Quinta y última nota.
Vigor y fertilidad en el entramado empresarial colombiano.
Cuarta nota.
Desde que siendo jóven veía en Argentina la propaganda que la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia hacía para imponer su producto, siempre asocié el empuje empresarial de los colombianos con su sector cafetero. Cuando leí sobre la historia de Medellín, advertí que esta institución gremial había nacido también en esa ciudad, como la admirable Sociedad de Mejoras Públicas a la que me referí en mi nota anterior. Pero en mi viaje reciente aprendería mucho más sobre el entramado empresarial colombiano, que se extiende mucho más allá del sector cafetero tradicional.
En el almuerzo de trabajo organizado por El Colombiano me sorprendió advertir el orgullo que demostraron todos los empresarios privados allí presentes por la eficiencia de la EPM, acronismo de Empresas Públicas de Medellín. El Alcalde, cuando describió las finanzas de la administración comunal, señaló que dicha Empresa aporta alrededor de un tercio de los ingresos de la alcaldía.
A medida que los comensales me iban contestando las preguntas con las que procuré completar la información que sobre EPM me había dado ya Diego Fernanado Gómez el día anterior, mientras me hablaba de la calidad de los servicios urbanos, fui advirtiendo la importancia que las Empresas Públicas de Medellín habían tenido en la conformación de un entramado empresarial lleno de vigor, como el estaba conociendo en Antioquia. Además de los servicios de tranvía eléctrico, telefonía y agua potable, en 1954, cuando se constituyó como entidad autónoma del municipio, comprometida con un sistema eficiente de gerenciamiento profesional, incluía también los servicios de electricidad que un poco más adelante dieron orígen a otra empresa pública prestigiosa que hoy tiene proyección internacional: Interconección Eléctrica SA (conocida como ISA) y, después de la reforma del sistema eléctrico de 1994 a ISAGEN, una importante empresa de generación eléctrica. ISA e ISAGEN tienen mayoría de capital estatal pero cuentan con participación privada y cotizan en la Bolsa de Valores de Colombia y en el NASDAQ de Nueva York.
Los directivos y gerentes de estas empresas figuran entre los más admirados de Colombia y muchos de los ejecutivos de las empresas privadas hicieron sus primeras prácticas en estas empresas públicas, las que se transformaron en verdaderas escuelas de administración empresarial, complementaria de las universidades en las que los futuros emprendedores y ejecutivos estudian ingeniería, economía y administración.
Conocí a los presidentes de las empresas privadas más importantes de Medellín y, varias de ellas, de Colombia: Jorge Londoño de Bancolombia, David Bojanini de Inversura SA, Carlos Enrique Piedrahíta de Compañia General de Chocolates, José Alberto Vélez de Cementos Argos SA, Francisco Martínez, gerente de Arquitectura y Concreto SA, Juan Esteban Restrepo de Diagonal (Corporación Distribuidora de Algodón). Todos ellos me impresionaron no sólo por la descripción que hicieron de sus empresas, en las que se trasuntó el énfasis en la eficiencia y la ausencia de prevenciones contra la competencia, sino también por la determinación que demostraron para trabajar unidos por la calidad de la educación de los niños y jóvenes colombianos.
El mismo énfasis advertí en los economistas e ingenieros dedicados a asesorar empresas que conocí en estas reuniones. En particular, el Ingeniero Jorge Eduardo Coq, ex Ministro de Minas y Energía, con gran experiencia empresarial en esos sectores, que el día anterior también me había acompañado en la recorrida por la ciudad, me brindó amplia información sobre las reformas de la legislación minera y de la energía, muy parecidas a las que implementamos en Argentina durante los noventas. Gracias a su gestión, al día siguiente pude entrevistarme en Bogotá con el actual Ministro de Minas y Energía: Don Hernán Martínez, un ex ejecutivo de una importante empresa minera productora de carbón. En una conversación muy ordenada, típica de un ingeniero con ideas muy claras y larga experiencia, el Ministro se explayó sobre los avances regulatorios, que a la inversa de lo que ocurrió en los últimos años en Argentina, tienen por objetivo alentar inversiones cada vez más eficientes y el pleno cumplimiento por parte del sector privado de sus obligaciones impositivas y medioambientales. En Colombia, a diferencia de lo que ha ocurrido en Argentina desde 2002, las reformas de la Minería y de la Energía de los años 90, lejos de revertirse, han avanzado hacia su perfeccionamiento, siempre en la dirección de la creciente participación del mercado y de la inversión privada, con marcos regulatorios que procuran promover a la vez el abastecimiento eficiente y el cuidado del medio ambiente.
