China y los EEUU buscan cooperar para sacar al Mundo de la crisis.

La solución de la crisis financiera que se inició en los EEUU pero que ahora se ha transformado en una crisis económica global, sólo se encontrará si se acentúa el espíritu de cooperación entre las naciones del  mundo que se pregona en los pronunciamientos de los líderes nacionales del Grupo de los 20 reunidos en Nueva York, el año pasado y en Londres hace pocas semanas.

Ojalá esa voluntad de cooperación se acentúe en la reunión cumbre inter-americana que está por realizarse en Trinidad Tobago. Es muy importante que en esta reunión predomine un clima de unidad y de respeto mutuo que revierta el clima disolvente que se vivió en la cumbre anterior, realizada en Mar del Plata. Como nuestro gobierno tuvo mucho que ver con el fracaso de aquella cumbre, es importante que en las actuales circunstancias Cristina Kirchner asuma una actitud diferente a la que en aquella asumió Nestor Kirchner. La presencia de Barack Obama como Presidente de los EEUU en lugar de George Bush, el Presidente al que se destrató en aquella oportunidad, le da a nuestra Presidenta una excusa de consumo interno para diferenciarse de la actitud anti-diplomática y grotesca que caracterizó a la postura de su esposo en la reunión de Mar del Plata.

China y los EEUU le están dando un buen ejemplo al Mundo. Sus sistemas políticos no podrían ser más diferentes. Sin embargo, ambas naciones están asumiendo una actitud responsable. China se avino, desde el inicio de la crisis financiera en los EEUU, a poner en marcha un ambicioso programa de expansión fiscal, claramente complementario del programa necesariamente más restringido que, por su ya elevado déficit fiscal, podían impulsar los EEUU. En Noviembre del año pasado trasmití a mis lectores mi visión de la crisis global vista desde los EE y vista desde China. Destaqué que los chinos ven a la crisis global como una oportunidad para corregir desajustes. Desde entonces China y los EEUU han actuado precisamente como yo visualicé que lo harían casi seis meses atrás.

Los chinos han manifestado, con sinceridad, su temor de que los EEUU terminen licuando sus deudas a través de una inflación mundial impulsada por una emisión descontrolada de dólares por parte de la FED, el Banco Central de los EEUU. Tienen razón en estar preocupados porque ellos tienen casi 2 billones de dólares de reservas (2 millones de millones o 2 trillions, en inglés). Si ellos intentaran canjear esos dólares por Euros, por ejemplo, provocarían la caída del dólar y el efecto inflacionario que los preocupa y además harían que aumenten las tasas de interés en los EEUU, acentuando el clima recesivo mundial. Por eso han planteado una alternativa muy constructiva: que los propios EEUU se avengan a un canje de los dólares que tienen los países como reservas por Derechos Especiales de Giro (DEGs). Los derechos Especiales de Giro son una moneda de reserva cuyo valor resulta de una cesta de monedas que además del Dólar, incluye Euros, Yenes y Libras Esterlinas.

Si Estados Unidos aceptara este canje, pasaría a tener una parte de su deuda pública en DEGs, en lugar de deber sólo en dólares. El monto de la Deuda pública de los EEUU en DEGs sería equivalente al monto actual de las reservas de dólares de los países que solicitaran el mismo canje que propone China. Posiblemente ascendería a entre 3 y 4 billones de dólares. Al pasar a deber en DEGs y no en dólares los EEUU estarían limitando su habilidad para licuar su deuda, es decir, estarían enviando señales claras de que la FED seguirá empeñada en mantener baja la inflación en los EEUU. Además sería una forma de que EEUU de el ejemplo en el compromiso asumido por todos los integrantes del G20 de no recurrir a devaluaciones competitivas de sus respectivas monedas nacionales.

