Valiente artículo de Carlos Bastos

Valiente artículo de Carlos Bastos

Muy probablemente, cuando les llegue este mensaje, la mayoría de mis lectores ya habrá visto la nota de tapa de La Nación firmada por Carlos Bastos. Por si no lo han hecho les envío el link.

Muchos dirigentes políticos de la oposición han hablado de la crisis energética. Pero , lamentablemente, ninguno dice que la solución comienza con un inevitable tarifazo. No lo hacen porque tienen miedo de perder votos. Afortunadamente, todavía quedan profesionales valientes, de reconocida capacidad y trayectoria, que se animan a decir verdades. Aunque duelan y no preanuncien tiempos mejores. Mal que les pese a los políticos en campaña, «la verdad es la única realidad».

Anteojeras ideológicas que engendran desabastecimiento y corrupción

Anteojeras ideológicas que engendran desabastecimiento y corrupción

Kirchner y De Vido, son dos de los hombres públicos a los que aprecié por su pragmatismo y sentido común mientras interactué con ellos como Ministro de dos gobiernos nacionales, hasta diciembre de 2001.

Pero me alarma ver cómo se están enredando de una forma muy peligrosa en las redes del desabastecimiento y la corrupción, a pesar de las condiciones externas, extraordinariamente favorables, que enmarcan su gobierno. Y a pesar de que fueron testigos y actores de una década de éxitos y fracasos, de la que deberían haber aprendido mucho. Me refiero, sin dudas, a la década del 90.

Estoy absolutamente convencido, que el origen de este enredo está en la falta de escrúpulos con la que decidieron utilizar, por oportunismo político, anteojeras ideológicas ajenas, prestadas por izquierdistas anacrónicos, que además de no saber interpretar nuestra realidad, tienen un supino desconocimiento de lo que está aconteciendo en el mundo.

Estas anteojeras tienen el efecto de transformar en negativo todo lo bueno de las reformas económicas y de la política exterior de la Argentina de los 90, confundiendo el verdadero origen de la dolorosa crisis que se inició en el segundo semestre de 1998 y tuvo su punto culminante en 2002.

Son tan engañosas estas anteojeras, que están llevando a Kirchner y a De Vido a perseverar de una manera infantil en los errores de los 90s, al mismo tiempo que revierten los que fueron indudables aciertos de aquella época. Con ello sólo consiguen acentuar los problemas que nunca fueron solucionados y recrear los problemas que habían sido exitosamente superados.

Por supuesto que contribuyen a este engaño, las favorables circunstancias externas que acompañan a la gestión del Gobierno, y que han permitido logros en materia económica, que el Presidente, en una peligrosa actitud autocomplaciente, prefiere atribuir a sus supuestos aciertos, cuando en realidad le están permitiendo perseverar en errores que tendrán un enorme costo futuro.

Podría ejemplificar esta afirmación con referencias a la inflación, la inseguridad, las jubilaciones, la atención de la salud, la educación, el transporte urbano, la desocupación y la pobreza extrema. Pero hoy me referiré exclusivamente al caso de la energía, que es sumamente ilustrativo y cuyos síntomas de crisis están en la tapa de todos los diarios.

Hasta fines de 2001, el abastecimiento energético era no sólo abundante sino también barato en comparación con el resto del mundo. Además nos habíamos transformado en exportadores de energía, de gas a Chile y Uruguay y de electricidad a Brasil, lo que nos daba autoridad para promover un esquema integrador regional, basado en reglas de mercado como el que existe en la Unión Europea.

En aquel momento, estábamos incluso avanzados en comparación con la misma experiencia Europea y, ciertamente, con respecto a los Estados Unidos de América, que observaba nuestras reformas en la búsqueda de soluciones a las crisis eléctricas de California y otros estados, en los que el proceso de desregulación había sido parcial y desequilibrado. Pruebas de esta afirmación se encuentran en abundancia releyendo los discursos de quienes hablaron en el Congreso Mundial de la Energía, realizado precisamente en Buenos Aires, en el año 2001. Por entonces, La reforma del sector de la energía en Argentina era considerada un caso ejemplar por todos los expertos del mundo que la habían estudiado.

