Los Premios Nobel y el Capitalismo.

Ayer leí un muy buen artículo de Paul Krugman en la Nación. Se titula: «La economía real también necesita un gran rescate«. Los lectores de este sitio habrán advertido cómo Paul Krugman cambió de opinión sobre los riesgos que significa el endeudamiento público en los Estados Unidos. Mientras en el artículo de 2004, que comenté en mi nota del 14 de octubre, alerta sobre el riesgo de que Estados Unidos caiga en una crisis como la de la Argentina, por exagerados déficits y su consecuencia: el aumento del endeudamiento público, hoy después de reconocer que la crisis que finalmente se produjo no tiene ese origen sino el exceso de endeudamiento privado, particularmente de las familias, recomienda no preocuparse por el déficit fiscal y evitar no sólo la quiebra generalizada del sistema  bancario sino también rescatar a la economía real.

Yo estoy de acuerdo con su recomendación, porque existe fuerte demanda de dólares y de títulos del Tesoro Americano por parte de los que tratan de deshacerse de los bonos e hipotecas privadas y porque la economía real necesita financiamiento y demanda efectiva para evitar una depresión económica y ponerle un piso a la recesión inevitable. Algo que no podíamos hacer ni México, ni Brasil, Ni Rusia, ni los países asiáticos ni, por supuesto, Argentina, sin ayuda de los EEUU y los organismos financieros internacionales. Sin embargo, puede ser hecho por los EEUU, sin ayuda del resto del mundo en materia de recursos fiscales, por el simple hecho de que sigue siendo la economía y el Estado que más confianza inspira. Claro que dado el caracter global de la crisis iniciada en los EEUU, los demás estados deben hacer algo parecido, con sus propios recursos fiscales. Y lo podrán hacer en la medida que sus monedas y los títulos de sus respectivos tesoros inspiren confianza. Sin duda es imprescindible que las acciones de los distintos estados sea coordinada, como afortunadamente ha comenzado a ocurrir en la última semana.

Algunas economías emergentes, como la nuestra, tienen en la actualidad la suerte de que no será necesario que rescaten a sus respectivos sistemas bancarios, porque al estar sub-expandidos, como consecuencia de las crisis financieras anteriores, ahora no corren muchos riesgos. Pero no debemos cantar victoria. Nuestra economía está muy mal posicionada para llevar a cabo el rescate de la economía real, tal como lo propone Paul Krugman en esta nota. Incluso en comparación con otras economías emergentes. La razón? Muy sencilla: nadie demanda los títulos de la deuda pública argentina. No tenemos crédito, ni como sector privado ni como sector público. Si el gobierno Argentino siguiera la recomendación de Krugman, sin conseguir antes recuperar el crédito público, se vería obligado a una emisión monetaria enorme que provocaría una fuerte devaluación y mucha más inflación de la que hoy existe. Por eso es que alegrarse de la crisis global y pensar que no nos afectará, es una grave equivocación.

Pero comencé a escribir esta nota pensando no tanto en el artículo de Krugman, sino en el que Paul Samuelson publica hoy en Clarín. Se titula «Adiós al capitalismo de Friedman y Hayek». Está en el suplemento iECO, pero no lo he encontrado en internet, por eso no pongo el respectivo link. Estoy seguro que muchos estatistas que quieren que desaparezca la economía de mercado gozarán con lo que Samuelson dice en este artículo, a pesar de que el mismo aclara: «Acaso es este el final del sistema de mercado? Como ciudadano común espero que no. Mil años de historia económica avalan objetivamente cuán indispensables son los sistemas de mercado». Y continúa:»Marx, Lenín, Stalin, como economistas fueron tontos de la aldea. Y Mao peor. Ni que hablar de Castro en Cuba, Chávez en Venezuela y quienquiera que llevó a Corea del Norte al hambre y estancamiento».

Pero a renglón seguido se pregunta: «Qué fue entonces lo que provocó el suicidio del capitalismo de Wall Street a partir de 2007? En el fondo de esta hecatombe financiera, la peor de todas, está el capitalismo de laissez faire de Milton Friedman y Friedrich Hayek, sin ningún tipo de regulación. Fue la raíz de todos los males de hoy. Los dos están muertos pero sus legados venenosos perduran».

Milton Friedman y Friedrich Hayek, ambos premios Nobel como Samuelson, no podrán defenderse personalmente, pero cómo ya habrán apreciado los visitantes de este sitio que leen los comentarios, estoy seguro que muchos seguidores de la Escuela Austriaca  saldrán a defenderlos.