Por supuesto que una vez producido este canje, estarían sentadas las bases para transformar a los DEGs en la moneda de la economía global. A partir de allí, será más fácil lograr la cooperación de todos los países del mundo para mantener baja la inflación a escala global y estarían sentadas las bases para que la expansión monetaria necesaria para atender situaciones de iliquidez en las economías emergentes pudieran decidirse en un Banco Central Global y no requiriera decisiones extraordinarias como las adoptadas por  el G20 en la reunión de Londres.

Las señales enviadas tanto por el Gobierno de China, como las que con menos contundencia pero con la misma vocación dialoguista está enviando el Presidente Obama, permiten alentar el optimismo.

El Valor del Crédito Público

 

Este es el título de un artículo que escribí para El Colombiano, de Medellín. Fue publicado el 26 de marzo en coincidencia con la reunión del BID en aquella ciudad. Acabo de recibir el PDF con la fotocopia de la página de aquel diario con el artículo. Para facilitar su lectura lo transcribo a continuación. Es relevante frente a la decisión del G20 de ayer de aumentar hasta 1.1 billones de dólares las disponibilidades del FMI.

 

 

Que el sector público de cualquier economía nacional goce de buen crédito es siempre importante. En épocas normales un pais que tiene buen crédito público puede emitir títulos de deuda interna o externa para financiar inversiones en infraestructura e, incluso, para dar crédito a las familias y empresas del sector privado que por su tamaño no tienen fácil acceso al mercado de capitales.

Pero es en épocas de crisis recesivas cuando el buen crédito público adquiere su máxima importancia. Para revertir una caída en la demanda efectiva el gobierno tiene que estar en condiciones de financiar el déficit fiscal. Es casi imposible que frente a una crisis recesiva el gobierno pueda mantener el equilibrio presupuestario. La recesión, al mismo tiempo que provoca caídas en la recaudación imposititva, obliga a aumentar los gastos, en especial los relacionados con el seguro de desempleo y aquellos destinados a proveer asistencia social a quienes caen en indigencia.

Si el país no goza de buen crédito público, no podrá financiar el déficit fiscal emergente y se verá obligado a emitir dinero. Un país que no tiene buen crédito público, seguro que tampoco inspira confianza en su moneda. Por consiguiente, la fuerte emisión destinada a financiar el déficit fiscal terminará provocando una fuerte devaluación de la moneda, lo que a su ves empujará al país a la entanflación.

La posible asistencia financiera de los organismos multilaterales de crédito a las economías emergentes que cuidaron en el pasado el crédito público, pero que han visto disminuido su acceso al crédito externo como consecuencia de la crisis financiera global, es fundamental para que su crédito público no se destruya por medidas restrictivas a los pagos internacionales o por incumplimiento liso y llano de sus obligaciones. De ahí la importancia de que en la próxima reunión del G20 los líderes nacionales de los países avanzados se comprometan a ampliar los recursos financieros del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y los Bancos de Desarrollo regionales. La mayor parte de los países de América Latina que han cuidado el crédito público, no deberían tener temor de utilizar el financiamiento de estos organismos, porque es precisamente en circunstancias como éstas, en las que la asistencia financiera de los organismos cobra su máximo sentido.

Los países con economías emergentes que hoy prácticamente no tienen crédito público, como es el caso de Ecuador, Argentina y Venezuela, debeían asignar primerísisma prioridad a ponerse en condiciones de ser elegibles para la asistencia financiera del FMI, porque son los que más la necesitarán. Después de haber perdido el crédito público a consecuencia del manejo económico del pasado, es impensable que puedan recuperarlo si previamente no demuestran que son capaces de conseguir la asistencia de los Organismos Multilaterales de Crédito.Lamentablemente ninguno de los tres está enviando señales que indiquen que quieren seguir este camino. Ojalá la próxima reunión del BID en Medellín ayude a que los dirigentes de estos tres países adviertan el callejón sin salida al que está llevando a sus respectivas economías y se apresuren a cambiar de rumbo.