El fluido abastecimiento de combustibles, gas y electricidad a precios competitivos se había logrado en pocos años, a pesar de la crisis energética extrema en la que había terminado la década del 80, con cortes de electricidad de varias horas al día y con importación de combustibles y gas natural, a pesar de las reservas inexploradas que había en el país.

La clave de este exitoso desarrollo energético fue el proceso de privatización, hecho con marcos regulatorios aprobados por ley, entes reguladores integrados por personal técnico seleccionado por concurso y bien remunerados.

En ese marco, el Estado no sólo obtuvo ingresos de capital por casi 15 mil millones de dólares, sino que Argentina consiguió que el sector privado invirtiera en exploración y explotación del petróleo y el gas natural, en generación de energía eléctrica, en potenciación y ampliación de redes de transporte de todo tipo de energía y en el mejoramiento y la ampliación de las redes de distribución de gas y electricidad. Estas inversiones superaron los 20 mil millones de dólares durante la década.

Kirchner y De Vido no son responsables de la desarticulación inicial de este exitoso marco normativo, porque ella se produjo a partir de Enero de 2002, cuando Duhalde y sus colaboradores decidieron congelar las tarifas de los servicios energéticos al nivel que tenían, en pesos, antes de la devaluación. Esto, que en los términos de Lavagna, permitió que la devaluación real fuera “exitosa”, es decir, que no se trasladara totalmente a los precios y salarios internos, fue letal para el funcionamiento del sector energético.

A partir de ese momento, los precios y las tarifas percibidos por los productores de energía sólo les permitieron cubrir, en el mejor de los casos, los costos de operación, pero le impidieron recuperar la inversión de capital. Como consecuencia lógica, la inversión nueva, por parte del sector privado, prácticamente desapareció. En la práctica se creó un subsidio escondido a los usuarios finales de energía, del orden de los dos tercios del valor de toda la energía producida en el país, que se financió con la virtual expropiación del capital privado invertido en el sector durante la década de los 90.

Como era de esperar, con semejante subsidio, la demanda de energía creció a ritmo muy rápido, pero la capacidad de producción, inicialmente elevada, gracias a aquella inversión de los 90s, se estancó. A poco de andar, comenzaron los desequilibrios entre demanda y oferta, que primero se ajustaron reduciendo las exportaciones de gas a Chile, aumentando las importaciones de gas de Bolivia y de fuel oil de Venezuela, y que ahora ya se han transformado en inseguridad y baja calidad del abastecimiento energético interno.

A partir de 2003, Kirchner y De Vido, usando ya las anteojeras ideológicas que los llevan a una lectura totalmente equivocada de los acontecimientos económicos de los 90s, decidieron encarar el problema de la incipiente crisis energética a través de la estatización de la nueva inversión en el sector. De esta forma se enredaron peligrosamente en las redes del desabastecimiento y la corrupción.

Anunciaron planes energéticos ineficientes, que, para colmo nunca podrán implementar, porque serán obstaculizados por incontables acusaciones de corrupción. Los planes son ineficientes porque desde 2001, a causa del desmantelamiento y politización de los entes reguladores, el Estado Argentino no cuenta ni siquiera con los equipos técnicos necesarios para controlar la operación del sector privado, mucho menos para planificar adecuadamente la expansión del sistema.

Como ya había ocurrido en la década de los 80, aparecieron iniciativas que sólo interesan a los posibles proveedores y contratistas, por los negocios que pueden llegar a realizar, pero que de ninguna manera son respuestas eficientes al déficit de servicios energéticos. Además, sacaron la responsabilidad y el financiamiento de esta nueva inversión, del ámbito de los concesionarios privados y lo trasladaron al de los fondos fiduciarios administrados por el Banco de la Nación, conforme a instrucciones impartidas desde el Gobierno.

Este sistema por su falta de transparencia, torna creíbles las numerosas sospechas de corrupción, que nacen no sólo de las facturas truchas descubiertas por la AFIP, sino de la simple comparación del costo actual de las obras, en comparación con las que decidió y financió el sector privado durante la década de los 90. Estas denuncias paralizarán la ejecución de las obras, como ya se está insinuando. De esta forma, los planes de inversión, además de ineficientes, se transformarán en inconclusos.