Hoy voy a ayudar a mis visitantes  de la Escuela Austriaca. Voy a utilizar un argumento en contra de la regulación y el estatismo que traté de neutralizar en mis respuestas a los Hayekianos  pero que, paradójica mente, Samuelson utiliza en contra de Friedman y Hayek. Me explico: Quienes me enviaron mensajes con argumentos de la Escuela Austriaca y un video titulado «‘El dinero es deuda»,  sostienen que la crisis financiera tiene su origen en el sistema de encaje fraccionario de los bancos, que les permite a éstos emitir dinero a través de otorgar préstamos con un alto porcentaje de los fondos de sus depositantes. Atribuyen el origen de este sistema a regulaciones que se pusieron en marcha en Inglaterra en el siglo XIX y que a partir de allí no han hecho más que ampliarse, en el sentido de aumentar los márgenes de creación de dinero bancario sin respaldo. Este es el argumento de los Hayekianos.

Veamos cuál es el argumento central de Samuelson para condenar a Friedman y Hayek. El sostiene que el problema se originó en: «La ingeniería financiera es lo que nos permite ir de un apalancamiento cero a otro de, digamos, 50 a 1». Los austriacos dirían, el sistema de encaje fraccionario (que es de la misma naturaleza que lo que aquí Samuelson llama ingeniería financiera) permite llevar el apalancamiento de cero a 10 (si el encaje fraccionario es 10 % de los depósitos). La ingeniería financiera hizo que de 10, en los bancos comerciales, el apalancamiento llegara a 50 en los bancos de inversión. Pero esto no tiene nada que ver con las ideas de Friedman y Hayek.

Para que los lectores de este sitio no se mareen con las discusiones ideológicas entre premios Nobel y puedan hallar explicaciones prácticas, les recomiendo que lean las que da Felipe Murolo, en respuesta a mensajes de visitantes de este blog. Él explica porqué, la Banca de Inversión, funcionando no como banca comercial de depósitos y descuentos sino como un sistema de creación de títulos de deuda sin responsabilidad alguna del banco originador, que puede desprenderse del 100 % de los títulos que origina, lleva al tipo de excesos que provocaron la crisis que el mundo está viviendo.

La responsable no es ni la falta ni la ausencia de regulaciones en la economía de Mercado. Todas las economías de mercado han siempre tenido y vivido con un marco regulador. Las crisis se originan en las malas regulaciones. Y hay que aprender de las crisis, no para empeorar las regulaciones sino para mejorarlas. Entre paréntesis, luego de la crisis de 2001, nuestros Gobiernos en lugar de mejorar las regulaciones, las eliminaron o empeoraron. Por esa razón el Estado Argentino no podrá llevar a cabo lo que propone Krugman para los EEUU.

Krugman, la Argentina y la actual crisis de los EEUU

El artículo titulado «EEUU corre el riesgo de ser otra Argentina» firmado por Paul Krugman y publicado por La Nación el 4 de enero de 2004, que el prestigioso matutino reprodujo ayer, sirve para entender algunos aspectos muy importantes de Krugman y sus opiniones sobre la Argentina y los Estados Unidos.

Sobre nuestro país la opinión de Krugman es muy clara. Dice textualmente: «La Argentina retuvo la confianza de los inversores internacionales casi hasta el fin de los noventa. Los analistas le restaban importancia a sus grandes déficit fiscal y comercial; insistían en que las políticas favorables a las empresas y el libre mercado permitirían al país superar todo eso con crecimiento. Pero cuando la confianza se hundió, ese optimismo se demostró tonto.» No habla de que la convertibilidad fue un disparate, como acaba de afirmar Javier Gonzalez Fraga. Critica la presencia de grandes déficit fiscal y comercial, algo que tiene que ver con el exceso de gasto público y privado y no con un supuesto déficit keynesiano de demanda efectiva. Mas bien sugiere lo mismo que vine sosteniendo yo desde 1997 en adelante: que las provincias estaban gastando demasiado y que el financiamiento que le proveían los bancos se basaba en un falso optimismo.

