José Ignacio Castro Garayzabal, junto a Piero Astori, Fulvio Pagani, Adrian Urquía, Piero Venturi, Lelio Lambertini y Juan Carlos Negrini, fue un protagonista fundamental del vigoroso desarrollo industrial que Córdoba experimentó en las últimas seis décadas, pese a todas las dificultades que planteó la inestabilidad económica y social de la Argentina.
El “Negro” Castro no era el dueño de ninguna de las empresas que aquellos pioneros crearon y desarrollaron en Córdoba, pero era su voz y el más apasionado predicador de las virtudes, no sólo de los empresarios, sino de los trabajadores y de toda la comunidad cordobesa que habían fertilizado el terreno para que, sin privilegios ni protecciones especiales, se produjera el desarrollo industrial y agropecuario que, desde la década de los 60s, puso a Córdoba en el escenario económico nacional y latinoamericano.
Descubría y articulaba las energías creativas de los emprendedores cordobeses. Alentaba con su inagotable optimismo y apoyaba con su accionar incansable a cuanto empresario, profesional o trabajador requiriera su ayuda para crear o consolidar nuevos puestos de trabajo.
Hacía esta tarea por vocación de servicio y sin esperar retribución material alguna. Ganaba su sustento con tareas profesionales y ejecutivas a las que dedicaba no más de la mitad de su tiempo, porque siempre se sentía obligado a trabajar por sus ideales y por su gente, con total desprendimiento y generosidad.
En la Fundación Mediterránea, cuando yo, que era 13 años más joven, ya me sentía agotado de tanto viajar y hablar en reuniones a lo largo y a lo ancho del País, el seguía teniendo energía para continuar intercambiando ideas con nuestros interlocutores. Muchas veces me reemplazó como disertante o intervino para clarificar explicaciones cuando detectaba que yo me había enredado en detalles no relevantes que oscurecían la presentación. Tenía una admirable capacidad de síntesis y era un comunicador convincente.
Mientras fui Diputado Nacional y Ministro, me acompaño como asesor informal en incontables oportunidades y fue mi nexo personal con los dirigentes empresariales, gremiales y profesionales que habíamos conocido durante los años de trabajo conjunto en la Fundación Mediterránea. Siempre estaba disponible para pedir una opinión o explicar una decisión y nunca se constituyó en gestor de intereses particulares que no coincidieran con el interés general.
Desarrolló toda esta labor por el Bien Común a la par que creaba con Raquel una familia ejemplar de la que son testimonio sus hijos y nietos y administraba sus ahorros con la misma dedicación y entusiasmo que caracterizaron su vida pública. Con el fruto de su trabajo pudo invertir en su campo ganadero de Capilla del Sitón, al que viajaba todas las semanas manejando su camioneta en forma personal.
Lo enorgullecía la labor de sus ancestros, gozaba con el éxito de sus amigos, se condolía por las penurias y fracasos, incluso de sus adversarios, y reaccionaba con valentía ilimitada frente a la injusticia y la corrupción. Recuerdo cientos de episodios de su vida que permitirían llenar las páginas de un libro tan instructivo como los que narran las epopeyas de las personas más trascendentes de la historia de Córdoba. Al Negro Castro le encantaba contar anécdotas de Ramón J Cárcano, con quien había trabajado su padre. Ojalá alguien que lo haya conocido bien y tenga aptitudes literarias, escriba pronto un anecdotario de la vida de José Ignacio Castro Garayzabal. Yo me ofrezco para contar las muchas de las que he sido testigo. Estoy seguro que un libro semejante servirá de inspiración para muchos jóvenes de esta sociedad en la que vivimos, sin demasiados modelos ejemplares para mostrar.
Hablé con él por teléfono el último día de 2012 para desearle felices fiestas. No sabía de su enfermedad y lo noté con la vitalidad de siempre. Estaba en sus “ranchos” de Nono, esperando el nuevo año con su familia. Me contó que acababa de bañarse en el río que rodea a su propiedad. Recordé las hermosas jornadas que en varias oportunidades habíamos pasado con él en ese trozo de serranía cordobesa en el que despuntaba el vicio de cabalgar.
Desde que el martes pasado, de regreso de unos días de descanso durante los que no recibí e-mails ni llamadas telefónicas, me enteré de su fallecimiento, me agobia un dolor que recién hoy pude superar como para escribir esta nota.
Muchas gracias Negro por toda la felicidad que con tu entusiasmo y amistad nos brindaste a tanta gente. Descansa en Paz.