Es asombroso que Kirchner y De Vido, con toda la experiencia de la década de los 90, no se hayan dado cuenta que esto iba a ocurrir. Todas las acusaciones probadas de corrupción de los 90s se produjeron precisamente en los ámbitos como el Banco de la Nación, el PAMI y las empresas públicas antes de ser privatizadas, donde continuaron en vigencia los viejos sistemas de contratación del Estado, y se produjeron y descubrieron precisamente por los mismos mecanismos que ahora la AFIP ha detectado en el caso Skanka.

La inversión del sector privado que durante los 90s permitió una inédita expansión en la capacidad de producción de servicios energéticos, fue no sólo muy eficiente sino que no dio lugar ni siquiera a sospechas de corrupción, a pesar de toda la oposición ideológica de sectores de izquierda acostumbrados a hacer política a partir de acusaciones generalizadas de corrupción.

Es una tragedia para la Argentina, que Kirchner y De Vido, que tuvieron y tienen la experiencia de aciertos y errores de los 90 ante sus ojos, se priven de examinarla y aprender de ella, simplemente porque han decidido utilizar anteojeras ideológicas que les desfiguran la realidad.

Para colmo de males, la oposición que pretende desbancar a Kirchner y a De Vido, lejos de advertir sobre la inconveniencia de utilizar esas anteojeras, trata de convencer a la ciudadanía que el origen del problema no es el estatismo anacrónico con el que se pretende manejar el sector, sino la baja calidad moral de los funcionarios. Con este sistema de administración del sector energético, tendremos cortes de luz y escasez de gas aún cuando consiguiéramos que los funcionarios fueran ángeles del Cielo o verdaderos santos en la Tierra.

Los problemas de desabastecimiento se podrían resolver muy fácilmente, si el Gobierno y la oposición, advirtieran de una buena ves, que la ineficiencia y la corrupción no son el resultado de algunos malos funcionarios sino de las reglas de juego que enmarcan los sistemas de administración de los servicios que la gente necesita para vivir dignamente.

Hasta que esto no ocurra, las redes del desabastecimiento y la corrupción, destruirán por igual la s posibilidades de éxito, tanto del actual gobierno como de un eventual gobierno opositor.

Los chinos conocen, y aplican, la teoría económica de los mercados competitivos

Los chinos conocen, y aplican, la teoría económica de los mercados competitivos

A pesar de la fuerte retórica proteccionista y condenatoria de las violaciones a los derechos de propiedad intelectual y las “manipulaciones monetarias” chinas en el Congreso de los Estados Unidos de América, la actitud de las autoridades chinas es de respeto y comprensión de los reclamos norteamericanos. Siempre están dispuestos a sentarse a discutir soluciones a los conflictos.

Los chinos son muy conservadores, en el sentido de que sólo cambian de políticas cuando se convencen que las anteriores están produciendo resultados negativos. Y cuando deciden cambios, los implementan con mucho gradualismo, ya sea en el espacio o en el tiempo.

Los chinos son conscientes que ellos son los grandes ganadores en la carrera hacia la economía global. Y lo son no sólo porque han logrado 30 años consecutivos de crecimiento del orden del 10 % anual y un impresionante mejoramiento en el nivel de vida de su creciente población urbana, sino porque hace ya años que estudiaron y entendieron el teorema de Stolper-Samuelson y de Rybczynski, que demuestran que el comercio de bienes, aún sin movilidad de la mano de obra, tiende a igualar la remuneración de los factores de la producción, en general, y de la mano de obra en particular.

Los chinos saben que su incorporación a la economía global de mercado, significa reducir drásticamente la relación Capital/Trabajo en el mundo, y ello trae como consecuencia ineludible, el aumento de la renta del capital y la disminución relativa de la retribución al trabajo. Por eso entienden que a pesar de que los capitalistas del mundo ven con ojos amistosos su presencia en la economía global, los gobiernos democráticos de occidente, muy comprometidos con el bienestar de sus trabajadores, no podrán evitar actuar con suspicacia, e incluso oposición, frente al progreso avasallante de China.

Los chinos conocen todos estos conflictos emergentes de su inserción en la economía mundial, porque el la década de los 70, cuando comenzaron a preparar su proceso de apertura económica, dejaron de estudiar en los libros de Marx sus críticas a la Economía Política, y se dedicaron a estudiar economía de mercado.