Por supuesto que haber abandonado el tipo de cambio fijo en 1997, como yo lo he sostenido reiteradamente, hubiera impedido que se produjera la fuerte entrada de capitales de ese año y el primer semestre de 1998, cuando los fondos que se iban de Asia, asustados por la crisis de aquella región, venían precisamente a la Argentina, que había superado con éxito el efecto contagio de la Crisis Tequila. En ese momento se podría haber ido a la libre flotación y ello hubiera determinado no una devaluación del Peso sino una apreciación, como ocurre cuando hay fuerte entrada de capitales. La apreciación tiene la virtud de evitar que entren capitales de corto plazo, porque al apreciarse la moneda, se desalienta la entrada de esos capitales: los dólares se convierten en menos pesos y aumenta el riesgo de que cuando los quieran sacar tengan que pagar por los dólares un precio mayor. De haberse dejado flotar la moneda y de haberse pasado al régimen de convertibilidad flotante, al que yo me he referido muchas veces en este sitio, la política monetaria le habría puesto freno al financiamiento abundante para cubrir el gasto provincial y hubiera impuesto una muy necesaria disciplina fiscal, que lamentablemente no existió.

Además, un régimen de convertibilidad flotante habría permitido amortiguar el impacto de la Crisis Rusa y sobre todo de la Crisis Brasilera de 1999, a través de una devaluación del Peso que, lejos de haber consistido en una crisis monetaria, hubiera tenido el mismo efecto que tiene hoy, en Brasil, la devaluación del Real: amortigua el deterioro de los términos del intercambio, pero no provoca pánico ni acelera la inflación. En este sentido yo siempre sostuve, lo mismo que Krugman, que el cambio flotante tiene ventajas en un país sometido a shocks externos de naturaleza real más que a shocks internos de naturaleza monetaria. Pero para que el cambio flotante no conduzca a la hiperinflación se necesita que el país haya conseguido previamente la capacidad de tener una moneda nacional, algo que después de una hiperinflación sólo se consigue con convertibilidad y tipo de cambio fijo. Vuelvo a reiterar a todos los que aún no los hayan leído, que estos conceptos están explicados en detalle en dos de mis artículos: «La calidad del dinero» y «Régimen monetario y políticas cambiarias«.

Todo lo que dice Javier Gonzalez Fraga sobre Krugman y la convertibilidad, demuestra que el ex Presidente del Banco Central  no conoce a Krugman y nunca habló largamente con él. Yo si lo hice, desde hace 35 años, porque ambos fuimos alumnos de Rudiger Dornbush y Stanley Fisher cuando él era estudiante en MIT y yo en Harvard. Mientras fui Ministro de Economía hablé con él no menos de 20 veces. Yo sugerí que lo invitaran en 1994 a hablar en la convención de Bancos en la que no habló en contra de la convertibilidad, sino todo lo contrario. En aquella oportunidad comparó las experiencias de América Latina y de Asia, señalando que éstas últimas tenían menos propensión a las crisis y más crecimiento por tener tasas de ahorro más elevadas y mejores índices de aumento de la productividad, opinión que tuvo que revertir tres años después, cuando la crisis de las economías asiáticas probó ser más grave que las que hasta ese momento habían enfrentado los países de América Latina en los primeros seis años de los 90s.

Cuando yo dejé el Ministerio de Economía, en 1996, seguí hablando con Krugman y discutiendo la situación de Argentina no menos de tres veces al año, dado que ambos integramos el Grupo de los 30 y siempre participamos en sus reuniones plenarias.

En la única oportunidad en la que no coincidimos fue en abril de 2001, cuando él nos visitó para darnos su opinión sobre la conveniencia de salir en ese momento del tipo de cambio fijo. Hablo en plural porque luego de reunirse conmigo y con los principales miembros de mi equipo, fue a verlo al Presidente de la Rúa y le dio su opinión. Yo coincidí con él sobre la necesidad de mejorar el tipo de cambio real para las exportaciones argentinas, pero le pregunté si él consideraba que además de devaluar Argentina debía declarar el default de su deuda. El me contestó con un contundente no. En su opinión, defaultear sería un desastre para nuestro país. Yo le expliqué que como nuestro problema era más una cuestión de desconfianza de los acreedores, incluidos los depositantes en el sistema bancario, que una cuestión de excesivo déficit de la cuenta corriente no podíamos pensar en devaluar mientras no tuviéramos resuelto el problema de la deuda. De otra manera se produciría el mismo desastre que en México a principios de 1995, con el agravante de que Argentina no iba a recibir de Bush el apoyo que Clinton le brindó a aquél país después de la devaluación.

