Dólares Comerciales versus Dólares Financieros

Hace 20 años cuando en la Fundación Mediterránea trabajábamos sobre los problemas económicos de Argentina yo introduje en la discusión sobre políticas públicas la distinción entre “dólares comerciales” y “dólares financieros”. En la página 99 de la primera edición de mi libro “Volver a Crecer” recomendaba dejar de perseguir los dólares financieros para pasar a buscar activamente dólares comerciales a través del aliento generalizado a las exportaciones. Un amigo bien interiorizado de mis escritos y conferencias de aquella época me acaba de escribir preguntándome si lo que dice ahora Lavagna no es exactamente lo que yo sostenía entonces.

Lavagna ha dicho hace pocos días que no está interesado en la entrada de capitales, porque éstos deprimen el precio del dólar y le quitan aliento a las exportaciones. Creo que incluso utilizó los mismos términos que yo acuñé en aquella época. Habló de la ventaja de conseguir “dólares comerciales” en lugar de “dólares financieros”. Y lo hizo como crítica a la convertibilidad, que, según su opinión, desalentó las exportaciones y llevó al endeudamiento excesivo.

La distinción que yo hice 20 años atrás era correcta y las recomendaciones de política económica que emergían de ella eran acertadas, como lo demostró la década del 90. Sin embargo, las conclusiones que extrae Lavagna en la actualidad haciendo, aparentemente, el mismo tipo de análisis, son equivocadas. Voy a explicarlo.

En primer lugar, la similitud del análisis es sólo aparente. Cuando Lavagna dice que no le interesa la entrada de capitales, es decir el ingreso de dólares financieros como los que atraía la convertibilidad, lo que está diciendo es que no le preocupa que los capitales tengan temor a la posible desvalorización o confiscación, porque, según él, Argentina no los necesita. Cuando yo decía hace 20 años que Argentina no debía perseguir dólares financieros, proponía cambiar el tipo de política comercial y monetaria de entonces. Por esos años los gobiernos trataban de mantener artificialmente bajo el dólar comercial, las mas de las veces separado del financiero, mediante controles de cambio y restricciones arancelarias y cuantitativas a las importaciones, combinadas con fuertes restricciones a la expansión del crédito interno en presencia de fuertes déficits fiscales. Como resultado se producían elevadísimas tasas de interés. Yo proponía reducir esas restricciones comerciales, liberar el tipo de cambio en un mercado unificado y aplicar una política monetaria que apuntara a tasas reales de interés más bajas. Por supuesto pregonaba la eliminación del déficit fiscal. De ninguna manera sostenía que Argentina debía despreocuparse de la recreación de confianza para mantener en el país al capital financiero. Por el contrario, las políticas recomendadas apuntaban esencialmente a la creación de confianza sobre la habilidad de Argentina para cumplir con sus obligaciones internas y externas. En síntesis, proponía lo que luego puse en práctica como Ministro de Economía, a partir de 1991.

En segundo lugar, la situación de la economía mundial era completamente diferente a la actual. Estados Unidos recién había iniciado la lucha contra la inflación a través de las políticas monetarias que aplicaba Paul Volcker desde la Reserva Federal y Estados Unidos tenía enormes déficits fiscales. Las tasas de interés en dólares eran muy altas, tanto en términos nominales como reales y predominaba la iliquidez en los mercados de capitales del mundo. Hoy predominan en los Estados Unidos y en las principales economías avanzadas políticas monetarias muy expansivas, porque el temor no es la inflación sino la deflación. Las tasas de interés se acercan a cero y existe enorme liquidez en casi todos los mercados financieros importantes.

En el mundo en que hoy vivimos, el costo del capital es un determinante mucho más importante de la competitividad de los países que el costo de la mano de obra, porque casi todas las actividades se han hecho mucho más intensivas en capital. Además, las políticas que procuran ganar competitividad bajando el costo de la mano de obra, restringen el tamaño del mercado interno y reducen la oportunidad de aprovechar el bajo costo del capital para crear infraestructura y servicios que, si bien contribuyen mucho al aumento de la competitividad, sólo se pueden financiar cuando hay suficiente demanda interna para su utilización eficiente.

