En el Este de Asia nunca permitieron que la inflación redistribuya ingresos y riqueza

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Es un lugar común decir que en las naciones del Este de Asia la gente ahorra una proporción mucho mayor de sus ingresos que en las naciones de la América Latina. Esa diferencia se nota tanto en las estadísticas como en el ritmo de la acumulación de capital que cualquier visitante periódico de la región puede ver reflejado en el mejoramiento constante y acelerado de la infraestructura.

Pero no he visto destacar el cuidado que los hacedores de políticas económicas en el Este de Asia ponen en mantener a sus economías nacionales absolutamente libres de golpes inflacionarios. Y es gracias a estas precauciones que han conseguido que la población vea en el ahorro la mejor manera de asegurar su futuro, tanto en relación a las previsiones por la vejez como al estudio de los hijos y el cuidado de la salud.

Esta es, sin dudas, la mayor diferencia entre el Este de Asia y la América Latina en materia de manejo de las respectivas economías nacionales.

La mayor parte de los países de América Latina sufrieron por décadas fenómenos inflacionarios, caracterizados por frecuentes y sucesivos golpes devaluatorios de la moneda, no acompañados por rigor monetario, que produjeron redistribuciones de ingresos y riqueza injustos e ineficientes. La menor tasa de ahorro de los latinoamericanos no es un rasgo cultural original, sino la consecuencia del desaliento al ahorro que provocaron los frecuentes episodios inflacionarios y la mala educación económica popular que se deriva de la inflación.

Para ejemplificar esta notable diferencia de las políticas económicas, basta comparar las discusiones sobre regímenes cambiarios y políticas monetarias. En general, los países del Este Asiático han preferido sistemas de cambio fijo, particularmente en las primeras etapas de su organización monetaria, y, cuando comenzaron a hacer política monetaria nacional a partir de una mayor flexibilidad cambiaria, lo hicieron no para devaluar sus monedas sino para permitir que éstas se apreciaran.

La apreciación de las monedas asiáticas fue el mecanismo con el que evitaron fenómenos de inflación importada y permitieron que el aumento de la productividad asociada al proceso de inversión llegara como beneficio a toda la población.

Esto es exactamente lo contrario a lo que se ha hecho frecuentemente en Argentina. Hasta fines de los 80s, cada vez que se abandonó el tipo de cambio fijo para permitir políticas monetarias nacionales, se provocó una fuerte devaluación con terribles consecuencias regresivas en materia de redistribución de ingresos y riquezas. Para colmo de males, a partir de 2004, los que deciden las políticas económicas se han comprometido a evitar cualquier tendencia a la apreciación de la moneda nacional, con lo que se preanuncia que la política cambiaria será inexorablemente inflacionaria. El contraste con las economías del Este de Asia no podría ser mayor.

Lamentablemente están tan equivocados quienes ahora deciden las políticas en Argentina, que en lugar de advertir que el “tipo de cambio real alto” que en las naciones del Este de Asia ayuda al crecimiento económico es la otra cara de la moneda de la alta tasa de ahorro de la población, en nuestro país pretenden mantener el “tipo de cambio real alto” a partir de medidas que, al provocar inflación, desalientan el ahorro e impiden la acumulación acelerada del capital. Precisamente todo lo contrario a lo que se necesita para apuntalar un proceso de crecimiento económico.

Por supuesto lo único que se consigue en la Argentina del presente es un “tipo de cambio real alto” que, lejos de ser la otra cara de la moneda de una alta tasa de ahorro, provoca una redistribución regresiva del ingreso, que en lugar de ayudar a crecer, genera tensiones sociales y, a la postre, termina desalentando el ahorro y la inversión.

Afortunadamente no toda la América Latina ha demostrado incapacidad para entender la sabiduría de la aversión inflacionaria del Este de Asia. Afortunadamente Chile, Perú, Colombia, Uruguay, México y Brasil parecen haber aprendido la lección y no han vuelto a utilizar políticas monetarias y cambiarias para redistribuir ingresos y riqueza por vía de la inflación. Lo lamentable es que Argentina, a pesar de la historia inflacionaria de cuatro décadas y la oportunidad reeducadora que significó la convertibilidad, haya vuelto a caer en el error de creer, como Alfonsín, que “un poco de inflación” ayuda a crecer.