Krugman, como persona muy seria y responsable que es, se fue de la Argentina sin hacer ningún tipo de declaración y sólo en diciembre de 2001, cuando ya estaba claro que el FMI nos había bajado el pulgar, se pronunció públicamente a favor de una devaluación. El desastre que acompañaría a la devaluación en enero de 2002 era exactamente lo que yo le había señalado como riesgo cuando en abril le expliqué porqué pensaba que debíamos mejorar el tipo de cambio real a través de los planes de competitividad y del factor de convergencia, pero no a través de una devaluación traumática.  Es sorprendente que hoy Javier Gonzalez Fraga se rasgue las vestiduras presentándose como el que siempre bregó por la devaluación y poniéndose a la par de Krugman, cuando mucha gente debería recordar sus declaraciones a favor de la estrategia que yo había adoptado y explicado en aquella oportunidad. Hay muchos artículos y videos de TV que permitirían a cualquier periodista de investigación constatar que lo que digo sobre Javier Gonzalez Fraga es la pura verdad.

El artículo de Krugman que publicó la Nación en enero de 2004 también es claro respecto a qué tipo de crisis él predecía para la economía norteamericana. Transcribo los párrafos más relevantes: «La inmunidad tradicional de los países avanzados como EE.UU. de crisis financieras al estilo del Tercer Mundo no es un derecho de nacimiento. Los mercados financieros nos dan el beneficio de la duda sólo porque creen en nuestra madurez política, en la disposición de nuestros líderes a hacer lo necesario para reducir déficit, pagando un costo político si fuera necesario. Y en el pasado esa confianza se ha justificado. Hasta Ronald Reagan elevó los impuestos cuando el déficit fiscal se fue por las nubes».

«¿Pero tenemos aún esa clase de madurez? He aquí la frase inicial de un artículo reciente de The New York Times sobre los planes presupuestarios de la administración: «Confrontados con un déficit fiscal record, funcionarios de la administración Bush dicen que han preparado un presupuesto para el año electoral que reducirá el crecimiento del gasto interno sin alienar sectores con influencia política»»

«Si esta clase de irresponsabilidad continúa, los inversores terminarán por concluir que EE.UU. se ha convertido en un país del Tercer Mundo y comenzarán a tratarlo como tal. Y los resultados para la economía de EE.UU. no serán bonitos.»

Obviamente Krugman predecía que los inversores dejarían de confiar en el dólar y se desprenderían de los bonos del Tesoro, de la misma forma que en 2001 habían dejado de confiar en el Peso Argentino y  decidieron desprenderse de los bonos del Tesoro Argentino. No es eso lo que pasó en los EEUU. Todo lo contrario, los inversores dejaron de confiar en los deudores del sector privado, nada menos de los que tenían sus deudas garantizadas con hipotecas, un tipo de financiamiento que los políticos demócratas, a los que Krugman elogiaba en ese artículo, nunca habían hablado de restringir. Y es precisamente la confianza en el Tesoro de los Estados Unidos y en los Estados Unidos como Nación, lo que ha llevado a que la gente tome al Dólar y a los títulos públicos americanos como refugios.

Señalo este error de predicción, no para desmerecer a Krugman, sobre suyos méritos académicos no tengo ninguna duda y ha recibido el Premio Nobel de Economía en estricta justicia, sino para que la gente se dé cuenta que en economía, sobre cómo se debe actuar frente a una determinada situación, así como sobre las predicciones de lo que acontecerá en el futuro, siempre se pueden encontrar varias opiniones, muchas veces muy divergentes. Y no es raro de que esas opiniones sean lideradas por economistas que han recibido el Premio Nobel.

Samuelson y Friedman en materia política, las más de las veces, tenían oponiones opuestas. Y los dos recibieron el Premio Nobel. Lo mismo ocurre con Mundell y Stiglitz. Los dos profesores de la Universidad de Columbia y ambos premiados con el Nobel. Casi siempre tienen opiniones divergentes. Y si hoy le preguntan a Phelps (premio Nobel del año pasado) y a Krugman sobre los riesgos futuros de inflación, seguro que escucharíamos predicciones muy distintas entre sí. Al premio se los dan por sus contribuciones científicas, no por sus opiniones políticas.

Inteligente reacción de un dirigente empresario brasilero…

Ojalá los nuestros pensaran así… Recomiendo a mis lectores no pasar por alto un artículo que acabo de leer en La Nación. Tiene el sugestivo título «La Argentina no debería preocuparse«. Me gustaría leer respuestas semejantes de nuestros dirigentes empresarios. No sólo es bueno que Cristina hable mucho con Lula, sino también que nuestros industriales de la UIA hablen con sus pares de la FIESP. Al menos con don Ricardo Martins.