Que el precio del dólar comercial no siga siendo mantenido artificialmente bajo por restricciones cuantitativas y arancelarias sobre las importaciones y por restricciones excesivas a la expansión del crédito interno sigue siendo tan importante como hace 20 años. Pero no tiene ningún sentido alentar un precio alto del dólar comercial y financiero a través de medidas que siembran la desconfianza entre los inversores y ahorristas, porque lo único que se consigue con ello es aumentar el costo del capital mucho mas que lo que bajan los costos laborales en dólares. Y el aumento del costo del capital tiene un efecto negativo sobre la competitividad mucho mayor que las ganancias de competitividad derivadas del abaratamiento de la mano de obra.

Escrito hace 20 años, el último título de mi libro comenzaba con los siguientes párrafos:

“Con altas tasas reales de interés en el mundo y una deuda externa que representa el 70 por ciento del producto bruto interno, no hay posibilidad de crecimiento mientras pretenda lograrse las divisas necesarias para superar la crisis de pagos externos restringiendo el crédito y tratando de que las tasas de interés internas superen suficientemente a las internacionales.”

“Solo hay una forma de salir de esa trampa: alentar masiva y generalizadamente los ingresos de divisas por exportaciones. De esa forma dejaremos de perseguir dólares financieros que casi no existen, para salir a buscar dólares comerciales, aprovechando…”

Si lo re-escribiera hoy debería decir:

Con tasas de interés bajas en el mundo y una deuda externa que en condiciones normales representaba sólo el 50 % del producto bruto interno, no hay posibilidad de crecimiento mientras se expulsen del país las divisas necesarias para superar la crisis de pagos externos y se desaproveche de esa forma el crédito externo barato a la vez que se hace desaparecer el crédito interno.

Sólo hay una forma de salir de esta trampa: alentar masiva y generalizadamente el ingreso de divisas. De esta forma atraeremos capitales a bajo costo para aumentar la competitividad sin destruir el mercado interno y podremos aprovechar “oportunidades a las que no prestamos suficiente atención en el pasado y que pueden llegar a reforzarse como consecuencia del fuerte déficit comercial externo norteamericano.”

“La integración prioritaria con América Latina permitirá que nos acostumbremos a la competencia internacional, aprovechemos economías de escala y obtengamos ventajas de la mayor especialización. La apertura comercial hacia el Pacífico ofrece seguridades de continuidad porque involucra a países altamente dependientes de un fluido intercambio comercial externo.”

“Para lograr el efecto sobre las exportaciones, de la forma menos costosa posible para el país, deberán tender a eliminarse las trabas cuantitativas y arancelarias a las importaciones (mientras no respondan a una política antidumping o a la necesidad de contar con herramientas de negociación de la reducción del proteccionismo de otros países), dejando que sea el tipo de cambio”, sin retenciones, “el gran instrumento que aliente las exportaciones y proteja la economía interna, simultáneamente”.

“La adopción de una política cambiaria y comercial como la señalada restablecerá de inmediato la confianza de los acreedores en el país, porque pondrá claramente de manifiesto la intención de cumplir con las obligaciones de manera genuina.

Con la economía destrabada y desburocratizada, y con el mundo como cliente, aumentará rápidamente la producción en múltiples actividades de exportación, creando oportunidades de inversión y empleo altamente productivas. Las industrias de exportación se transformarán en una especie de nueva frontera económica con niveles de actividad nunca antes alcanzados. La capacidad de los vendedores argentinos se volcará a los mercados mundiales y aparecerán oportunidades comerciales insospechadas”.

“Los nuevos empleos creados por la expansión de las exportaciones superarán ampliamente a los que puedan desaparecer por mayor competencia con las importaciones de actividades que estaban fuertemente protegidas, porque el alto nivel de la paridad cambiaria seguirá brindando protección, aunque de manera más pareja y menos arbitraria”.

“La reducción del gasto público, así como la política social encaminada a facilitar la reubicación de los trabajadores en actividades productivas, irán transformando la estructura del país y aumentará el nivel promedio de los ingresos familiares. Esto provocará, a la vez, aumento de la recaudación fiscal y de la demanda de bienes domésticos, con lo que el crecimiento alcanzará también a la producción de éstos últimos, pero sin que la brecha fiscal se grande como en el pasado”.

“El avance hacia un creciente equilibrio fiscal permitirá luchar contra la inflación y, a medida que ésta disminuya, el sistema de los precios comenzará a operar con mayor eficacia acelerando el proceso de elevación generalizada de la productividad”.

