mis intentos por llegar a gobernar la Ciudad de Buenos Aires. Más aún, cuando yo competía con Duhalde y De La Rúa para la Presidencia, en 1999, él sugirió que Duhalde y yo presentáramos una fórmula conjunta, algo que resultaba imposible porque algunas definiciones de Duhalde en la campaña electoral hacían no creíble una alianza con mi partido.

Él me siguió apoyando mientras fui Ministro de De La Rúa, especialmente en mi apelación al Gobierno de la Provincia de Buenos Aires para que ajustara sus cuentas fiscales y redujera su endeudamiento con el sistema bancario. Su única desinteligencia conmigo, a fines de 2001, se produjo cuando yo le pedí medidas de ajuste a todas las provincias, incluida la suya, que nunca se había endeudado. Yo lo hice intentando suavizar el ajuste que debían hacer las provincias más endeudadas, en particular, la Provincia de Buenos Aires, pero él entendía que era injusto. Me temo que tenía razón, porque los dirigentes de la Provincia de Buenos Aires, prefirieron incendiar al País para evitar tener que pagar ellos los costos políticos de un ajuste explícito.

Néstor Kirchner no estuvo de acuerdo con el abandono de la convertibilidad que decidió Eduardo Duhalde en Enero de 2002, cuando dispuso la pesificación y produjo la fuerte devaluación que llevó el precio del Dólar a casi 4 pesos.  Por eso no aceptó ser el Jefe de Gabinete en el Gobierno de Duhalde. Siempre interpreté que su adhesión posterior al discurso del “Dólar Alto” y su diatriba permanente a las reformas de los 90s, fueron  recursos de campaña con los que se enredó para llegar a la Presidencia y para acumular poder una vez elegido. Luego, las circunstancias internacionales  lo llevaron a descubrir como adecuado para lograr records de recaudación impositiva y a introducir gradualidad a la reversión de la fuerte caída en los salarios reales, las jubilaciones y el gasto público a que llevaron la pesificación y la fuerte devaluación de 2002. Estas dos propiedades de esa política le ayudarían a construir poder  de la forma que él había decidido hacerlo.

Lamentablemente, las consecuencias inflacionarias del “Dólar Alto” lo llevaron a adoptar medidas de intervención en los mercados y de re-estatización de empresas en las que nunca había creído. Y más lamentablemente aún, transformó a esas políticas en la médula de su discurso económico, adornado con las diatribas en contra del FMI, entidad cuyas acreencias honró  mucho más  rápidamente que todos los presidentes anteriores.

Cuando su esposa competía con Roberto Lavagna por la Presidencia, yo escribí, en febrero de 2007: “Los colchones ofrecidos por la fuerte inversión modernizadora de los 90, la paciencia de los trabajadores y jubilados postergados, y el viento de cola de la bonanza internacional ya han comenzado a atenuarse  y, difícilmente, ayuden por muchos años más. Por consiguiente, resulta interesante especular sobre cómo reaccionarían Kirchner y Lavagna frente a los sobresaltos y crisis que sobrevendrán.”

“En el caso de Lavagna, como principal ideólogo “ortodoxo” del “Dólar Alto”, no tendrá otra alternativa que ser consecuente con su promesa de mantener el tipo de cambio real alto y, por consiguiente, luego de permitir todos los aumentos de tarifas, precios, salarios, jubilaciones y gastos necesarios para remover los desequilibrios entre oferta y demanda causantes de las crisis, se verá obligado a devaluar el Peso en la misma proporción en que aumente la inflación”.

“El resultado será una espiralización de la inflación que en, pocos años, retrotraerá la realidad del país a la década de los 80, con inflación persistente y esporádicos episodios de estanflación y, si no se abandona antes la política de tipo de cambio real alto, hasta de hiperinflación. Se habrá desandado totalmente el proceso económico reeducativo de la Convertibilidad, que con su éxito estabilizador de más de 10 años, había logrado cambiar los comportamientos inflacionarios de los argentinos”.

“Kichner no podrá evitar los aumentos de precios, salarios, jubilaciones, tarifas y gastos necesarios para remover las causas de las crisis, pero por su heterodoxia tratará de demorarlos, tanto como le sea posible. Me atrevo a predecir que Kichner no convalidará con una devaluación el impacto inflacionario de todos estos reajustes. Es decir, antes de correr el riesgo de espiralizar la inflación, abandonará la lógica del tipo de cambio real alto. Porque Kichner, como Lula en Brasil, tiene olfato político y desapego a ortodoxias ideológicas. Ello le permitirá descubrir que no es buena para la gente ni para él, como Presidente, reintroducir en la economía Argentina una inflación virulenta.”

No me equivoqué. Hizo precisamente lo que yo predije que haría.

Pero Néstor Kirchner era suficientemente inteligente para darse cuenta que, aún evitando la espiralización inflacionaria, había llevado al País a un callejón sin salida. No podía reconocerlo en público. No sé si llegó a explicárselo a Cristina.  Pero estoy seguro que en su fuero íntimo era plenamente consciente de que la economía iba hacia una crisis para la que no encontraba prevención ni salida. Por eso, su estrategia era sólo demorarla, en espera de que un golpe de suerte lo sacara del laberinto. Pienso que esta angustia, así como los sinsabores que le deparó la política desde el conflicto con el campo, se habrá sumado a su ya debilitado cuerpo para provocar su temprana muerte.

El ya no está en esa encerrona, pero sí lo está su esposa, La Presidente y, de alguna manera, lo estamos todos los argentinos. Por eso, ante tantos que lloran su muerte, él, consciente de la situación en que sus políticas dejan al País seguramente estaría pidiendo que no lloren por él… pero sí lloren por Cristina y los argentinos.

Si en lugar de hacer el panegírico de sus políticas y tener ahora una actitud hipócrita para tratar de conmover a su viuda, los políticos ayudan a que ella descubra lo que Néstor Kirchner seguramente ya había descubierto, será mucho más fácil que Cristina Kirchner pueda terminar su Gobierno con dignidad y reduciendo al mínimo inevitable el sufrimiento de los argentinos. Si por el contrario, la dinámica política de los próximos meses lleva a acentuar los enfrentamientos entre sectores y fracciones políticas, las consecuencias pueden ser muy graves.

Hay quienes piensan que la situación con la que nos enfrentamos es muy diferente a la que se vivía en 1974, cuando murió Perón. Pero, desde el punto de vista económico, la única gran diferencia es que en aquel entonces la reversión de los términos del intercambio muy favorables de 1973, que habían hecho posible las políticas del Ministro Gelbard,  ya habían comenzado a insinuarse. Hoy los términos del intercambio externo continúan siendo muy favorables y también ayuda la fuerte liquidez internacional. Pero los desequilibrios internos son muy parecidos a los de aquella época y la confrontación violenta en facciones políticas y gremiales, si bien está lejos de la que se vivía en 1974, ha estado aumentando peligrosamente.

Cristina merece el apoyo de todos para poder completar su Gobierno con dignidad. Pero la mejor manera de apoyarla es transmitiéndole la verdad sobre la situación que vive el País. Quienes la sigan engañando desde el INDEC y los medios de comunicación oficiales, alimentando la construcción del mundo de fantasía que han ido reflejando sus discursos desde que asumió, estarán atentando contra su gobierno y contra el bienestar del Pueblo  Argentino.