En Bogotá, a pesar de que yo estaba muy comprometido con reuniones académicas y con funcionarios oficiales, también pude palpar no sólo el vigor sino también la fertilidad del entramado empresarial colombiano, que no es sólo un fenómeno de Medellín. Una muy interesante reunión con el Presidente de la Asociación Nacional de Empresarios (ANDI), Don Luis C Villegas, a quien yo había conocido como Vicecanciller de Colombia cuando yo era Canciller de la Argentina, a principios de los 90s, me permitió apreciar el entusiasmo empresario colombiano con los tratados de libre comercio y la proyección internacional de las empresas colombianas, otro gran contraste con la realidad que hoy se percibe en mi país.
Finalmente, una muy instructiva y entretenida reunión que organizó un joven emprendedor colombiano, Sebastian Shrimpff, en el impresionante Club El Nogal, aquel que hace algunos años fue motivo de noticias por un lamentable atentado terrorista, me permitió confirmar que no solo tiene muy buenas empresas de larga trayectoria, sino que Colombia cuenta también con emprendedores jóvenes, muy bien formados y creativos, en rubros tan variados como sistemas y manejo de información en empresas inmobiliarias, pagos online, planeamiento financiero familiar y personal, restauración capilar, software a medida, educación secundaria con orientación internacional y hasta el desarrollo de un automóvil eléctrico vanguardista para dos pasajeros. Compartir una cena con Sebastián y Martín Schimpff, Fernando y Julio Mario Camacho,Mauricio Buenaventura, Sergio Gabriel Camacho, José Velez, Andrés Fernández y Juan Carlos Lenz, agregó a mi estadía en Colombia el condimento de entusiasmo y sentido de futuro que sólo los jóvenes son capaces de aportar a quienes ya somos sexagenarios. Y el único integrante del grupo "Mangos" (así se llama el club informal que integran quienes participaron en esta cena), don Francisco Vergara, que tiene una edad parecida a la mía, agregó el necesario ingrediente de experiencia y conocimiento vivo de la historia, que a todos nos ayudó esa noche, a valorar aún más la posibilidad que se abre hacia el futuro para una Colombia sin las guerras que la han desgarrado hasta el presente.
Capital social: la ventaja comparativa de Colombia
Tercera nota.
Cómo es posible que la economía de un país que ha sufrido durante décadas el acoso de guerrillas comunistas, carteles del narcotráfico y bandas paramilitares, haya, sin embargo, logrado mantener un ritmo de progreso económico y social superior al promedio de la América Latina?
Mi amigo Rodrigo Botero me había dado como explicación, la existencia de una tecnocracia valiosa, a la que me referí precisamente en mi nota anterior. Pero en este viaje y sobre todo luego de mi visita a Medellín, creo haber descubierto que la calidad de la tecnocracia colombiana es uno de los resultados de la verdadera ventaja comparativa de Colombia: la abundancia de capital social.
El capital social es un concepto introducido por Robert Putnam para explicar porqué la democracia funciona mejor en algunas sociedades que en otras. El capital social es la capacidad que tiene una sociedad para hacer que sus integrantes se relacionen para trabajar unidos por el bien común. La existencia de capital social se manifiesta por la cantidad y calidad de instituciones creadas espontáneamente por una comunidad para conseguir objetivos que los convocan y los llevan a trabajar unidos.