“La mayor moderación que podrá adoptar la política crediticia, al dejar de estar atada a la consecución del equilibrio externo y al disminuir el déficit fiscal interno, permitirá que existan mejores posibilidades de financiamiento del capital de trabajo y de la nueva inversión, lo que reforzará el aumento de la producción”.

“La economía en crecimiento y el mejoramiento de los ingresos por aumento de la productividad se trasformarán incentivos para el regreso de gente y capitales al país, con los que el proceso se verá reforzado por la acumulación más acelerada de capital físico y humano”.

“El crecimiento será sostenido porque al haberse iniciado por el lado de las exportaciones y la reducción del gasto público, a medida que se avance en la recuperación del nivel de actividad se alejarán los fantasmas de la crisis de pagos al exterior y del desequilibrio fiscal, que obligaba en el pasado a interrumpir drásticamente los procesos de crecimiento”.

“La actividad económica se revitalizará en todo el espacio nacional, pero será más febril en las áreas marginales y las economías regionales que tienen múltiples posibilidades de producción para la exportación. La apertura de nuevas rutas comerciales hacia el Pacífico redefinirá la orientación tradicional de los flujos de transporte, promoviendo una mejor utilización de la infraestructura y una conformación mucho más equilibrada de la población en el territorio. La pesca en el litoral marítimo y la minería en el área cordillerana se sumarán a las múltiples oportunidades que ofrecerán las actividades agropecuarias, industriales y de producción de petróleo y gas, hasta llegar a conformar una economía mucho más diversificada, tanto sectorial como geográficamente”.

“Con el crecimiento económico disminuirán las tensiones sociales y se consolidarán las instituciones políticas democráticas.”

“En pocos años la Argentina habrá recobrado ante el mundo la imagen de tierra de paz y promisión que atrajo en el pasado a gente emprendedora de todos los rincones del mundo.”

“Pero lo más importante es que los argentinos habremos recobrado la fe en nuestra capacidad y transformado el sentimiento de frustración en sensación de esperanza. Esto, y nada menos que esto, significa para los argentinos volver a crecer.”

Todo lo que está entre comillas fue escrito hace 20 años y aún tiene vigencia, salvo la descripción de las circunstancias mundiales, que hoy son muy diferentes a las de entonces.

Por eso la diferenciación entre dólares financieros y dólares comerciales ha dejado de ser relevante. Lo que sí es hoy muy relevante es el fuerte desaliento a las exportaciones que representan las retenciones a las exportaciones. Cualquier política sensata debe comenzar por eliminarlas.

Es positivo que el Peso y el Real se fortalezcan

Durante los últimos meses el Peso y el Real se han estado fortaleciendo. El año pasado ambas monedas llegaron a valer 25 centavos de Dólar, apenas un cuarto de lo que valían durante la mejor época del Mercosur. En la última semana el Peso se aproxima a los 33 centavos de dólar y el real a los 30. Esta tendencia, si se mantiene en ambos países, facilitará la recuperación económica en cada uno de ellos y revitalizará al Mercosur.

Mientras las autoridades brasileñas son conscientes del beneficio que significa la apreciación del Real, en Argentina el Gobierno insiste en que va a impedir que el Peso siga apreciándose. En materia económica, Lula está mucho mejor asesorado que Duhalde.

Los brasileños saben que si el Real tiende a apreciarse la tasa de inflación comenzará a ceder, las tasas de interés internas podrán bajar y el mercado interno saldrá fortalecido. Tienen en claro que si el actual esfuerzo fiscal para generar un superávit primario del 4 % del PBI no va acompañado de un significativo fortalecimiento del Real y de una baja de la tasa de interés interna que permita reducir a la mitad la proporción que los intereses de la deuda representan del PBI, seguirán teniendo un déficit fiscal incompatible con un sendero sostenible para su endeudamiento público.

Los beneficios que acarrea la apreciación del Peso en Argentina son los mismos que en Brasil. En la medida que el Peso se aprecie, la tasa de inflación tenderá a ceder. En octubre del año pasado en una de mis columnas semanales dije que con el precio del Dólar a casi 4 pesos la economía Argentina tenía incorporada una inflación latente del 100%[1]. Hoy, con el Dólar a casi 3 pesos, la inflación latente se ha reducido a la mitad, y si el Dólar bajara a 2 pesos, el riesgo inflacionario terminaría de desaparecer.