 

 

El acuerdo de canje de monedas con China es positivo

El gobierno cometió y sigue cometiendo tantos errores, no sólo de política económica, sino, lo que es más grave aún, de organización económica, que la primera reacción de la mayoría de los analistas económicos, frente a los anuncios de los funcionarios, es siempre negativa. Yo no quiero caer en esa actitud prejuiciosa, porque es tan perjudicial como la actitud complaciente de quienes se sienten obligados a apoyar cualquier cosa que el gobierno decide.

 

El Banco Central de la República Argentina y el Banco Central de China han acordado un mecanismo de crédito recíproco que se denomina “swap” (canje) de monedas. Esto significa que el Banco Central de China está dispuesto a entregar yuanes (su moneda) y aceptar pesos en pago, a los que mantendrá en su activo, por una cifra que en tres años puede llegar a equivaler 10 mil millones de dólares. Como nuestras importaciones desde China son del orden de los 6 mil millones de dólares, eso significa que están dispuestos a financiarnos el 50 % de las compras de los próximos tres años. No está claro cuál es el plazo de ese financiamiento, porque no se conoce, o al menos yo no pude aún leer la letra chica del acuerdo, a partir de que fecha puede China usar los pesos que tendrá en su poder para pagar nuestras exportaciones a ese país, que son algo superior a los 7 mil millones de dólares. Si, por ejemplo, los Chinos pudieran pagar de inmediato por lo que nos compran con los Pesos que reciben en canje, entonces no habría financiamiento sino sólamente comercio entre ambas naciones con un mecanismo de pago recíproco que no involucra el uso de dólares y, como nosotros tenemos superávit comercial con ellos, podríamos llegar a estar obligados a aceptar que nos paguen el saldo con yuanes en lugar de hacerlo con dólares. Pienso que se debe haber negociado una asimetría favorable a la Argentina y, por lo tanto, hay financiamiento de por medio.

 

Pero más allá de estos detalles técnicos, lo importante es que nuestro País demuestra estar interesado en acentuar la relación económica con China, algo que hasta ahora, por las señales que venían enviando las restricciones a nuestro comercio exterior, no parecía acontecer. Por supuesto que hubiera sido deseable que junto a este canje de monedas se anunciara la iniciación de las negociaciones para la firma de un tratado de Libre Comercio entre Argentina y China, como el que ya acordó Chile y como los que vienen negociando Perú y Colombia. Pero al menos estamos entre los pioneros de este acuerdo monetario, junto con Malasia, Corea del Sur y Pakistan…lo que no es poco.

 

China va a emerger de esta crisis global como un espacio económico mucho más relevante que en el pasado. Será muy importante como socio comercial, como inversor y financiador de inversiones y también participará activamente en la creación del sistema monetario y financiero global del futuro. Va a ser un mercado importantísimo para toda nuestra producción agroindustrial y la de aquellos productos manufacturados para los que consigamos ventajas comparativas basadas en la abundancia de recursos naturales y en la habilidad de nuestros recursos humanos, podrá ser un proveedor importante de bienes de capital que nosotros importábamos anteriormente de Europa, EEUU o Japón. Es asombroso cómo China está avanzando en la producción de bienes de capital de la más alta tecnología, especialmente en el rubro de la energía y las comunicaciones.

 

Claro que para poder aprovechar estas oportunidades que se nos abrirán en el futuro, es muy importante que cuanto antes el gobierno elimine los impuestos distorsivos que desalientan la inversión y la productividad tanto en los sectores más eficientes de nuestra agricultura y ganadería, como de nuestra industria, de nuestra infraestura y de nuestros servicios. Es lamentable que se sigan cobrando retenciones a las exportaciones, un impuesto que ningún país serio utiliza, porque, luego de la prohibición de exportar e importar, es la mayor traba al comercio exterior que puede imaginarse. Ojalá la misma inteligencia demostrada en detectar esta oportunidad de estrechar lazos con China a través de los bancos centrales, permita pronto remover el mayor factor de discordia e ineficiencia que hoy afecta a nuestra economía.