A medida que Diego Fernando Gómez me iba mostrando los lugares de Medellín y me hablaba de su gente y de sus instituciones, descubrí el importante rol que jugaron instituciones como la Sociedad de Mejoras Públicas, la más emblemática de Antioquia y, quizás, de toda Colombia. Esta creación institucional de pioneros antioqueños de fines del siglo XIX, impulsó la creación de establecimientos educativos , hospitalarios y culturales que han alcanzado niveles de excelencia. También promovió planes de desarrollo de la infraestructura regional que fueron adoptados como guía por las sucesivas administraciones públicas de Medellín y de Antioquia. Alcaldes y Gobernadores pudieron conducir gobiernos efectivos gracias, entre otras cosas, a las iniciativas y apoyos brindadas por la sociedad civil a través, precisamente, de la Sociedad de Mejoras Públicas y otras instituciones semejantes. En mi viaje de regreso a Bogotá tuve la suerte de encontrarme en el aeropuerto con Juan Sebastian Betancur, el Presidente de Proantioquia, la Fundación para el progreso de Antioquia, una institución del mismo tipo de la Sociedad de Mejoras Públicas, creada en 1975. Pudimos aprovechar todo el viaje desde Medellín a Bogotá para conversar sobre las actividades de Proantioquia, con lo que pude completar el cuadro sobre la abundancia de capital social que había ido descubriendo a lo largo de mi visita a Medellín.
Creo que mi visita a esta ciudad fue la más intensa de todas las que hice en los últimos años, porque en menos de 48 horas descubrí instituciones sociales como las que acabo de mencionar, establecimientos educativos y hospitales de excelencia, como la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín, nacida de la emblemática Escuela Nacional de Minas de Medellín, El Hospital General de Medellín que pertenece a la alcaldía, el Hospital Pablo Tobon Uribe, insititución privada de prestigio mundial en técnicas de transplantes, y un medio de comunicación admirable: El Colombiano.
El Colombiano no sólo publica el diario líder de Antioquia y uno de los más prestigiosos de toda Colombia, sino que juega también un importante rol aglutinante en materia de promoción de la excelencia en la educación, las artes y la ciencia. Su directora, Ana Mercedes Gómez Martínez, reunió para mí, en un almuerzo, no sólo a sus principales colaboradores sino también a los más importantes empresarios de Colombia y al Alcalde de Medellín, Don Alonso Salazar. Fue una oportunidad única, porque pude conocer a figuras admirables de la comunidad Antioqueña que fueron describiendo, una a una, sus actividades de servicio a la comunidad. Lo que más me impactó es el énfasis coincidente de todos los comensales en el trabajo que en conjunto realizan los medios de comunicación, las empresas públicas y privadas y las universidades para mejorar la calidad educativa de las escuelas públicas.
Luego del Almuerzo tuve oportunidad de visitar al Gobernador de Antioquia, Don Luis Alfredo Ramos, a quien yo ya había conocido en Harvard cuando él estaba pasando en esa Universidad un año sabático y yo era Profesor Visitante. Me recibió acompañado del Presidente del Instituto de Desarrollo de Antioquia, Don Álvaro Vázquez. Como lo había detectado antes, al escuchar al Alcalde de Medellín, pude advertir que la calidad de la dirigencia de Antioquia y sus buenos gobiernos son una consecuencia natural del valioso capital social con que cuenta Colombia y de los continuos esfuerzos de sus instituciones públicas y privadas por la mejora de la educación y la salud de su pueblo, que es lo mismo que decir: por el desarrollo del capital humano.
El impresionante desarrollo empresarial, público y privado, que pude apreciar tanto en Medellín como en Bogotá, es otra confirmación de la riqueza colombiana en material de capital social. Pero para no alargar demasiado esta nota, dejaré ese tema para la próxima.
Colombia, una economía bien organizada.
Segunda nota
Por lecturas previas, contactos con personalidades colombianas de los más variados ámbitos y mis viajes anteriores, yo ya conocía que Colombia ha sido desde muchas décadas atrás una economía mejor organizada que la mayor parte de las economías nacionales de la América Latina.