Además, la tendencia a la apreciación del Peso permite que las tasas de interés sigan bajando por retorno de los dólares billetes al circuito comercial primero y, si renace la confianza en el respeto a los derechos de propiedad de los ahorristas, al circuito financiero después. Con el Peso cada vez más fuerte y las tasas de interés en baja, será mucho más fácil encontrar una solución al problema de la deuda pública. Mi análisis de la complicación que para la reestructuración de la deuda significaba un Dólar a casi 4 pesos en octubre del año pasado, permite concluir que con el dólar a casi 3 pesos hay mejores chances de encontrar un sendero sostenible para la deuda. Si el precio del Dólar bajara a 2 pesos, la solución del problema de la deuda sería inmediata porque se podría retomar rápidamente la reestructuración que quedó a mitad de camino en diciembre de 2001.

Con el Peso apreciándose en dirección a los 50 centavos de Dólar la reactivación económica durante los próximos dos o tres años podría ser del orden del 10 % anual, como lo fue luego del lanzamiento del Plan de Convertibilidad. Esto es así, porque habría una recuperación vigorosa del mercado interno. Además, la baja de muchos precios que aumentaron casi el 200% a consecuencia de la devaluación extrema del Peso el año pasado, permitiría que el inevitable aumento de precios de los servicios públicos y privados, incluidos naturalmente los salarios del sector privado, no tenga efectos inflacionarios y sólo represente una recomposición de precios relativos favorable a la recuperación del mercado interno.

Al aumentar significativamente el poder de compra de los ingresos de la población, la demanda interna de bienes de consumo aumentará en dirección a los niveles que tenía antes de la devaluación del Peso y podrá aumentar también la inversión necesaria para asegurar el mantenimiento y posterior expansión de la capacidad productiva que la Argentina tenía hacia fines de 2001.

¿Cómo se explica, que desplegando tantos beneficios, la apreciación del Peso sea vista con preocupación por el Gobierno? La explicación radica en que las autoridades, e incluso algunos empresarios industriales, siguen creyendo que la incipiente recuperación de la economía refleja los “beneficios” de la pesificación y la devaluación. Pero están absolutamente equivocados porque los “beneficios” de los que hablan no son tales para el conjunto de la población, ni son sostenibles en el tiempo.

La pesificación y la devaluación han beneficiado a algunos sectores productores de bienes que han podido aumentar sus precios y cancelar sus deudas utilizando dólares que habían logrado acumular antes de la devaluación. Pero para la población en su conjunto, no sólo no ha producido beneficios, sino que le ha ocasionado serios perjuicios. Estos se reflejan en desvalorización extrema de los salarios y de los ahorros que las familias mantuvieron en el sistema bancario. Además, las empresas y familias que derivan sus ingresos del mercado interno, no han visto ningún alivio en su endeudamiento, aún cuando sus deudas hayan sido pesificadas, porque sus ingresos no han aumentado al ritmo del CER, coeficiente con el que se ajustan las deudas después de la pesificación. Demás está decir, que si sus deudas siguieron en dólares, esas empresas y familias estarían seguramente en cesación de pagos.

Para los productores de bienes de exportación los beneficios de la pesificación y devaluación son sólo transitorios, porque han sido seguidos de la creación de impuestos de fuerte sesgo anti-exportador, y la experiencia de los 80’s demuestra que los impuestos distorsivos y la inestabilidad cambiaria tienen un efecto más negativo sobre las exportaciones que episodios esporádicos de sobrevaluación de la moneda local.

Después de toda esta argumentación, espero haber convencido al lector que hay una forma de comenzar a salir de la crisis actual: adoptar reglas de juego que recreen confianza y que faciliten la valorización del Peso hacia los 50 centavos de dólar. Entre ellas, deberán ocupar un valor destacado la completa eliminación de impuestos que graven directa o indirectamente a las exportaciones y la re-dolarización de depósitos pesificados y de las deudas empresarias. Las únicas que deberían mantenerse pesificadas son las deudas familiares.