 

El Plan Obama-Geithner puede funcionar

Desde que escribí mis tres posts sobre la crisis financiera global y la intervención del Estado, estuve en San Pablo, Lima, New York y ahora estoy en Washington. En todos estos lugares tuve oportunidad de hablar con economistas, políticos y banqueros sobre la crisis financiera global. También pude palpar el estado de ánimo de la gente de la calle en las numerosas oportunidades que tuve para conversar con choferes de taxi y personal de los hoteles y restaurantes. Por supuesto, leí las opiniones de Paul Krugman y Jeffrey Sachs, muy críticas del plan anunciado por Timothy Geithner para sanear el sistema financiero. Mañana viajo a París para participar en sendas reuniones en las que se discutirán soluciones para la crisis financiera global como aportes para la reunión del G20 que se llevará a cabo en Londres el 2 de Abril. Varios visitantes de este blog me han pedido que de mi opinión sobre el plan anunciado por la administración de los EEUU para enfrentar la crisis financiera global iniciada en ese país. Pues, acá vá.

El Plan Obama-Geithner para la economía norteamericana consiste en dos grandes programas de expansión fiscal y moneraria: uno enderezado a revertir o al menos atemperar la caída de la demanda interna de consumo e inversión y otro enderezado a sanear el sistema financiero, para que vuelva a jugar el rol de intermediador eficiente entre los ahorros y la inversión empresaria y familiar. Estos dos programas suponen gran expansión tanto de los pasivos monetarios del Banco de la Reserva Federal como de los pasivos del Tesoro. Es decir, aumentos significativos en la oferta de dólares y de bonos de la deuda pública.

El Plan ha recibido fuertes críticas, tanto por derecha como por izquierda.

Las críticas conservadores aluden al futuro efecto inflacionario y de aumento de los impuestos que predicen como consecuencia de la emisión monetaria y de la deuda pública. Las críticas por izquierda aluden a la insuficiencia de los esfuerzos para aumentar la demanda efectiva de bienes y servicios y al endeudamiento en que se incurre para ayudar a los banqueros y a los tenedores de activos financieros.

Las críticas por derecha son, en mi opinión injustificadas, porque la expansión fiscal es sólo transitoria, para compensar la caída en la demanda efectiva y se va a neutralizar tan pronto como la economía comience a reactivarse, por el efecto de la recuperación económica sobre la recaudación de impuestos. Es cierto que la situación fiscal de los EEUU no era sana, aún antes de que se desatara la crisis financiera, porque en plena expansión económica desplegaba un déficit fiscal de 700 mil millones de dólares y otro déficit semejante en la cuenta corriente de la Balanza de Pagos. Pero los ajustes necesarios para reducir o eliminar esos desequilibrios deberán lograrse a través de un proceso de coordinación con las economías que son la otra cara de la moneda: las que tuvieron fuertes superávit fiscales y  externos. Intentar hacerlo ahora, con medidas unilaterales decididas por los EEUU, sería agravar la crisis no sólo en ese país sino también y, sobre todo, a escala global. Máxime cuando el mundo ve al Dólar y las letras del Tesoro Americano como los mejores refugios de valor.

La única solución mejor que la expansión fiscal en los EEUU requeriría fuerte expansión fiscal en los países con cuentas fiscales y externas superavitarias que cuentan con monedas nacionales también creíbles. En ese caso, los EEUU deberían utilizar la demanda por sus Dólares y por sus letras del Tesoro, para recrear la oferta de crédito al sector privado o a los países emergentes que están siendo afectados por la crisis global y no tienen bancos centrales ni tesoros nacionales en condiciones de actuar como prestamistas en última instancia. Pero esta alternativa no puede ser decidida unilateralmente por los EEUU. Los discursos de Obama y Geithner sugieren que esta es la propuesta que ellos llevaran al G20 que está por reunirse en Londres.