En mi más reciente visita pude confirmar esta observación. Además pude aprender mucho, no sólo sobre la historia, sino también sobre la conformación actual de las instituciones que constituyen los pilares de la organización económica, así como de las preocupaciones actuales de sus dirigentes.
Visité el Banco de la República, el Ministerio de Hacienda, Fedesarrollo y la Universidad de los Andes, cuatro instituciones claves para entender porqué Colombia, desde larga data, ha aplicado políticas monetarias y fiscales prudentes, gracias a las cuales, en una perspectiva de seis décadas, ha conseguido mejores índices de estabilidad económica (tanto del nivel de actividad como del nivel de precios) que todo el resto de las naciones de América Latina.
Pude constatar el excelente nivel del Departamento de Economía de la Universidad de los Andes en un almuerzo con profesores que me organizó Alejandro Gaviria, su Director, en el hermoso campus de la Universidad, en pleno centro histórico de Bogotá. Al día siguiente volví para dictar una conferencia en el contexto de un seminario que con frecuencia mensual la Universidad ofrece a ejecutivos de empresas que la apoyan para discutir la realidad económica Colombiana y Mundial. Ambas experiencias fueron muy valiosas para mí, porque recepté preguntas y comentarios que me ayudaron a entender mucho mejor, no solo la realidad colombiana sino también la de Venezuela, de Ecuador y del resto de América Latina y del Mundo.
Entre las dos visitas al campus de la Universidad de los Andes, tuve oportunidad de compartir un almuerzo de trabajo en Fedesarrollo, el centro de estudios e investigación fundado en 1970 por mi amigo Rodrigo Botero y en el que yo me inspiré para promover en Córdoba, Argentina, la creación de la Fundación Mediterránea en 1977. Mauricio Santa María, su director adjunto, y varios de los investigadores hicieron una prolija presentación sobre los efectos que caben esperar de la crisis global sobre la economía colombiana.
Mientras los escuchaba, recordaba con nostalgia las sesiones semejantes de la Fundación Mediterránea en las épocas en las que en Argentina también los empresarios y funcionarios públicos demandaban este tipo de análisis. Lo bueno de Colombia es que este tipo de actividad viene siendo desarrollada ininterrumpidamente desde 1970, siempre con el mismo rigor profesional y bien receptada, sin excepciones, por quienes tienen la responsabilidad de diseñar las políticas públicas, cualquiera sea el partido político que gobierna. La gran mayoría de los directivos e investigadores de Fedesarrollo, desde su creación, hicieron sus estudios de grado en la Universidad de los Andes y obtuvieron doctorados en las mejores universidades norteamericanas y europeas. Varios de ellos han prestado servicios en el Gobierno de Colombia y en organismos internacionales.
Esta inmersión en los principales ámbitos académicos y de investigación de Bogotá me permitió entender el muy elevado nivel profesional que encontré tanto en el Banco de la República como en el Ministerio de Hacienda. En el Banco de la República, institución en la que también pude compartir un intercambio de ideas con sus profesionales como con sus directivos, organizado por José Darío Uribe, el Gerente General de esa prestigiosa institución, encontré el sentido de misión por mantener baja la inflación que explica el éxito de Colombia en esta materia. La institución defiende con convicción su independencia y no se amilana frente a una crítica del mismísimo Presidente Alvaro Uribe, que a pesar de todo su prestigio y popularidad, sabe que puede opinar pero no obligar al Banco de la República a hacer algo diferente a lo que le dicta el sentido de responsabilidad y la sólida profesionalidad de sus dirigentes.
Cuando visité al Ministro de Hacienda Oscar Ivan Zuluaga, que me recibió acompañado por dos de sus colaboradores, ambos del mismo alto nivel profesional que ya había detectado en la Universidad de los Andes, Fedesarrollo y el banco de la República, advertí como el Ministro y sus funcionarios tienen en mente todos los aspectos de la política fiscal, a un nivel de detalle asombroso. Yo, al principio de la reunión, seguí insistiendo sobre una opinión que había dado en las insituciones visitadas antes, a pesar de que había notado cierta prevención de quienes escuchado mi argumento: Colombia debería aprovechar su buen crédito para aplicar políticas fiscales compensatorias de la caída de demanda externa que está provocando la crisis financiera global.