Por supuesto que todo esto funcionará si Brasil tiene éxito en su política enderezada a recrear confianza y lograr la apreciación del Real y la baja de las tasas de interés. Si algo conviene hacer para revitalizar el Mercosur, es precisamente trabajar juntos y apoyarse recíprocamente para que se recupere el mercado interno en las dos economías. Ello significa revertir las equivocadas políticas que por varios años en Brasil y desde enero del 2002 en Argentina, creyeron que la desvalorización extrema de las respectivas monedas nacionales podía ayudar a recuperar de manera permanente la competitividad. Los brasileños ya lo han entendido y lo están haciendo. Es crucial que el futuro Gobierno Argentino lo entienda y actúe en consecuencia.

[1] Ver “Con el dólar a casi 4 pesos la inflación latente es del 100%”, 15 de octubre de 2002, en www.cavallo.com.ar

El principal desafío es Político

La desunión frente a la adversidad y frente a los desafíos difíciles es una de las principales falencias de nuestra Nación. Estoy convencido de ello por experiencia propia. Siento que mi fracaso como hombre político tiene mucho que ver con mi falta de habilidad para trabajar por la unidad nacional durante el trágico año 2001.

Entré al Gobierno de De la Rúa creyendo que el Presidente, con mi ayuda, podría formar un Gobierno de Unidad Nacional para el que el Peronismo parecía predispuesto. Por lo menos así me lo habían comentado durante el año 2000 varios dirigentes importantes de ese movimiento. Entre ellos Carlos Ruckauf y Eduardo Duhalde. Ni siquiera pude lograr que la Alianza se recompusiera como coalición.

De hecho, mi propuesta de que Chacho Álvarez fuera el Jefe de Gabinete cuando los radicales forzaron la renuncia de López Murphy y sólo aceptaban mi presencia en el gabinete como Ministro de Economía, se diluyó en la noche de la indecisión presidencial frente al embate de Nosiglia por mantener en el cargo a Chrystian Colombo.

Con Colombo de Jefe de Gabinete, los gobernadores peronistas tenían asegurado lo único que los motivaba a integrar un Gobierno de Unidad Nacional: financiamiento del Banco Nación y gestoría de recursos federales para las provincias. ¿Para que comprometerse participando en el Gobierno, si Colombo les aseguraba lo que ellos necesitaban?

Mi gran error fue creer que aplicando mis conocimientos y experiencia como economista podría revertir la crisis económica trabajando en un gobierno que no había logrado unir a la Nación detrás de ese objetivo. Esta es la responsabilidad política que reconocí hablando en la Universidad de Columbia, cuando culpé a la clase política Argentina-de la que naturalmente no me excluí- y no al FMI o al Consenso de Washington de la tragedia que estamos viviendo en nuestro país.

Estoy convencido que el gran problema de nuestra Patria es el proceso de feudalización de la política que se agregó a la estructura extremadamente corporativa de nuestra sociedad luego de la reforma constitucional de 1994. La disminución del Poder Presidencial acompañado por un aumento del tamaño y poder del Senado, así como de la autonomía de las provincias para gastar y endeudarse, pero no para recaudar impuestos, ha permitido que se expandan estructuras clientelistas en grandes municipios y provincias que hoy dominan la política argentina.

El aumento desmesurado del gasto y el endeudamiento con el sistema bancario interno es consecuencia de esa feudalización de la política. La coincidencia de intereses de provincias y empresas endeudadas que creyeron ver en el default, la pesificación y la devaluación la solución a sus problemas financieros precipitó la etapa final de la crisis. Estructuras políticas feudales y estructuras económicas corporativas unieron fuerzas para echar sobre las espaldas de trabajadores y ahorristas el peso de sus deudas excesivas. La clase política permitió que estos intereses se sobrepusieran a los de la Nación y de su Pueblo.

La elección anticipada del Presidente de la Nación en relación a la renovación del Congreso y de los gobernadores provinciales brinda una oportunidad inédita para comenzar a revertir este proceso y sentar las bases para una recuperación institucional duradera de nuestra Nación. Si quien resulte elegido por el voto popular llama de inmediato a un referéndum para llevar a cabo una profunda reforma política tendrá grandes posibilidades de revertir rápidamente la crisis económica y social.

