Éste es el título de un muy buen trabajo de Ivan Carrino presentó en el V Congreso Internacional “La Escuela Austriaca en el Siglo XXI”, que tuvo lugar entre el 17 al 19 de noviembre en Rosario. Mi buen amigo Luis Induni me llamó la atención sobre su existencia. Se trata de un trabajo muy valioso. No contiene errores conceptuales y sobre los datos de la realidad, encontré un sólo error. Señala que la deuda pública que era de 60.048 millones de dólares en 1991, se elevó hasta los 144.200 millones de dólares, un 105%, diez años más tarde. En realidad, la deuda pública afines de 1989, bien medida, ya era de 92.0412 millones de dólares. Esto fue demostrado por Merlonián y Santangelo, que en 1996 hicieron un relevamiento de los bonos que se emitieron luego de 1989 en reconocimiento y consolidación de deuda pública devengada con anterioridad. Por ejemplo, la que se derivaba de las sentencias a favor de los jubilados por beneficios mal calculados. Pero éste es un error menor, que por otro lado se origina en las mismas estadísticas oficiales que, todavía en 1991, no registraban la deuda con el criterio de lo devengado sino sólo la que había logrado instrumentarse en forma de bonos.
También resulta interesante leer el artículo de Adrián Ravier sobre la discusión del trabajo de Carrino. Luego de presentar un comentario muy sensato de Alejandro Sala, Adrian Ravier transcribe los siguientes cuatro comentarios que él hizo en aquella conferencia:
«1. Celebro que los austriacos discutamos en el contexto de un Congreso el éxito o fracaso de la convertibilidad. Es un tema que divide a sus miembros y en el cual falta claridad.» «2. Coincido con Iván en que no fue la convertibilidad la principal causa por la cual la década de 1990 terminó tan mal. Coincido también con Iván en que la causa hay que buscarla más bien en el continuo desequilibrio fiscal, agregando los desafortunados shocks externos.» «3. Sin embargo, la imagen de Cavallo junto a Mises y Hayek es desafortunada y polémica (o un chiste de mal gusto como dijo Alberto Benegas Lynch), porque Cavallo no sólo contribuyó en formular la Ley de Convertibilidad, sino que también aportó en dejar las bases de su destrucción y de la mayor crisis que la Argentina haya sufrido en su historia. Muchos recordamos su frase al reemplazar a López Murphy en 2001, afirmando que “el problema no es el déficit fiscal, sino la competitividad”, agregando que había que flexibilizar la ley de convertibilidad con una canasta de monedas, entre otras propuestas. La fuga de capitales que siguió dejó al BCRA sin reservas, y poco despúes se abandonó la convertibilidad.» «4. Si nos concentramos ahora en la Ley de convertibilidad -que es el objetivo de la ponencia-, esta también fue defectuosa, porque no se trató de una caja de conversión ortodoxa y fuerte, sino en una caja de conversión heterodoxa y débil. Concretamente, la base monetaria no fue respaldada con el 100 por cien de reservas netas, sino con el 100 por cien de reservas totales, lo que incluye dólares de terceros. Este punto también lo enfaticé en la presentación de la propuesta de dolarización flexible y banca libre que desarrollamos junto a Nicolás Cachanosky. La imagen que acompaña este post puede ayudar a ver el punto. La línea de puntos que presentan las reservas netas rara vez estuvieron dentro del rango del 90 al 110 por ciento de la base monetaria, lo que habría implicado una caja de conversión ortodoxa.»
Luego de leer y releer estos cuatro comentarios, advierto que pese al enorme esfuerzo de Iván Carrino, hay todavía seguidores de la escuela Austriaca, algunos muy prominentes e influyentes, como Alberto Benegas Lynch, que no parecen tener capacidad de análisis histórico, como para distinguir entre las ideas que pueden llevarse a la práctica y aquellas que son imposibles frente a los condicionamientos de la realidad.
Iván entendió algo que Adrián Ravier pasó totalmente por alto: que lo más importante y a la vez, lo más «austriaco» de la ley de convertibilidad no fue la caja de conversión ni el tipo de cambio fijo sino la libre elección de la moneda. O, para ponerlo en los términos utilizados por Hayek, la «desmonopolización del dinero».
La caja de conversión y el tipo de cambio fijo fueron instrumentos apropiados para quebrar la inercia inflacionaria y lograr una baja drástica de la inflación esperada por la gente, pero debieron haberse abandonado en 1997, cuando por el éxito que habíamos logrado al superar la Crisis Tequila, los capitales que dejaron de ir, o simplemente salían de Asia a causa del clima de crisis por el que atravesaba esa región, vinieron en grandes cantidades a la Argentina. En ese momento habría que haber dejado flotar, algo que la ley de convertibilidad había previsto al no poner piso a la eventual flotación del Peso. Si se hubiera ido a la libre flotación, hubiéramos conseguido más convertibilidad: libre elección de la moneda con total flexibilidad cambiaria, tal como ha funcionado muy bien en Perú. Su sistema monetario pone al Sol en competencia con el Dólar, como explico en detalle en mi libro «Camino a la Estabilidad».