Las críticas por izquierda son de variado tenor. Por un lado comienzan señalando que el programa de expansión fiscal de Obama hay excesivo componente de rebaja de impuestos e insuficientes asignaciones presupuestarios para programas sociales capaces de mejorar la distribución del ingreso en forma permanente. Pero son poco realistas, porque no tienen en cuenta que la política fiscal es resorte del Congreso y no del Poder Ejecutivo, razón por la cual siempre será fruto de un compromiso entre posiciones más conservadoras y otras mas liberales. Lo que ha hecho Obama es lo único que puede hacer un Presidente norteamericano que respeta  la división de poderes. Los detalles sobre la composición específica de la expansión fiscal siempre será discutible y opinable, pero nadie puede estar seguro que por haber buscado un compromiso el programa está condenado a fracasar.

La crítica por izquierda más fuerte se ha escuchado luego de que Timothy Geithner anunciara su programa para crear una asociación público-privada para la compra de activos tóxicos del sistema financiero norteamericano. Se argumenta que este programa apunta a ayudar a los banqueros a defender el valor de sus tenencias accionarias y a proteger a los acreedores de los bancos que no tienen garantía del Estado, es decir, a los grandes inversores financieros que tomaron por sí, o a través de sus asesores ignorantes o deshonestos, decisiones de inversión equivocadas. En mi opinión, esta crítica es injustificada por varias razones que paso a explicar.

En primer lugar, el argumento de que se trata de defender el valor de las tenencias accionarias de los bancos con problemas es insostenible, porque estas acciones ya han perdido prácticamente todo su valor: fueron licuadas por los aporte de capital que el Estado ya hizo para re-capitalizar a esas entidades financieras. Los tenedores de acciones al momento en que se desató la crisis, entre los cuales estaban los máximos directivos y ejecutivos bancarios que habían cobrado fuertes "bonus", precisamente en acciones de las mismas instituciones, ya perdieron la mayor parte del capital que creían tener. Además, esas acciones aún corren el riesgo de pasar a valer cero, porque no se descarta que si luego de la implementación del programa de compra de activos tóxicos, algunas entidades financieras siguen en estado de insolvencia, las mismas sean sometidas a los procesos de liquidación del FDIC (la institución que garantiza los depósitos bancarios) o a procesos equivalentes para entidades no bancarias, para los que el gobierno de Obama está solicitando la respectiva autorización legislativa al Congreso.

Con respecto a que este programa ofrece protección a los acreedores no garantizados de los bancos hay que hacer al menos tres consideraciones: 1) No se concede a estos acreedores ninguna garantía formal, algo que están buscando algunos de  los que proponen "nacionalizar" los bancos: 2) Quienes aporten el capital accionario a estos fondos públicos-privados, que son los primeros en absorber las pérdidas si los activos que compran siguen desvalorizándose, son los que decidirán que activos comprar y a que precio. El comportamiento racional indica que buscarán las mejores oportunidades utilizando toda su experiencia como administradores de fondos, exactamente como lo hacen quienes invierten  habitualmente en "distressed assets". Es muy probable que haya muchos activos que en este momento están siendo valuados por el mercado (precio al que los bancos deben contabilizarlos en sus balances) muy por debajo del precio que tendrían de no existir el pánico y la incertidumbre que hoy plaga los mercados. Estos serán los activos que buscarán los administradores de estos fondos que contarán no sólo con su aporte de capital sino con recursos prestados por el sector público en una relación 9 a 1; 3) Las entidades finanacieras que luego de este operativo todavía acusen una situación de insolvencia (patrimonio neto negativo) seguramente entrarán en liquidación y no sólo su capital eccionario pasará a valer cero, sino que los sus acreedores no garantizados sólo cobraran la parte que resulte de la liquidación de sus activos despues de honrar los pasivos garantizados (depósitos hasta 250,000 dólares por titular).

Es cierto que el gobierno podría haber dispuesto directamente la liquidación de las entidades financieras insolventes sin la etapa previa de compra  pública-privada de activos tóxicos, pero es probable que por la enorme cantidad de activos que hoy el mercado subvalúa con exageración (como contracara de la exageración con que los sobrevaluó en la etapa previa a la crisis) hubieran terminado siendo liquidadas muchas entidades y afectando a millones de tenedores de bonos y depositantes no garantizados, mucho más de lo que un proceso de liquidación más limitado y ordenado, luego de la compra de activos tóxicos, va a arequerir.