La Reforma política deberá permitir que resulten elegidos para el Congreso Nacional verdaderos representantes del Pueblo y no de las estructuras partidistas. Además deberá asegurar que se conformen gobiernos provinciales que asuman responsabilidades equilibradas en materia de gastos y recursos en los que no quede margen para el clientelismo y la corrupción.

Si por el contrario, el nuevo Presidente se limita a buscar soluciones económicas y financieras, sin impulsar primero la reforma política que cree las condiciones para la unión de esfuerzos del Gobierno Federal, los Gobiernos Provinciales y el Congreso Nacional en pos del progreso económico y social de la Nación, tendrá asegurado su fracaso.

Con todo lo difícil que se presentan los problemas económicos, el principal desafío del próximo Presidente de la Nación será la acumulación de poder para gobernar en un clima de Unidad Nacional sin el cual, ninguno de los demás problemas encontrará solución. Mas allá de simpatías o antipatías y más allá de las ideologías, yo espero que los argentinos votemos por un gobierno fuerte, que sepa ser eficaz en su accionar y que se comprometa a impulsar de inmediato la reforma política que Argentina necesita.

Cómo implementar la despesificación

Las decisiones judiciales, incluidas las de la Suprema Corte, no podrán reparar todas las injusticias que se derivaron de la Pesificación y Devaluación decididas por el Gobierno de Duhalde. Hay situaciones que son irreversibles. Por ejemplo, quienes retiraron sus depósitos en pesos o aceptaron algunos de los bonos que se ofrecieron durante el año pasado, ya han soportado una pérdida y resignado el derecho a reclamar compensación. En la dirección contraria, quienes hayan cancelado total o parcialmente deudas pesificadas vendiendo dólares en el mercado libre han realizado una ganancia, que aunque injusta, nadie les podrá quitar.

Estas injusticias tienen una enorme dimensión y sólo podrían haberse acotado mediante un pronunciamiento más temprano de la Corte Suprema. Si a los pocos días del fallo Smith, cuando el Gobierno dictó el decreto 214 de Pesificación, la Suprema Corte de Justicia hubiera decretado su inconstitucionalidad, se podrían haber evitado sus injustas consecuencias. Pero esta observación hoy sólo sirve para destacar la importancia de que los controles republicanos funcionen con agilidad. Lamentablemente no puede reparar el daño que la demora provocó.

En la actualidad sólo se puede evitar que se sigan produciendo transferencias arbitrarias desde depositantes hacia deudores por los depósitos aún no retirados y las deudas pendientes. Aún cuando la magnitud de estos daños evitables sea muy inferior a la de las injusticias que ya son irreparables, es muy importante que el Gobierno implemente sin demoras la despesificación. Ello ayudará a remover las incertidumbres que hoy impiden el funcionamiento del sistema financiero y comenzará a recrear confianza sobre la capacidad del sistema monetario y legal para proteger y preservar los ahorros de la población. Sólo así volverá a aparecer el crédito en la Argentina.

La despesificación no puede ser asimétrica, porque dejaría pendientes de resolución judicial un número tan grande de conflictos como el que la decisión de la Suprema Corte ha tratado de solucionar. Además, si la despesificación fuera asimétrica, los incentivos económicos llevarían a un comportamiento de depositantes y deudores que aumentan los riesgos de hiperinflación. Para ejemplificar este peligro basta razonar sobre qué política cambiaria aplaudirían depositantes y deudores en el caso en que los depósitos se re-dolarizaran y las deudas quedaran en pesos sin indexación. Ambos ganarían cada vez que el peso se devaluara. Pero, ¿Quién pagaría la diferencia entre el valor de las acreencias y el valor de las deudas? Sin duda, sería inicialmente el Estado, lo que en la práctica significa más emisión monetaria y más devaluación. Puse el adverbio “inicialmente”, porque al provocar inflación, quien termina pagando la diferencia es la gente.

La indexación de las deudas atenúa este incentivo perverso, ¿Pero si la Suprema Corte admite una depesificación asimétrica con el argumento de que no es justo que los deudores paguen en la moneda original, quien garantiza que no declaren inconstitucional la indexación de las deudas? Hay que tener presente que así como existía una ley de intangibilidad de los depósitos también existía prohibición de indexar los contratos en pesos y esta cláusula de la ley de Convertibilidad fue expresamente ratificada por la Ley de Emergencia Económica de enero de 2002.