Enseguida detecté que el Ministerio de Hacienda comparte el mismo temor a los déficits fiscales de los profesionales de las otras instituciones, aunque sean provocados por impactos recesivos que llegan del exterior. Dejé de insistir sobre mis prescripciones expansivas por temor a estar contribuyendo a minar lo que seguramente ha sido una de las razones fundamentales del éxito económico colombiano: su prudencia fiscal, mas cercana al conservadorismo chileno que al expansionismo crónico de la Argentina. Finalmente llegué a la conclusión que la opinión que le había escuchado en la reunión de Fedesarrollo a Robeto Junguito tenía más que ver con su mentalidad colombiana que con sus estudios en la Universidad de Chicago.
La buena impresión que me causaron las personas que conocí y con las que intercambié ideas y opiniones en estas cuatro instituciones, sólo empalidece frente a la impresión inmejorable que me causó el ambiente empresarial y cultural que encontré tanto en Bogotá como en Medellín. A ello me voy a referir en mi próxima nota.
Colombia, donde se palpa el Progreso y asoma la Paz.
Primera nota.
Desde el 27 de noviembre al 4 de Diciembre estuve en Colombia: cuatro días en Bogotá y dos en Medellín. Hice todas las visitas a personas e instituciones que me sugirió mi buen amigo Rodrigo Botero, quien mientras caminamos por la ribera del Río Charles y las centenarias callejuelas de Harvard, me fue instruyendo sobre aspectos de la historia y el presente de Colombia que, a pesar de mis lecturas, yo desconocía. Aprendizaje, el mío, que complementé con la lectura regular de sus artículos en "El Colombiano", el prestigioso diario de Medellín.
Yo había estado varias veces en Bogotá, pero siempre en viajes oficiales que son cortos y abarrotados de reuniones o por unas pocas horas, como para dar una conferencia y volver a a partir. Mi primer viaje lo había hecho como Canciller de la Argentina en 1990 y había llegado al aeropuerto de Bogotá pocas horas después que fuera asesinado Carlos Pizarro, el último líder del M-19 y por entonces candidato a la Presidencia de la Nación. Mi último viaje anterior había sido en 1997, en el ocaso del gobierno de Samper, cuando aún se debatían las acusaciones de aportes del narcotráfico a su campaña electoral y la violencia y la inseguridad seguían llenando las páginas de los diarios.
Mi primera impresión al pisar nuevamente suelo Colombiano y recorrer las calles de Bogotá en camino al Banco de la República, en pleno centro histórico, fue el de una sensación de orden y seguridad absolutamente diferente a la que recordaba de mis viajes anteriores. Un logro de valor incalculable del Gobierno del Presidente Alvaro Uribe sobre el que había tenido ya la oportunidad de leer en los medios de comunicación, pero que ahora comenzaba a vivir en forma personal, muy diferente a la sensación que había experimentado en mis viajes anteriores.
Esta sensación se fue acentuando a lo largo de los días de mi visita, particularmente cuando recorrí Medellín y sus alrededores. Quedé asombrado por el contraste con la imagen que aún mucha gente tiene de esa ciudad, a la que asocian con los eventos violentos de la época en que la provincia de Antioquia estuvo azotada por los carteles de la droga, las formaciones de la FARC y los paramilitares.
A medida que los amigos que me guiaron en la recorrida iban describiendo a las instituciones y a la gente de Antioquia, mis sentidos eran impactados no sólo por la belleza de su geografía y las manifestaciones de su cultura, sino también por las múltiples evidencias de una síntesis muy positiva entre el espíritu emprendedor de su población y la capacidad asociativa de su dirigencia. Percibí de inmediato el realismo de la descripción que unos días antes había leído en un artículo de Rodrigo Botero, titulado precisamente La Hora de Medellín.