Por supuesto que todo plan tiene siempre la posibilidad de ser insuficiente y fracasar. Pero me parece temerario que se sostenga de antemano que el plan Obama-Geithner está destinado al fracaso. Y mucho menos que está inspirado en el deseo de proteger a banqueros y a inversores imprudentes.

El tipo de intervención que los estados no deben hacer.

Todos los países del mundo emergente están sintiendo en sus economías el efecto de la crisis que se inició en los EEUU y se extendió rápidamente a Europa y a Japón. Algunos, como China, los países del Medio Oriente, la mayoría de los países asiáticos, de América Latina y de África, sufren el impacto a través del comercio exterior, porque se están desmoronando sus exportaciones, con el consiguiente efecto multiplicador negativo sobre sus economías internas.Cuando caen las exportaciones y el consumo interno, la  inversión también cae y produce un efecto acelerador de la recesión. La única forma de revertir este tipo de efecto es lograr que la recesión encuentre su piso en los países avanzados y comience en ellos la reactivación económica.

Este proceso podría verse frustrado si en la desesperación por atenuar el impacto negativo de la caída de exportaciones, cada país comienza a poner restricciones a sus importaciones. En ese caso se puede producir el colapso del sistema comercial internacional y llevar a una depresión mundial como la de los años 30s. Por eso, el primer tipo de intervención en las economías nacionales que los estados no deberían hacer es adoptar políticas proteccionistas. El presidente Lula es quien más ha estado advirtiendo sobre este peligro y la mayor parte de los Jefes de Estado del G20 parecen tener la misma opinión, aunque en sus respectivos congresos nacionales predominan las tendencias proteccionistas. Es muy importante que la Presidente Cristina Kirchner no sea la voz disonante en esta reunión, de la que debería salir un compromiso firme de todas las naciones de evitar una guerra proteccionista y, por el contrario, aprovechar la crisis para revitalizar las negociaciones de la Ronda Doha de la OMC.

En los países emergentes que durante los últimos años continuaron utilizando significativamente el ahorro externo para impulsar la inversión y el crecimiento en sus economías, la crisis global está poniendo en peligro a sus sistemas monetarios y financieros internos, porque al impacto negativo de la caída de las exportaciones se agrega el efecto de la reversión repentina de los flujos de capitales ("sudden stop" en la literatura en inglés). La entrada de capitales había permitido fuertes inversiones modernizadoras de sus economías y explicaban el crecimiento rápido y hasta el momento de la crisis, sostenido, de sus PBIs.

A estos países se les presenta una situación parecida a la que enfrentó Argentina en 2001, cuando no sólo se habían deteriorado los términos del intercambio externo, sino que además sufrió una reversión repentina de la entrada de capitales que había permitido financiar un fuerte proceso de inversión y modernización económica en los años previos. Esto le está ocurriendo a miembros de la Unión Europea que están dentro del área del Euro, como a Irlanda, a países que pertenecen a la Unión Europea aunque aún no tienen al Euro como moneda y al resto de los países de Europa del Este, algunos de los cuales aún no han ingresado a la Unión Europea, pero habían atraídos fuertes inversiones de ese orígen.

Es muy importante que los países con monedas fuertes y buen crédito público provean apoyo financiero a estas economías emergentes para evitar que colapsen sus sistemas monetarios y financieros nacionales y puedan producir los ajustes internos necesarios, en forma ordenada, reestructurando pasivos cuando sea inevitable, pero sin abandonar las reglas de economías de mercado integradas a la economía global y, sobre todo, sin introducir inflación descontrolada en sus economías.