Cuando yo era un alumno en la Universidad de Harvard, hice un viaje a visitar a amigos que estudiaban en la Universidad de Chicago, y el fenómeno que más me llamó la atención fue ver una gran cantidad de chinos tomando los cursos de Theodore W Schultz, el legendario Premio Nobel por sus trabajos sobre Economía Agrícola.

No fue por casualidad que la reforma China comenzara en la agricultura y con dos medidas muy simples: la asignación de la tierra en “leasing” a cada agricultor, por un período largo de tiempo, y la autorización a los agricultores para vender el excedente de su producción en mercados libres, luego de haber cumplido con la cuota obligatoria que debían entregar al estado. Estas medidas surgían como sugerencias obvias de los cursos de Schultz para una economía como la China de los años 70 y fueron el puntapié inicial de las reformas económicas decididas por el Partido Comunista Chino en 1978.

Luego de aquel viaje a Chicago, comencé a advertir que en las carreras técnicas, tanto de Harvard como de MIT, las dos universidades en las que yo tomaba cursos, había también muchos estudiantes chinos como en décadas anteriores habían asistido muchos estudiantes japoneses y Coreanos.

Estos estudiantes chinos fueron en su momento de gran ayuda para Deng Xiao Ping, que estaba buscando el camino para mejorar la calidad de vida del Pueblo Chino. En mi reciente reciente viaje a ese país, la joven interprete que me acompañó en Shangai, “Estrellita” Yu, me comentó que la interpretación popular de la historia China desde la revolución de 1949 se resume en el slogan: ‘Mao levantó a los Chinos, Deng los enriqueció”.

Es gracias a su buena preparación en la teoría económica de los mercados competitivos que las autoridades chinas entienden los reclamos y las quejas de los gobiernos occidentales, comenzando por el de Estados Unidos de América. Ellos saben que la competencia China tiende a deprimir los salarios bajos y medios de las economías de Occidente, y que su afán por incorporar las tecnologías más avanzadas, muchas veces los lleva a cometer violaciones a los derechos de propiedad intelectual de quienes hicieron las investigaciones y los desarrollos originales.

En los próximos días el Secretario del Tesoro Americano Henry Paulson se reunirá a negociar con la Vicepremier China Wu Yi en Beijing. Yo conocí a Wu Yi, apodada la “Dama de Hierro de China”, cuando vino de visita a la Argentina como Ministra de Comercio siendo yo Ministro de Economía. Me consta que conoce tanto o más que el mismo Paulson de economía de mercado y de las consecuencias del proceso de globalización.

Estoy seguro que ante los reclamos del Secretario del Tesoro, la Dama de Hierro contra-argumentará que el déficit comercial americano es el vehículo a través del cual los Estados Unidos se benefician del aumento de la productividad china, porque permite mantener bajo los precios de muchos bienes y del propio índice de precios al consumidor de los Estados Unidos, a pesar del elevadísimo gasto de consumo de los norteamericanos.

Seguramente Wu Yi terminará haciendo algunas concesiones, porque los chinos están muy interesado en mantener muy buenas relaciones económicas y políticas con los Estados Unidos, pero antes le habrá explicado a Paulson, que esas concesiones perjudicarán a los Estados Unidos, porque privarán a sus consumidores de bienes baratos y de buena calidad y reducirá las posibilidades de tecnólogos, financistas e inversores norteamericanos en China.

En definitiva, Wu Yi le dirá a Paulson, lo mismo que los economistas profesionales de los propios Estados Unidos que entienden el funcionamiento y la lógica de los mercados libres y competitivos, vienen escribiendo en las revistas especializadas de occidente, sin tener ningún efecto sobre los políticos que dominan el Congreso Americano.

Es paradójico pero real. La buena economía está influyendo más sobre las decisiones políticas globales a través del entendimiento de ella alcanzado por las autoridades chinas, que a través de la inteligencia de los líderes norteamericanos.

El conocimiento de las autoridades políticas de los principios de la economía de mercado es otra de las claves del desarrollo económico del Este de Asia. Que valioso sería para países como Venezuela, Bolivia y Argentina que sus actuales gobernantes en lugar de sentir simpatía por el “Socialismo” de los Chinos, aprendieran, como ellos, la lógica
de la economía capitalista.