No es cierto que una «caja de conversión ortodoxa y fuerte» hubiera permitido enfrentar mejor los shocks externos. Por el contrario, el carácter heterodoxo y débil que Adrián atribuye a nuestra caja de conversión es, precisamente, la que permitió que en 1995 pudiéramos superar la crisis bancaria. De no haber tenido ningún margen para actuar como prestamista de última instancia, hubiera quebrado el grueso del sistema bancario argentino.
Justamente, el talón de Aquiles del sistema de caja de conversión es precisamente que cierra toda posibilidad de que exista un prestamista de última instancia para el caso de las crisis bancarias. Por eso quienes proponen un sistema de caja de conversión ortodoxa y fuerte, siempre lo hacen acompañada de la propuesta austriaca, de veto absoluto al sistema de banca con encaje fraccionario. Obviamente, Argentina continuaba, como todos los países del mundo, con un sistema bancario que permite la expansión múltiple del crédito. Ese sistema bancario no puede funcionar sin un prestamista de última instancia. Yo conozco una sola propuesta práctica de reforma financiera ajustada a las premisas completas de la escuela austriaca: la de Larry Kotlikoff en su libro «James Struart is dead» y a pesar del rigor y la inteligencia con que ha sido formulada, aún no ha logrado vencer las barreras históricas que en la práctica han creado más de cinco siglos de desarrollo del sistema de banca basada en el encaje fraccionario. Es inimaginable que nosotros o cualquier otro equipo económico argentino hubiera podido implementar semejante reforma en un contexto democrático.
El otro aspecto que Adrián Ravier, a diferencia de Iván Carrino, no ha evaluado bien, es la cuestión del aumento del gasto público y del déficit fiscal. Atribuirme ese aumento significa no haber mirado las estadísticas o no haberlas entendido. Mientras fui Ministro de Economía en el Gobierno de Menem, entre febrero de 1991 y agosto de 1996, sólo hubo déficit fiscal en el año 1995 y ese déficit se originó en la caída de recaudación que provocó la recesión que vino de afuera. El grueso del déficit fiscal, que dio lugar al endeudamiento desestabilizador que hizo crisis en 2001 se produjo entre 1997 y 1999, fue el déficit de las provincias que resultó de la competencia entre Menem y Duhalde por la candidatura presidencial del Peronismo. Ese déficit se financió con créditos del sistema bancario, algo que a propuesta mía había estado prohibido mientras yo fui Ministro de Economía. Ese financiamiento fue a tasas flotantes (BADLAR mas 700 puntos básicos). Esas deudas de las provincias fueron los activos bancarios tóxicos que dieron origen a la crisis financiera de 2001.
Cuando yo volví al Ministerio de Economía, ya en el gobierno de De la Rúa, convencí al Congreso que aprobara reducciones del gasto público por el doble del monto que había propuesto Ricardo López Murphy. Sin embargo siguió habiendo déficit, porque los intereses sobre la deuda pública ascendieron en 2001 a 12 mil millones de dólares. De esos 12 mil millones de dólares, 4 mil correspondían a la deuda de las provincias, que diferencia de la deuda de la Nación, pagaba intereses tres veces más altos. La solución obviamente era una re-estructuración de pasivos que redujera la factura de intereses a no más de 5 mil millones de dólares, algo que planeamos y pusimos en marcha el 1 de noviembre de 2001.
Terminada la re-estructuración de pasivos se podría haber dejado flotar el Peso y la devaluación no hubiera superado el 20 o 2l 30 %. Además se hubiera revertido a poco que mejoraran los términos del intercambio y se debilitara el dólar en el mundo, como comenzó a ocurrir a mediados de 2002. Hubiéramos seguido teniendo convertibilidad y la máxima flexibilidad cambiaria, además de equilibrio presupuestario votado en el Congreso y no resultado de una terrible e injusta devaluación. Esta posibilidad se frustró con el golpe institucional de diciembre de 2001. Es asombroso constatar que ningún economista austriaco señala a la pesificación compulsiva, dispuesta por Duhalde, como la verdadera destrucción de la más austriaca característica de la convertibilidad: la libre elección de la moneda.
Me gustaría algún día discutir estos temas con Alberto Benegas Lynch, que, por lo que comenta Adrián Ravier, es quien dentro de los austriacos argentinos considera chiste de mal gusto mi figura al lado de las de Von Mises y Hayek. Claro, según el razonamiento de Adrián, mi incapacidad para advertir errores llevó a que, entre otras cosas, se desprestigiaran los autores de la Escuela Austriaca.