Sería trágico para cada uno de estos países y también para la economía global, que estas economías optaran por aplicar una “solución a la Argentina del 2002”, es decir que destruyeran la base contractual de la economía mediante un default generalizado acompañado por la conversión forzada de contratos pactados en monedas extranjeras a otros pactados en la moneda nacional. Semejante "solución" abriría la puerta a la inflación descontrolada de sus economías y porstergaría sine díe la posibilidad de una recuperación rápida del crecimiento.

En Argentina esa “solución” reintrodujo la inflación en la economía y si bien su PBI logró un crecimiento rápido entre 2003 y 2008, éste se produjo por el aumento extraordinario de los términos del intercambio externo y no por la forma utilizada para sacar de la quiebra a bancos, empresas y familias. Todo lo contrario, la combinación de default generalizado con “pesificación” dio lugar a que Argentina perdiera el crédito público, no lograra volver a atraer ahorros externos y se viera imposibilitada de continuar con el proceso de modernización de sus servicios y de su infraestructura, que había sido tan positivo en los años anteriores. De no haberse dado el impresionante aumento en los precios de los productos de exportación que se produjo entre 2003 y 2008, Argentina hubiera sufrido estanflación durante todo el período, enfermedad que ha comenzado a sufrir desde que se desplomaron los precios de la soja y los demás productos de exportación, a mediados del año pasado.

En la próxima reunión del Grupo de los 20, los países con monedas fuertes y buen crédito público deben comprometer el apoyo: a) de sus bancos centrales a los países que utilizan sus monedas o conducen sus políticas monetarias utilizando a sus monedas como patrón; y b) de sus respectivos tesoros a los tesoros de las economías emergentes, en forma directa o a través de los organismos multilaterales de crédito, con la sola condición de que los países que utilicen ese apoyo no abandonen las reglas de economías de mercados integradas a la economía global, continúen brindando seguridad jurídica a los inversores internos y externos y sigan comprometidos con la estabilidad y el crecimiento de sus economías.

Los países de las economías emergentes que sufran interrupciones repentinas del flujo de capitales después de haber estando utilizando durante muchos años el ahorro externo para modernizar y capitalizar a sus estructuras productivas, podrán conducir procesos de ajustes ordenados sin abandonar la organización básica de sus respectivas economía si cuentan con apoyo externo, tal como lo hicieron Méjico y Argentina en 1995, Corea y varios otros países asiáticos en 1997, Brasil en 1999 y nuevamente en 2002 y Uruguay en 2002. En todos estos casos el ajuste ordenado y la posterior recuperación del crecimiento económico, sin reintroducir la inflación como problema, se logró gracias al apoyo externo.

Lamentablemente esto no ocurrió en Argentina al final de 2001, cuando la decisión del FMI de no continuar apoyando una reestructuración ordenada de la deuda, combinada con la voluntad del nuevo poder político de resolver el problema de los deudores aunque fuera a costa de terminar de destruir el crédito público y privado y reintroducir la inflación, llevó a la desorganización de la economía que hoy, terminada la bonanza extraordinaria creada por los términos del intercambio muy favorables, está produciendo estanflación.

Las economías emergentes que además de sufrir la caída de sus exportaciones como consecuencia de la crisis global, sufren además una interrupción repentina del flujo positivo de capitales con que habían financiado su crecimiento reciente, deben abstenerse de intervenir en los mercados con medidas compulsivas que signifiquen una violación intencional de los contratos vigentes, pero para ello es imprescindible que consigan el apoyo de los países con monedas fuertes y buen crédito público.

Está en la inteligencia de los gobiernos de los países más ricos advertir que el apoyo a las economía emergentes es tan importante como el que están brindando a sus estructuras productivas internas, porque de otra manera la economía que sobrevivirá a la actual crisis, lejos de ser global va a parecerse más a la economía segmentada y conflictuada que emergió de la crisis de los años 30 y que llevó a los trágicos episodios que culminaron con la Segunda Guerra Mundial. Este debería ser el mensaje de los Jefes de Estado de los países con economías emergente en la próxima reunión del G20.