En las próximas notas voy a explayarme sobre el gran avance que la Colombia actual ha logrado en materia de instituciones sociales y económicas en comparación con Venezuela y Ecuador, las dos naciones con las que compartía el espacio económico y político de la Gran Colombia en las épocas de Simón Bolívar. Espacio que ahora se está desintegrando peligrosamente, tanto en lo político como en lo económico.
Este tema es muy relevante para la Argentina, que en lugar de tratar de imitar a Colombia en sus rasgos organizacionales comete el dislate de seguir el camino de la Venezuela de Chávez y del Ecuador de Correa. Y a diferencia de estos dos casos, me refiero a Colombia como Nación y no a la Colombia de Uribe, para destacar que Colombia tiene precisamente un Presidente como Uribe, tan diferente a Chávez y Correa, porque es una Nación bien organizada, con instituciones fuertes y con una gran vocación de búsqueda de consensos democráticos, aún para emprender luchas tan difíciles como las que enfrentan a sus fuerzas armadas con las mafias del narcotráfico, las FARC y las bandas paramilitares.
En esta primera nota quiero destacar que la democracia colombiana está ganando todas esas guerras y avanza aceleradamente hacia la paz y la reconciliación.
Una de las entrevistas que me conmovió es la que por más de dos horas mantuve con Eduardo Pizarro, el Presidente de la Comisión de Paz y Reconciliación, hermano del candidato Presidencial asesinado en 1989, precisamente unas pocas horas antes de mi primer visita a Colombia como Canciller de la Argentina.
Eduardo Pizarro, un sociólogo por formación y pacifista por convicción, características que se perciben en cada uno de sus gestos y palabras, me explicó con lujo de detalles los múltiples esfuerzos y programas enderezados a ayudar a miles de familiares de las víctimas y a millones de familias que debieron dejar sus tierras y propiedades en las regiones en conflicto para refugiarse en otras áreas de su país. Estos programas se financian con el producido de la realización de los bienes confiscados a los jefes narcotraficantes, guerrilleros y paramilitares.
Uno de los inconvenientes que impiden un avance rápido en la implementación de las soluciones es la protección que los propietarios de los bienes confiscados buscan a través de mecanismos judiciales que pueden accionar en Colombia quienes sienten amenazados sus derechos de propiedad. A pesar de la falta de razón de estos reclamos, al Gobierno Colombiano no se le ocurre violar la independencia del Poder Judicial, ni siquiera para agilizar estos actos de disposición de bienes mal-habidos.
Un abismal contraste con la impudicia con la que en países como Venezuela y Argentina, se pone presión sobre la justicia para que ésta no haga lugar a la defensa de la propiedad de bienes arbitrariamente confiscados por sus gobiernos. Esta gran diferencia es una prueba cabal de que la búsqueda de la Seguridad y la Justicia a través de la Democracia y la República, no es un eslogan propagandístico sino una realidad colombiana.
También me conmovió escuchar la prudencia y ecuanimidad con la que el Ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, un funcionario de larga experiencia con el que me une una antigua amistad, desde que ambos éramos ministros, él de Comercio en Colombia y yo de Economía en la Argentina, me explicó, en una distendida conversación, la remoción de 27 altos oficiales del Ejército Colombiano. Esta decisión, difícil desde cualquier ángulo que se la mire, se adoptó para permitir la investigación sin restricciones de las responsabilidades operativas en relación a los casos de jóvenes secuestrados en Bogotá y contabilizados como guerrilleros muertos en combate, aberrante violación de los derechos humanos de la población no beligerante, conocido como el caso de los "falsos positivos".
La Democracia Colombiana, cuando constata la existencia de esos delitos, lejos de encubrirlos, crea las condiciones para que la Justicia los castigue sin que el estado de beligerancia imponga ninguna excusa ni amparo. Otro ejemplo del significado sincero del concepto de "Seguridad Democrática" con que el Estado Colombiano enfrenta a las fuerzas de la narco-guerrilla, en claro contraste con la mayor parte de las confrontaciones entre las fuerzas regulares y los movimientos guerrilleros que se dieron en el pasado en otras naciones de América Latina.