El Peso, el Real y el Dólar

Como era de prever quienes producen bienes o prestan servicios, piden que les dejen aumentar los precios. Lo hacen de distinta manera y abogan por distintos instrumentos, según la situación de cada uno.

Los prestadores de servicios públicos, como los transportistas y los productores de energía, quieren que se permitan aumentos de los precios y las tarifas que quedaron muy atrasados desde la devaluación de 2002. Y tienen razón, porque los subsidios con que tratan de compensarlos no alcanzan para cubrir los aumentos de costos, además no les brindan retribución al capital invertido y, por consiguiente, no le permiten conseguir financiamiento para nuevas inversiones. En algún momento el gobierno va a tener que autorizar estos aumentos de precios y tarifas, sobre todo cuando ya no tenga recursos para pagar los subsidios.

Los productores agropecuarios y las industrias de transformación de sus productos en alimentos para el mercado interno, piden que le eliminen los controles de precios y que les dejen aumentar los precios al nivel que determina la interacción entre la demanda y la oferta. Y tienen razón, si el gobierno no liberaliza los precios se acentuará el desabastecimiento que ya se observa de los bienes con precios controlados. Así que en algún momento lo va a tener que hacer.

Los productores de bienes de exportación que son inteligentes y no se dejan engañar por la prédica de los estatistas que se enamoran de los impuestos, aunque sean muy distorsivos, piden que les eliminen las retenciones para obtener el precio pleno por sus productos de exportación y para que los precios de esos productos en el mercado interno reflejen la realidad de los mercados internacionales. Y tienen razón. El gobierno tendrá que considerar seriamente este pedido, so pena de que cause un gran daño a los sectores más productivos de la economía argentina. Esto vale tanto para el sector agropecuario como para el sector industrial, porque las exportaciones industriales también pagan una retención del 5 %.

Muchos industriales y algunos dirigentes agropecuarios, especialmente aquellos que no quieren mostrarse a favor de la libertad económica, piden que les dejen aumentar los precios a través de la devaluación del Peso. Son aquellos que vieron a la devaluación y la pesificación de enero de 2002 como una solución eficiente y justa para la crisis, sin lamentarse por los costos que esta supuesta solución significó para los ahorristas, los trabajadores y los jubilados de la Argentina.

Desde el punto de vista del interés general, de todos estos pedidos de autorización para aumentar los precios, sería conveniente que el gobierno atendiera a los tres primeros, pero no al de los que piden la devaluación del Peso. En su discurso frente a la UIA, la Presidenta dijo claramente que se da cuenta que una devaluación del Peso sería fuertemente inflacionaria y parece haber convencido hasta al mismo presidente de la Unión Industrial, a tenor de sus declaraciones de esta mañana.

Pero es necesario que la Presidenta advierta que la única forma de evitar una fuerte devaluación del Peso es que permita que suban los precios y las tarifas de servicios públicos,  que elimine los controles de precios sobre los alimentos y que elimine totalmente las retenciones a las exportaciones industriales y agropecuarias. Y que además aplique una política monetaria anti-inflacionaria, como la que viene aplicando Brasil desde 2003: muy diferente de la que aplicó nuestro país. Si no hace ésto, no podrá evitar una fuerte devaluación del Peso con un fuerte impacto inflacionario.

Si no dejan que se ajusten los precios verdaderamente atrasados, entre los que no está precisamente el precio del Dólar, entonces sí se les puede escapar el precio del Dólar y acelerarse la inflación. Voy a tratar de explicar esta aparente paradoja y lo haré valiéndome de la comparación con Brasil.

En Brasil, desde 2003 en adelante, cuando el Precio del Dólar en reales y en pesos estaban prácticamente apareados, consiguieron hacer bajar la inflación precisamente porque no dejaron atrasar los precios de los servicios públicos, ni fijaron precios máximos y tampoco impusieron retenciones. Lo que hicieron fue aplicar una política monetaria anti-inflacionaria que permitió que la inflación internacional asociada con la debilidad global del Dólar, desde 2002 hasta principios de 2008, fuera neutralizada por la apreciación del Real: El precio del Dólar en reales bajó de 3 a 1,6. Acá habría ocurrido exactamente igual y, de  haberlo hecho, hoy la inflación sería, como en Brasil, del 5 % anual y no del 25 % como lo es en la realidad. Esto es lo que yo expliqué tan tempranamente como marzo de 2003, cuando escribí aquel post titulado «Es positivo que el Peso y el Real se fortalezcan«.

