Ayer, 28 de julio, recordé en tres oportunidades mi reciente viaje a Perú. Y advertí que debo a mis lectores, particularmente a quienes siguen mi sitio desde esa nación hermana, una reflexión sobre mi último viaje a Lima, Chiclayo y Lambayeque. Hoy voy a tratar de saldar esa deuda.
Primero, los hechos que refrescaron mi memoria. En la mañana, cuando decidí llevar a mis nietos caminando a mi oficina, me encontré con una emotiva ceremonia frente a la estatua al Mariscal Ramón Castilla. La colectividad Peruana de Buenos Aires y el Instituto Nacional Sanmartiniano conmemoraban el 188 aniversario de la independencia de Perú. Estaban allí los Granaderos a Caballo, con su banda y banderas, recordando una gesta que tuvo como principal conductor al Libertador Don José de San Martín. Como pasábamos justamente entre la réplica de la casa de Grand Bourg y del monumento a San Martín anciano, mis nietos me pidieron que les cuente sobre el episodio que los granaderos estaban conmemorando. Mientras lo hacía, no pude menos que sentir remordimiento por no haber volcado todavía en el papel mi experiencia reciente en el Perú.
Luego del almuerzo miré por unos minutos televisión. Por CNN pasaron el discurso de Alan García. Me impresionó la convicción con la que defendió a la democracia de su país en contraste con la de los regímenes políticos estatistas y autoritarios de otros países de América. Sin duda se refería a los gobiernos de Venezuela y Bolivia, cuya influencia en la promoción de los recientes enfrentamientos entre indígenas y policías era sospechada a los pocos días del trágico episodio, precisamente cuando yo estaba visitando Perú. Sus gestos y sus palabras dejaban ver la preocupación que embarga a los peruanos, algo que yo había percibido durante los dos días de mi visita.
Cuando por la tarde entré en mi blog para escribir este artículo, revisé primero los mensajes recibidos y encontré el de Juan Pablo Balcells que ya subí al blog y que los lectores podrán encontrar como comentario en mi artículo «Perú, firme en su buen rumbo». Allí Juan Pablo me envía un artículo de un estudiante, Fermín Tiwi Paati, en el que acusa a Alan García de «etnicidio», algo que, de acuerdo a lo que yo percibí en mi último viaje, no representa una afirmación justa y mucho menos compartida por la mayoría de los peruanos. Al pie de la misma nota de Fermín aparecen comentarios que lo contradicen. Pero este artículo muestra una peligrosa interpretación de la movilización indigenista en el Perú.
Pues bien, después de tantos recordatorios, paso a resumir mi reflexión.
Perú es una sociedad que progresó en muchos aspectos, pero su historia no registra un período como el que inauguró Sarmiento en la Argentina del siglo 19. No existió suficiente énfasis en incluir a toda la población, en particular a la indígena de las zonas mas alejadas, en un programa efectivo de alfabetización que permitiera que todos los peruanos hablaran el mismo idioma y supieran leer y escribir. Hay todavía más de cuatro millones de peruanos que además de ser analfabetos sólo hablan uno de más de 300 dialectos diferentes, dialectos que muy pocos de los dirigentes políticos de Perú entienden. La comunicación y el diálogo entre dirigentes y estos cuatro millones de ciudadanos es muy difícil y prácticamente inexistente.
Los conflictos que se están viviendo en las zonas donde residen desde siempre estas comunidades indígenas tienen su origen en la falta de diálogo y, seguramente, en la influencia de los dirigentes locales y extranjeros que en lugar de bregar por un proceso de inclusión e integración en una sociedad peruana unida y pacífica, quieren acentuar la confrontación y la desunión entre indígenas y peruanos de ancestros europeos.
En este viaje tuve oportunidad de conocer y dar conferencias en las Universidad Señor del Sipan, de Chiclayo, una población de la costa norte con familias en su mayoría mestizas e indígenas y la Universidad Cesar Vallejo de Lima Norte, un área de «pueblos jóvenes», los asentamientos en los alrededores de la capital donde se radican las familias indígenas que migran desde la sierra. Yo había visitado y dado conferencias en otras universidades de la Lima histórica y sus suburbios tradionales, en la que la mayoría de los estudiantes eran jóvenes peruanos de las familias de Miraflores, San Isidro o Barranco, casi todas de ascendencia europea, con muy pocos rasgos indígenas. Las Universidades que ahora visité, tienen, como las anteriores, un excelente nivel académico y cuentan con una infraestructura y equipamiento admirables, pero a diferencia de las que conocí en el pasado, los estudiantes provienen en su mayoría de familias indígenas o mestizas.
