Argentina frente a la Crisis Global

 Artículo de Domingo Cavallo publicado por Perfil en su edición del 3 de mayo bajo el título "Nuestra Torpeza".

La interpretación que prevalece en nuestro país sobre el origen de la crisis global, los mecanismos para su solución y la causa de nuestra crisis estanflacionaria es totalmente equivocada. Si nuestra dirigencia no lo comprende, aun cuando la mayoría de la naciones encuentre una salida y vuelvan a crecer sostenidamente, nosotros seguiremos enredados en una crisis local mucho más grave que la que ya nos aqueja y estaremos cada vez más aislados del mundo.

La interpretación que prevalece en Argentina.

Los economistas que dan apoyatura intelectual a las políticas de los Kirchner, así como los empresarios que bregaron por la pesificación con devaluación para licuar sus pasivos en 2002, entienden que la crisis global, iniciada en EE.UU. en agosto de 2007 demuestra el fracaso de la economía de mercado abierta al comercio y al movimiento de capitales, sin suficiente intervención de los Estados nacionales para proteger la producción interna de bienes y servicios. Sostienen que este fracaso quedó demostrado cuando entraron en crisis las políticas de los 90 en Argentina, entre 1999 y 2002.

Entienden que la solución es la que se aplicó en Argentina desde 2002, es decir la implementación de lo que denominan el “modelo productivo”, para contraponerlo al “modelo neoliberal”, al que caracterizan como la prevalencia de los intereses del sector financiero y de los exportadores e importadores sobre los intereses de los que producen bienes y servicios para el mercado interno. Y atribuyen la crisis de la economía argentina al impacto negativo de la crisis global sobre nuestro país que, de otra manera, habría continuado creciendo, según ellos, al ritmo que lo hizo entre 2003 y los tres primeros trimestres de 2008.

Si ésta fuera la interpretación sólo de los Kirchner y sus seguidores, se podría sostener que se trata de una lectura oportunista de la realidad frente a la necesidad de llevar adelante una campaña electoral que se presenta difícil para el oficialismo. Pero muchos de los dirigentes y economistas que habiendo apoyado a Néstor Kirchner durante una buena parte de su mandato se han distanciado de él desde su ruptura con Duhalde algunos, desde la salida de Lavagna del Gobierno otros, o desde la aparición del conflicto con el campo los más, parecen tener la misma interpretación que los Kirchner, al menos respecto de lo que significa la crisis global y cuál es su solución.

Sólo se diferencian de los Kirchner por las causas de la crisis que sufre ahora la Argentina. Sostienen que antes que el impacto negativo de la crisis global, son más responsables los errores de los Kirchner al dejar atrasar el tipo de cambio desde fines de 2006 en adelante.

La interpretación que prevalece en el mundo.

Aunque hay interpretaciones diversas, en el mundo prevalece la opinión de que la crisis global tiene su origen en la subestimación del riesgo asociado a inversiones inmobiliarias y de otro tipo en economías en las que abundó la liquidez y el optimismo, principalmente, pero no exclusivamente, en los Estados Unidos. Algo parecido ocurrió en España, Inglaterra, Irlanda y los países de Europa oriental.

El exceso de liquidez y el optimismo exagerado no se debió a la falta de intervención de los Estados nacionales sobre la economía, sino a la ausencia de mecanismos de coordinación y supervisión global de las intervenciones estatales nacionales que, tanto en países superavitarios como deficitarios, contribuyó por igual al desbalance global de la última década.

Los excesos de liquidez en las economías que pudieron sostener por muchos años fuertes déficits en las cuentas corrientes de sus balanzas de pagos, tuvieron que ver con políticas monetarias expansivas de sus bancos centrales y con las intervenciones de los Estados de muchas economías emergentes que, para evitar la repetición de crisis financieras que las habían afectado en el pasado, siguieron políticas mercantilistas para generar fuerte superávits en las cuentas corrientes de sus balances de pagos. Precisamente, como lo hiciera Argentina desde 2002 en adelante.

Por consiguiente, si ésta es la interpretación más aceptada sobre el origen de la crisis global, es inimaginable que la solución se consiga con una generalización de las políticas mercantilistas como las que pregonan en Argentina los promotores del “modelo productivo”. Por el contrario, en la reunión del G-20 en Londres, se puso énfasis en el compromiso de evitar el proteccionismo y en la necesidad de dar crédito a las economías emergentes para que puedan aplicar políticas expansivas de su demanda interna y no se vean obligadas a generar superávits en la cuenta corriente de su balanza de pagos.