En Brasil, al no tener fuertes distorsiones de sus precios relativos, la devaluación actual del Real, que subió el precio del Dólar de 1,6 a 2,4 reales, en gran medida neutralizará el efecto depresivo de la caída de los precios internacionales de las commodities y la apreciación renovada del Dólar en el mundo. Y de hecho, aún con la devaluación del Real de las últimas semanas, el precio del Dólar en Brasil está bastante más bajo que en 2003. En Argentina, el efecto de una devaluación del Peso sería completamente diferente. Si antes no se corrigen los desequilibrios creados por el atraso en las tarifas de los servicios públicos, por los controles de precios de los alimentos y por las retenciones, además del efecto directo sobre la inflación de los precios de aquellos bienes que están atados al dólar, se acentuará el fenómeno de inflación reprimida y, por consiguiente, el riesgo de que en algún momento se produzca un efecto resorte, tipo «Rodrigazo».

Por eso elogié el discurso de Cristina ante la UIA… Pero ojo! a la devaluación del Peso tienen que evitarla con una estrategia para luchar exitosamente contra la inflación, como la que propuse en cinco notas de algunos meses atrás, no con venta de reservas o con controles de cambio. Si el gobierno no corrige la inflación reprimida, no elimina las retenciones y los subsidios y para evitar una devaluación sigue vendiendo reservas, va a terminar en una de dos cosa: o con una disparada del Dólar  en el mercado único de cambios o en una disparada del Dólar aún mayor en el mercado paralelo, después que hayan acentuado los controles de cambios para frenar la devaluación en el mercado oficial.

Si queremos seguir el ejemplo de Brasil, tenemos que comparar la evolución de nuestras respectivas economías y las políticas aplicadas en uno y otro país desde, al menos, 2003 en adelante. Hacerlo en forma miope, como lo propone Lavagna, sólo llevará a seguir equivocándonos y a sufrir cada vez más inflación, en un contexto recesivo del que no escaparán ni Brasil ni nosotros. Porque se viene, indudablemente, una recesión global. Lo que podemos y debemos hacer es evitar que además de recesión , tengamos una aceleración inflacionaria. Si nó, estaremos en el peor de los mundos!

Ultra-conservadores de derecha y estatistas de izquierda: unidos para profundizar la crisis.

Ahora que los visitantes de este blog conocen la historia de la compra por Wells Fargo del Wachovia, sin dinero de los contribuyentes de por medio, estoy en condiciones de comparar la actual crisis financiera norteamericana con una experiencia que aportó la crisis que sufrimos en Argentina en 2001. Lo hago para que los ultra conservadores argentinos y norteamericanos que siempre reniegan de toda intervención del Estado adviertan que hay intervenciones que son imprescindibles para lograr que el Mercado de Capitales funcione bien. Y para que los estatistas anti-mercado que prefieren destruir al sistema capitalista antes que hacerlo funcionar bien, adviertan que terminan compartiendo con los ultra conservadores el triste mérito de hacer sufrir al pueblo mucho más de lo que la solución de cada crisis exigiría.

Para poder hacer esta comparación tengo que narrar una historia que seguramente pocos visitantes de este sitio conocen o recuerdan. Les pido un poco de paciencia para transitar de nuevo por episodios de aquel año difícil de nuestra experiencia reciente, que muchos probablemente preferirían no revivir.

Un día de abril de 2001, Charles Calomiris publicó en el Wall Street Journal un artículo titulado “Argentina no puede pagar lo que debe“. Esa misma mañana recibí una llamada de Arminio Fraga, entonces Presidente del Banco Central de Brasil, para comentarme que él pensaba que el riesgo país de Argentina y, por contagio, el de Brasil, estaba aumentando como consecuencia de ese artículo. Sobre todo porque en Wall Street sabían que Charles Calomiris había estado escribiendo con el economista Jefe del Banco Central de Argentina y el mercado parecía interpretar su opinión como la de nuestra autoridad monetaria. Luego de leer el artículo llamé a Pedro Pou, por entonces Presidente del Banco Central y le pedí que aclarara que esa no era la opinión de la institución. Como no quiso hacerlo y sólo se comprometió a que en algunos días el economista jefe escribiría un artículo con argumentos opuestos a los de Calomiris, yo me sentí en la obligación de criticar la opinión de Charles Calomiris. Sostuve que él no conocía la verdadera situación de Argentina.