El fundador de estas Universidades, Ingeniero Cesar Acuña, también de ancestros indígenas, es actualmente Alcalde de Trujillo, Líder de su Partido Alianza Para el Progreso (APP) y Presidente de la Asociación de Municipalidades del Perú. Produjo la hazaña política de desplazar al APRA de la alcaldía de Trujillo, la ciudad de Don Victor Raúl Haya de la Torre, el fundador de aquel partido político, equivalente histórico al Partido Justicialista de la Argentina. Trujillo había sido gobernada ininterrumpidamente por dirigentes del APRA a lo largo de los últimos 70 años.
La opinión de Don Cesar Acuña y de sus colaboradores sobre los recientes enfrentamientos sangrientos entre indígenas y policías, me pareció particularmente clara y constructiva. A pesar de que es formulada en fuerte tono crítico hacia el gobierno de Alan García, conlleva una propuesta que puede ayudar a su gobierno. Destaca que el origen del problema radica en la falta de diálogo pero que el mismo puede re-establecerse si se aprovecha y escucha a los alcaldes nativos que conocen muy bien las aspiraciones de sus pueblos.
Mientras me acompañaba por la visita que hice al Museo de las Tumbas Reales (donde están los restos y piezas de orfebrería y cerámica del antiguo gobernante de la cultura Mochica, conocido como Señor de Sipán, descubrimiento arqueológico del año 1987 que no tiene nada que envidiarle a la tumba de Tutankamon en Egipto) Julio Cesar Valera, un colaborador de don Cesar Acuña, también de origen indígena, que vivió más de 10 años en Buenos Aires y se graduó en la Universidad Católica Argentina, me explicó su interpretación de los trágicos enfrentamientos que sufre Perú.
Argumentó, con innumerables ejemplos y gran conocimiento de la cultura indígena, que la raíz de los problemas que Perú está sufriendo es la insuficiente valoración de las virtudes y capacidades de los indígenas por parte de los gobiernos que han venido manejando de manera centralizada todos los resortes de la vida política y económica desde Lima, como en la época virreynal. Pero este diagnóstico lejos de llevarlo a proponer la confrontación y el racismo, como lo hace Evo Morales en Bolivia y lo pregona también Ollanta Humala en el Perú, la propuesta de Don Cesar Acuña y sus colaboradores es la de alentar el diálogo y extender la educación a todos las comunidades del país mediante un proceso de descentralización política, económica y administrativa que permita la integración de todos los peruanos, sin exclusión alguna, en una sociedad progresista que aproveche, pero no destruya, los valores y virtudes de la cultura milenaria del Perú. Mientras me explicaba esta interpretación de la realidad, yo iba descubriendo manifestaciones objetivas de esa cultura, magistralmente presentadas en el museo que estábamos recorriendo.
Yo conocía a dirigentes e intelectuales de Perú como Alan García, Mario Vargas LLosas, Javier Silva Ruete, Pedro Pablo Kusinsky, Roberto Dagnino, Raúl Diez Canseco y Lourdes Flores, en cuyas venas circula muy poca sangre indígena. También conocía que, aunque parezca paradójico, durante el gobierno de Alejandro Toledo, un presidente mestizo que gobernó buscando la integración y la pacificación, comenzó a hacerse cada vez más fuerte un movimiento indigenista liderado por Ollanta Humala, muy parecido al de Evo Morales y receptor del apoyo des-estabilizador y des-integrador de Hugo Chavez.
En este último viaje descubrí que, además de estos contrastes, existen dirigentes e intelectuales, indígenas y genuinamente progresistas, que en lugar de predicar la confrontación entre las culturas, buscan, a través del diálogo y la educación, la plena integración social y económica del Perú. No sólo predican sino que, sobre todo, hacen. Don Cesar Acuña y sus colaboradores han enderezado su capacidad empresarial a la educación y sus esfuerzos políticos al gobierno municipal de Trujillo y a la Asociación de Municipios del Perú, que deberían, según sus propuestas, transformarse en los pivotes del proceso de descentralización para la integración plena de todos los peruanos a una sociedad unida y solidaria. Tengo la impresión que son estos dirigentes quienes evitarán que las legítimas demandas de los indígenas marginados del progreso económico y social elijan el camino de la violencia.
Por eso, sigo sosteniendo que, pese a las dificultades que se han manifestado de manera trágica en los últimos meses, el Perú sigue avanzando. La Universidad Cesar Vallejo de Lima Norte, que visité acompañado por su Director General, Dr. Juan Manuel Pacheco Zevallos y la Universidad Señor de Sipán, sobre cuyo impresionante desarrollo y múltiples actividades me ilustraron con lujo de detalles su Rector Dr. Humberto Llenpén Coronel, su Vicerector Académico Alcibiades Sime Marques, el Decano de la Facultad de Ciencias Empresariales Alfredo Díaz Jave y el Secretario General Johan M. Quesnay Casusol, son una muestra elocuente de este Perú profundo que ve en la revalorización de su cultura milenaria y en la educación, pero nunca en la violencia, las herramientas para el progreso y la paz de esa gran Nación.