La única forma de quitar estímulos a la devaluación permanente del Peso con sus consecuentes riesgos hiperinflacionarios es equilibrar la demanda de devaluación de los acreedores con la demanda de apreciación de los deudores. Esto es, haciendo que la ganancia de uno sea a costa de una pérdida del otro. Pero evitando que ambos puedan ganar a costa del resto de la población.

Afortunadamente la ley de Emergencia Económica que autorizó la devaluación del Peso sentó reglas claras sobre la Pesificación de las deudas inferiores a 100 mil dólares, autorizando expresamente su indexación, al mismo tiempo que ratificaba en general la prohibición de indexar de la Ley de Convertibilidad. La Suprema Corte ya ha dicho que considera constitucional la pesificación de las deudas inferiores a 100 mil dólares conforme lo estableció esta ley. Sobre esta cuestión corresponde mantener la situación tal como había resultado de dicha ley. Por otro lado el Estado ya ha decidido compensar a las entidades financieras por las pérdidas que esta pesificación le ocasionó, así que lo único que hay que hacer al respecto es implementar esa decisión.

Todo el resto de las deudas pesificadas del sector público y del sector privado que aún no hayan sido canceladas deberán volver a su valor original en dólares, comenzando por el Préstamo Garantizado que surgió de la reestructuración de la deuda pública interna concluida en diciembre de 2001.

Adoptada esta decisión, se habrá recompuesto totalmente la situación patrimonial de los bancos, por lo que estos no tendrán derecho a reclamar bonos o compensaciones, con excepción de las que se derivan de la pesificación de las deudas inferiores a 100 mil dólares y de todas las operaciones de devolución de depósitos o cancelación de créditos pesificados asimétricamente que se hayan realizado hasta el presente.

Quedará como problema a resolver el incremento de la deuda del sector privado ocasionado por la devaluación, pero este es un problema que la pesificación había resuelto de una manera muy injusta y costosa. Injusta, porque resolvía sólo el problema de los endeudados bajo ley argentina, pero no el de los endeudados bajo ley extranjera. Costosa, porque obligaba a compensar a los bancos por la diferencia entre el valor de las deudas pesificadas y su valor original en dólares, con independencia de si el crédito era finalmente cobrado por el banco, es decir, relevando a éste del riesgo crediticio.

El Gobierno deberá ofrecer una solución al problema del aumento del endeudamiento privado provocado por la devaluación, pero sin diferenciar entre deuda interna y externa y comprometiéndose a pagar una parte de esas deudas sólo en el momento que el deudor original pague cuotas de intereses o amortización. Además la proporción de las deudas a pagar por el estado debería estar relacionada con la composición por monedas de los ingresos del deudor. Aquellas empresas que tienen el grueso de sus ingresos en dólares o atados al valor del dólar no deberían recibir compensación alguna, mientras que las empresas con ingresos en pesos y precios no ligados al dólar, deberían recibir el máximo posible de compensación. El presupuesto total de la compensación debería ajustarse a una proyección razonable de ingresos fiscales adicionales asociados con la recuperación de la economía que puedan asignarse a financiar esta erogación de manera específica. Podría establecerse una sobre tasa del impuesto a las ganancias de los contribuyentes que son beneficiarios del sistema de compensación de deudas.

Así implementada, la despesificación reestablece la solvencia del sistema bancario y atenúa los riesgos de insolvencia del sector privado no financiero. El efecto sobre la solvencia del sector público dependerá de las políticas fiscal y monetaria futuras. Si éstas ayudan a restaurar la confianza en la moneda argentina, se producirá una apreciación del Peso que ayudará a reestablecer rápidamente la solvencia del Estado.

Queda por explicar cómo se evita el problema de liquidez del sistema financiero si es que los depositantes beneficiados con la despesificación deciden retirar en efectivo la mayor parte de sus depósitos. La respuesta es sencilla. El único caso en el que podría darse esa conducta de los ahorristas es aquel en que el sistema financiero no les diera la opción de mantener sus depósitos en dólares y ellos hubieran decidido a tenerlos inexorablemente en esa moneda. La solución es clara: los bancos tienen que volver a ofrecer la posibilidad de que los depósitos sean en dólares, incluso los que el depositante desee mantener a la vista.