Pocos días después, Allan Meltzer, mucho más conocido que Charles Calomiris y que además había presidido la comisión creada en 1998 por el Senado Norteamericano para evaluar la participación del FMI en el rescate de los países que habían sufrido crisis de deuda durante la década de los 90s, publicó otro artículo que aclaraba la propuesta de Calomiris y la hacía mucho más razonable. Este artículo se titulaba “Más allá de los salvatajes del FMI: default sin disrupción“. En este artículo Meltzer demostraba ser consciente de que una declaración de default de la deuda sin una red de contención del FMI provocaría la destrucción del sistema financiero del país, por lo que proponía que el FMI asignara fondos suficientes para comprar toda la deuda argentina que se le ofreciera a un 60 % de su valor facial. De esa forma los bancos, si bien experimentarían una pérdida significativa, podrían disponer de la liquidez necesaria para enfrentar una posible corrida contra sus depósitos.

La idea me pareció muy buena, pero lamentablemente las autoridades del FMI y del Tesoro Americano me dijeron enseguida que ni soñara con la posibilidad de que esa Institución o el Gobierno de los Estados Unidos fueran a poner el dinero que podría llegar a necesitarse para comprar la deuda argentina. Al decir de Paul O’Neill, entonces Secretario del Tesoro americano, era “inadmisible que los plomeros y carpinteros de los Estados Unidos pagaran impuestos para que los argentinos siguieran con su fiesta”. Por eso yo no pude hacer otra cosa que desestimar públicamente la propuesta de Meltzer, a pesar de que aportaba una buena solución, como ya lo había hecho con el artículo de Calomiris.

Influyó en mi decisión de no insistir en reclamar el apoyo necesario del FMI y del Tesoro Americano el hecho de que la posición de Paul O’Neill fuera la misma que había primado en el mes de marzo en el Congreso Argentino cuando a instancias de la fuerte oposición de Elisa Carrió y de la mayoría de los radicales, los legisladores argentinos nos negaron la autorización para utilizar la recaudación del impuesto a las transacciones financieras como garantía de pago de la deuda pública.

La propuesta de Calomiris con la importante aclaración que había formulado Meltzer, era honesta e inteligente. Requería una fuerte intervención del Estado, no sólo del Estado Argentino, sino del Estado Supranacional que aún no existe formalmente, pero que en la práctica ha estado representado por el FMI y el Gobierno de los Estados Unidos. Todas las crisis de deuda de las economías emergentes habían sido resueltas con la intervención de esa combinación de Estados: el del país que sufría la crisis y la del Estado Supranacional. Lo que ahora proponían Calomiris y Allan Meltzer era una forma diferente de intervención que según su criterio iba a ser más efectiva que las anteriores.

El objetivo de esta intervención era restablecer la operatoria del mercado de la deuda argentina luego que los tenedores de los bonos que pagaban intereses demasiado altos hubieren sido reemplazados por nuevos bonos con una quita algo inferior al 40 % o que los cupones de intereses de esos bonos hubieren sido reducidos en la misma proporción. La apuesta era y creo que así hubiera ocurrido, que el sector privado ante la alternativa de vender sus bonos con el 40 % de descuento al FMI o aceptar nuevos bonos con una reducción de cupones de intereses de 35 %, habrían, muy probablemente, aceptado en su mayoría esta segunda alternativa. De esa forma el dinero del FMI no hubiera llegado a desembolsarse o se hubiera desembolsado una cifra significativamente menor. La deuda Argentina habría quedado reestructurada, la factura de intereses del Gobierno Argentino podría haber bajado en un 35 % y el país podría haber recuperado el crédito rápidamente. Con la recuperación del crédito público, Argentina podría haber devuelto rápidamente cualquier aporte que hubieran hecho el FMI y el Tesoro Americano para posibilitar la recuperación de nuestro mercado financiero interno y la vuelta de nuestro país al mercado internacional de capitales.