Esta estrategia para sacar al mundo de la crisis global va a determinar que el consumo y la inversión aumenten en las economías emergentes que tienen muchas reservas y conservan buen crédito público, como China, India, Brasil, México y la misma Rusia. Los EE.UU. serán los primeros interesados en que esto ocurra, porque necesitan que alguien compense la caída del consumo y la inversión que sufren y que, si bien podrá atenuarse con las medidas monetarias y fiscales que está aplicando el gobierno de Obama, no se puede revertir totalmente, porque la tasa de ahorro de las familias norteamericanas debe necesariamente aumentar.

En este contexto no debería esperarse un impacto demasiado negativo de la crisis global sobre la economía argentina, porque nuestros principales productos de exportación tienen precisamente como mercados estas economías emergentes y sus precios no deberían bajar mucho más de lo ya han bajado. Además, tienen todavía precios que son casi el doble de los que se conseguían en la década de los 90. ¿Por qué entonces hay más pesimismo que en la mayor parte de las economías emergentes?

La razón es simple. Mientras las economías emergentes, especialmente las que acabo de mencionar, cuentan con un elevado nivel de reservas y muy buen crédito público, nuestra economía apenas tiene reservas para respaldar los pasivos monetarios del Banco Central y el crédito público está más deteriorado que nunca. Además, nuestra economía sufre una inflación persistente y está comenzando a aparecer un déficit fiscal que sólo podrá ser financiado con emisión monetaria. Y los sectores más productivos están agobiados por impuestos distorsivos que desalientan la producción y la inversión.

En otras palabras, nuestros problemas no se originan en la crisis global sino que son fruto de nuestra propia torpeza.

Debemos advertir el error y reinsertarnos en el mundo.

Para salir de esta trampa en la que hemos caído por errores de diagnóstico y la tendencia a culpar a otros de nuestros males, debemos cambiar de actitud frente al mundo. Cumplir con los compromisos asumidos en las reuniones del G-20 y dejar de encerrar a nuestra economía con medidas proteccionistas de viejo cuño que nos malquistan con nuestros vecinos y nos alejarán de China, nuevo actor del escenario mundial.

Debemos aprovechar los mecanismos que están poniendo en marcha las instituciones financieras internacionales para reconstruir el crédito público. No será imposible, siempre y cuando estemos dispuestos a dejar de mentir con nuestras estadísticas y demostremos voluntad de encontrar soluciones mediante el diálogo y la negociación con los acreedores que aún sufren nuestro default de la deuda: los países nucleados en el Club de París y los tenedores de bonos que no se presentaron al canje.

La recuperación del crédito público, en particular el de los organismos, permitirá que el déficit fiscal, sobre todo el que surja de la eliminación de los impuesto distorsivos, no agrave las presiones inflacionarias que surgen de los inevitables ajustes de precios y tarifas antes congelados.

Apenas termine el proceso electoral, cualquiera sea su resultado, el Gobierno debe revisar con sensatez la estrategia seguida desde 2002. Esperar hasta diciembre de 2011, cuando seguramente asumirá un nuevo gobierno, significará una tragedia, porque si no encontramos una salida a la trampa estanflacionaria, las consecuencias sociales en los próximos dos años y medio serán muy dolorosas. Argentina no puede seguir desafiando al mundo con arrogancia, restringiendo las importaciones con medidas proteccionistas y desalentando la inversión y la producción de alimentos y energía.

Estos son los dos rubros en los que nuestros valiosos recursos naturales nos ofrecen oportunidades extraordinarias de generación de ingresos y riqueza y nos permiten contribuir a resolver la crisis alimentaria y energética global que, lejos de haber desaparecido, se acentuará cuando se hayan superado los problemas financieros que hoy agobian al mundo.

Nuestros dirigentes deberían prestar atención a lo que opinan los presidentes de Brasil, Uruguay, Chile, Perú y Colombia. Acabo de participar en Washington en muchas reuniones en las que pensadores de todas las latitudes aportan ideas para resolver la crisis global.
En ninguna he escuchado opiniones positivas sobre el discurso oficial de la Argentina, en contraste con la simpatía que despierta entre gente de distintas posiciones ideológicas, pero obsesionada por encontrar soluciones, la posición de los países hermanos que he mencionado. En nada nos ayuda identificarnos con la Venezuela de Chávez y la Cuba de Fidel. La mayoría de los dirigentes políticos y económicos del mundo identifica los regímenes de estos países como resabios de un pasado al que nadie quiere volver.