En síntesis, la única forma de implementar la despesificación de manera que contribuya al reestablecimiento de la estabilidad y la confianza es recreando un sistema financiero que devuelva a los argentinos la posibilidad de elegir la moneda en la que prefieren mantener sus ahorros. Esa era la virtud del Régimen de Convertibilidad que nunca debería haberse eliminado.

El fallo de la Suprema Corte como oportunidad

La Suprema Corte de Justicia ha cumplido con su deber. No podía convalidar la alevosa violación del derecho de propiedad de los ahorristas que significó el decreto 214/02 al disponer la pesificación de los contratos en dólares a un tipo de cambio arbitrario. Nadie puede argumentar que ésta no era la decisión jurídicamente razonable. Sin embargo, hay muchas opiniones de economistas que consideran que la decisión no es razonable desde el punto de vista económico. Se dice incluso que el FMI solicitaba que la Suprema Corte resolviera a favor de la pesificación.

Los economistas que tienen esta opinión están absolutamente equivocados. Si el Ministerio de Economía y el Banco Central no aprovechan la oportunidad que la Suprema Corte les está ofreciendo para reconstruir un sistema monetario y financiero que recree la confianza de los ahorristas, ambas instituciones serán responsables de un largo período de estanflación en Argentina. Afortunadamente, la proximidad de las elecciones permite que sea el futuro gobierno el que aproveche la oportunidad que brinda el fallo de la Corte, si es que el Gobierno de Duhalde sigue empecinado a obligar a los argentinos a ahorrar en una moneda en la que no confían.

La redolarización de los depósitos no tiene porque costar a los presupuestos públicos futuros más de lo que ya le ha costado la pesificación asimétrica. Y la razón es muy simple: cualquier organización razonable de la economía argentina hacia el futuro, acompañada de disciplina fiscal, tiene que generar un tipo de cambio real que no se alejará del de la convertibilidad en más del 40 % que se le reconoció a los bancos con motivo de la pesificación asimétrica. En otros términos, si la comparación entre 1,40 ajustado por el CER y el precio del dólar en el mercado libre se hace en el momento de cada pago de amortización e intereses, el valor presente neto de todos esos pagos no superará al de los bonos que se prometieron entregar a los bancos como compensación por la pesificación asimétrica.

Una organización razonable de la economía argentina para el futuro tiene que incorporar tres ingredientes claves: eliminación completa de los controles de cambio, libre circulación de cualquier moneda convertible, incluidos naturalmente el Dólar y el Euro, tanto como dinero papel o como dinero bancario, y eliminación de las retenciones y cualquier otro impuesto directo o indirecto que cree un sesgo anti-exportador. Si además el presupuesto público se mantiene en equilibrio para el promedio del ciclo económico, el precio en términos reales del dólar que surgirá de una libre flotación no superará al de la convertibilidad en más del 40 %. Esto es lo mismo que decir que se puede volver fácilmente a un PBI en dólares superior al cociente entre el PBI en dólares de la convertibilidad y 1,40.

Con una organización de la economía como la descripta en el párrafo anterior, el Peso competirá con el Dólar y con el Euro, por lo que el Banco Central deberá administrar la política monetaria de tal manera que recree la confianza de los argentinos en su capacidad para preservar valor, ésto es, para no ser erosionado por la inflación. Por supuesto que esta cualidad del Peso deberá ser adquirida con la ayuda de mecanismos indexatorios como los que usa Chile para que la gente se anime a ahorrar en pesos en plazos medianos y largos. La gran virtud de un sistema monetario y financiero semejante será la existencia de crédito y contratos a mediano y largo plazo, que hoy han desaparecido de la economía argentina.

Si la Suprema Corte de Justicia convalidaba la pesificación iba a ser imposible recrear este tipo de sistema monetario y financiero, con lo que la economía iba a estar condenada a la estanflación, dado que la mayor parte del ahorro argentino migraría en búsqueda de la seguridad de mantenimiento de valor que para muchos argentinos sólo brindan las monedas convertibles. Sin ahorro dispuesto a quedarse en el país, tampoco existiría ingreso de capital extranjero. La consecuencia no sería otra que la inexistencia de crédito y, por consiguiente, de inversión. Afortunadamente, la Suprema Corte de Justicia ha creado la oportunidad para que este sombrío panorama se transforme en una tenue luz de esperanza.