En realidad se necesitaba la participación del Estado Supranacional porque Argentina, como había ocurrido con casi todos los países que en el pasado habían sufrido crisis financieras, no inspiraba confianza. Pero si el Congreso Argentino, en marzo de 2001, hubiera autorizado el uso de la recaudación del impuesto a las transacciones financieras como garantía del pago de la deuda, tal como lo habíamos propuesto al presentar el Plan de Competitividad, al menos una parte de los acreedores hubieran aceptado bajar los intereses al 7 % anual, tal como lo hicieron en noviembre de 2001 cuando les ofrecimos canjear los bonos y otros acreencias por el denominado Préstamo Garantizado. Lamentablemente, la mayoría de los legisladores argentinos, no por ser ultra-conservadores como Paul O’Neill sino por ser “anti-neoliberales” o “progresistas” como les gusta definirse, nos impidieron implementar, aunque sea parcialmente, aquella estrategia inteligente basada en la intervención del Estado Argentino. Por supuesto que de haberlo hecho, habríamos seguido demandando la intervención del Estado Supranacional para terminar de reestructurar toda la deuda y resolver integralmente la crisis financiera.

Cuando sancionamos la Ley del Déficit Cero, entre julio y agosto de 2001, logramos avanzar un poco en la dirección de conseguir que intervinieran coordinadamente el Estado Argentino y el Estado Supranacional en la dirección de la re-estructuración ordenada de la deuda para restablecer el funcionamiento del mercado financiero y recuperar el crédito público argentino, pero el reemplazo de Stanley Fischer por Anne Krueger en el FMI, la absorción de las energías del Tesoro Americano por la búsqueda de los dineros de Osama Bin Laden en los Estados Unidos y la conspiración interna de los devalúo-maníacos y pesificadores en nuestro país, impidieron que la misma se concretara.

El 1 de noviembre ofrecimos el canje de bonos por el Préstamo Garantizado luego de autorizar la utilización del impuesto a las transacciones financieras como garantía por decreto de necesidad y urgencia. Este canje se cerró exitosamente el 30 del mismo mes por una cifra de 54 mil millones de dólares (sobre un total de 104 mil millones de deuda, excluida la contraída con gobiernos y con organismos internacionales). Lamentablemente no pudo completarse con la restructuración ordenada del resto de la deuda, porque se produjo la conjunción de dos fuerzas irracionales: la de los ultra-conservadores del FMI y del Tesoro Americano, que negaron el desembolso de los fondos que habían comprometido en agosto y la de los devaluomaníacos y pesificadores argentinos que habían decidido hacerle pagar a los ahorristas y trabajadores argentinos las deudas de sus empresas y provincias.

Es como si ahora, ante la crisis financiera de los Estados Unidos, triunfara la posición de los ultra-conservadores republicanos que inicialmente votaron en contra del plan de rescate de 700 millones de dólares y de los estatistas anti-capitalistas que quieren que esta crisis signifique la destrucción del Mercado de Capitales. Ciertamente, si ello ocurriera, no habría lugar para que entren los Warren Buffets a aportar sus fondos para el rescate de los activos que se están derrumbando (es decir conseguirían destruir totalmente el Mercado de Capitales) y el costo para los plomeros y carpinteros de los Estados Unidos terminaría siendo terrible, porque no sólo los Estados Unidos, sino todo el mundo, sufriría una gran depresión. Si esto último llegara a ocurrir, entonces pasaría a ser cierto que para rescatar al mundo de semejante crisis global ya no bastaría la intervención inteligente del Estado Americano sino que sería necesario coordinar la intervención de muchos estados del mundo, algo muy difícil de lograr en medio de un clima de recriminaciones y desconfianzas como el que desata una depresión económica iniciada en el país más importante del mundo.

En el caso de Argentina, los ahorristas y trabajadores sufrieron tanto o más que los ahorristas y trabajadores de los Estados Unidos en aquella terrible década de los 30s. A lo largo del año 2002, los trabajadores y jubilados vieron reducidas en un  30 % sus remuneraciones en términos reales, los ahorristas perdieron casi el 70 % de sus ahorros en términos de dólares y aumentó el desempleo por desaparición de más de medio millón de puestos de trabajo. Y no fue porque el Estado no interviniera, sino porque en lugar de intervenir para re-establecer el funcionamiento del Mercado de Capitales y del Crédito Público, el Estado Argentino, ya en manos de los dirigentes que usurparon el poder a fines de 2001, intervino para destruir las reglas de juego y todos los contratos de la economía, mientras el Estado Supranacional se abstenía de intervenir para que el castigo a la Argentina y sus acreedores aventara el “riesgo moral”.

Triste combinación de las anteojeras ideológicas de derecha y de izquierda, que esperemos el mundo pueda evitar en los meses por venir.